“Postureo”
¡Toma palabrota! A más de uno le sonará la palabreja en cuestión, y sabrá a qué
se refiere; mientras que habrá quién le sonará a uno de esos términos “modernos”
que usa la juventud de ahora. Pero… ¿Es tan actual? Me temo que no (para gran “alegría”
de quien se pueda sentir un poco Dinosaurio ante este término)
En El
Lazarillo de Tormes, novela del género de la picaresca, cuyas ediciones más
antiguas datan de 1554, hay un momento de la vida del protagonista en que entra
a servir en casa de un hidalgo (noble sin título, a modo resumido para
definirlo), el cual, tenía su casa, y poco más; de hecho, ni para comer tenía.
Aún así, tenía un puñado de migas guardado siempre en su bolsillo, las cuales,
antes de salir de casa, esparcía por su barba y pechera, para sacudírselas
cuando salía de casa para que todo el mundo le viera, y pensase que había
comido opíparamente, como se esperaba de alguien de su condición.
Ahí
lo tenéis; una palabra nueva, para una actitud que no lo es tanto: el
aparentar. En un mundo cada vez más regido por las redes sociales, que parece
que se convierten en escaparate de aquella imagen que queremos proyectar hacia
los demás, el término es cada vez más abundante, porque… ¿Qué hay de verdad en
todo ello? ¿Somos tan felices como queremos mostrar? ¿Somos tan guays como
pretendemos que nos vean? ¿Somos realmente esa maravillosa persona que
pretendemos que la gente crea que somos? ¿O, en realidad, somos unos buenos
publicistas? Términos nuevos, medios nuevos, para un asunto viejo casi como el
mundo: Nos preocupa, y mucho, la imagen que los demás tengan de nosotros, y lo
que puedan decir; incluso en más de una ocasión habremos oído decir la
siguiente frase en los trabajos: “Importa más lo que parece que haces, que lo
que realmente hagas”
¿Y
en la Fe? ¿Nos pasa igual? Es un tema bastante recurrente, y al que alude todo
el que busca argumentos para atacar a los creyentes: nuestra falta de
coherencia. ¿Cuántos de nosotros no acudimos a misa todos los Domingos, nos
damos los golpecitos en el pecho, asentimos cuando el sacerdote habla en la homilía,
y en cuanto ponemos un pie fuera de la iglesia, parece que nos hemos olvidado
como por ensalmo de lo que hemos oído de puertas para adentro? Sí, de carne y
hueso somos; imperfectos, limitados, débiles y propensos al error. No estoy
diciendo que no podamos equivocarnos, que tengamos prohibido caernos… ¡En
absoluto! Lo que sí pretendo decir con estas líneas desde las que tengo la
ocasión de dirigirme a vosotros, es que, aunque podamos errar, aunque podamos
caer en la tentación de meter la pata (al fin y al cabo, somos de este mundo, y
en él vivimos, y nuestra sangre es tan roja como la de cualquiera de los que
nos rodean), nos acordemos de en qué creemos, en quién creemos, y qué conlleva todo
ello asociado; que seamos lo más coherentes posibles entre lo que predicamos y
lo que hacemos; que seamos plenamente conscientes de esas oraciones que parece
que recitamos como si tuviéramos el piloto automático puesto, y nos paremos a
meditar lo que dicen, y si realmente las aplicamos a nuestras propias vidas.
¡En
fin! Que, al fin y a la postre, no nos preocupemos tanto por engalanarnos por
fuera, de vestirnos para la foto, si luego, en nuestro interior, no lucimos tan
bonitos; pues, a los ojos del Padre, somos algo más que una imagen; pues Él
sabe ver a través de nuestra propia publicidad; que nuestra Fe, sea más un
CREO, que un simple Postureo
No hay comentarios:
Publicar un comentario