domingo, 20 de septiembre de 2009

Capítulo V Los pasillos del instituto

Hacía años que no volvía a mi viejo instituto; el lugar donde pasé mis años de adolescencia y fui formándome para llegar a ser quien soy a día de hoy. Las paredes llevan sin pintarse un par de años; la iluminación es débil; el suelo está ya desgastado y un olor a humedad inunda el ambiente.
¡Qué desiertos se ven los pasillos! ¡Qué vacías las aulas! ¡Cuan pequeños se me antojan ahora los pupitres! ¿Y la pizarra? Esa pizarra que se me antojaba aterradora e inmensa cuando me tocaba salir a hacer algún ejercicio, sin tener la lección bien aprendida ni los deberes hechos. Esa pizarra que ahora no me parece tan terrible. Vacío y fantasmagórico se me antoja el instituto; y es lógico; pues estamos en Semana Santa y no hay clases; el instituto está cerrado en estas fechas.
¿Cómo es que estoy aquí dentro si se supone que está cerrado? Me encantaría decir que en un ejercicio de audacia, y rememorando una juventud en la que fui un gamberro, me he colado. Pero no es así: en realidad no rompí apenas plato alguno en mis años de estudiante; era más bien tímido, callado y bastante centrado… ¿o también me estoy mintiendo creándome esa imagen? ¡Cuan borrosos son los recuerdos cuanto más es el tiempo que nos separa de ellos! Decía que no es que me halla colado en el interior del edificio; más bien daba un paseo melancólico por lo que fue mi antiguo barrio, donde pasé los años de mis cada vez más lejanas infancia y adolescencia, cuando mis pasos me trajeron aquí.
Y aquí sigue Fermín, el conserje, después de tantos años. El poco pelo que le va quedando en la cabeza, se ha teñido de plata; su rostro, de expresión severa en mis años de juventud, está surcado ahora por las arrugas que acompañan a los años que pasan por nuestra vida, apergaminando su tez. Fermín, el conserje; antiguo amigo de mis padres, que me conoce desde que tenía cinco años; tal vez menos. Fermín, cambió su expresión seria y de enfado por haberle despertado a golpe de timbre en plena Semana Santa (tal vez pensando que se trataba de la broma gamberra de algún chaval sin nada mejor que hacer), por una afable sonrisa que yo no recuerdo haber visto en aquellos años en los que yo era un estudiante más.
No se negó en absoluto a dejarme pasar a dar un paseo por mi antiguo centro de estudios “Disculpa que no te acompañe” Me dijo “Pero tengo un par de chapuzas que hacer, y ya que me has levantado de la cama, mejor me voy poniendo manos a la obra” añade en tono socarrón.
Y aquí estoy, caminando por los pasillos del instituto; impregnándome del ambiente, intentando rememorar y recuperar aquellos años de infancia y adolescencia que ya no volverán; como cazador que persigue la presa, así voy yo, buscando recuerdos que me hagan volver a sentir y emocionarme como en aquellos días en los que era más fácil sorprenderme e impresionarme.
AYER
Mañana de Octubre; el curso ha empezado ya, y todas las emociones se arremolinan en mi estómago, cortándome la digestión del desayuno. El ver cuántos de mis compañeros de clase en el colegio vienen a este instituto; y ver a cuáles les ha tocado en mi clase. El temor a que me gasten alguna novatada, y la secreta esperanza de que esas cosas hayan quedado ya en el olvido y sean más una habladuría o rumor para asustarnos a los nuevos alumnos que otra cosa. Inquietud por ver qué vamos a aprender aquí.
A partir de que empiezas el instituto, una parte de tu infancia va muriendo, para dar paso a los bocetos de la persona adulta que vas a ser: Los estudios van siendo algo más complicados; ya no estudias los mismo que todos tus compañeros; pues ya de por sí, tu clase estudia asignaturas distintas de la clase de al lado. Empiezas pues, a escoger aquello que te gusta o te resulta más fácil, ignorando (o no) que esas elecciones definirán en parte tu futuro.
Es una mañana soleada; y es raro que siendo Octubre, mes otoñal por excelencia, haga un tiempo tan agradable y luminoso, pero supongo que es a lo que nos tenemos que ir acostumbrando debido a lo mal que hemos tratado a este planeta: días soleados en Enero, y lluvias intensas en Julio, con alguna nevada a traición en Abril. Definitivamente, nos estamos cargando el medio ambiente; y compruebo con desagrado, que todos los alumnos que están fumando, contribuyen a ello. El ambiente está muy cargado de humo; aunque hay varios carteles en el hall del instituto prohibiendo fumar en el interior del edificio, parece que estuvieran escritos en japonés o ruso, pues la gente fuma sin parar, hasta el punto que la sala parece más bien las calles londinenses en las que se ruedan películas de la época victoriana; casi se diría que Jack el destripador va a aparecer en cualquier momento detrás de alguna esquina y, amparándose en el escondite que le brinda la neblina, cometa alguno de sus sangrientos crímenes en el cuerpo de alguna de las virginales y adolescentes estudiantes. “Con un poco de suerte, se lleva por delante a una de las fumadoras, y así tenemos un agente contaminante menos” Pienso con sorna, embebido por la ensoñación que me produce mi imaginación adolescente.
Sintiendo dificultades para respirar en ese ambiente tan cargado, y no soportando más el olor a tabaco, decido salir al patio buscando uno de esos tan raros rayos de sol en estas fechas. Sol y aire fresco; mi cuerpo, mente y cordura no desean nada más.
Mis ojos tardan en acostumbrarse a la luz exterior, y tengo que entrecerrarlos un poco. Veo borrosas las figuras de unos cuantos alumnos jugando al fútbol; otros charlando sobre la clase que les ha tocado y a quienes tienen de compañeros; alumnos que repiten curso comentando jocosamente los profesores que seguramente tendrán, y cuantas clases piensan saltarse este año.
De repente, apareces tú. Podría usar como excusa el tener el sol de cara para entrecerrar los ojos y quedarme mirándote con cara de lelo; pero en realidad es una ocasión perfecta para poder verte bien sin que se me note demasiado. Tu pelo rubio, compite en su tono dorado con el del sol, relejando su brillo y cegándome en parte; tus ojos somnolientos y entrecerrados, apenas dejan entrever su prístina mirada azul. Vienes hablando con otras dos chicas; sonriendo y dejando escapar alguna carcajada ante los comentarios de alguna de ellas, que desde mi posición, apenas he alcanzado a escuchar.
Te veo pasar por mi lado, y apenas puedo reaccionar; solo me quedo mirándote bobamente, siendo consciente de que no te conozco aún de nada, pero con la seguridad de que te quiero conocer. Tan embebido estoy con tu presencia, que apenas escucho el timbre que avisa que hay que ir a clase. Sólo el codazo de uno de mis compañeros de clase, me saca de mi ensoñación.
HOY
Una llamada inoportuna al móvil, me saca de mi viaje al pasado, y me devuelve al hoy; donde soy ya un adulto que prácticamente ha olvidado lo que es el peso de una mochila llena de libros. Respondo la llamada; y resulta ser una persona que se ha equivocado al marcar. Tras colgar el teléfono, muerdo con rabia el aparato, con la secreta esperanza de que a través del aparato, mi mordedura le llegue al despistado que me ha llamado en lugar de la persona a la que quería llamar, sacándome del sueño de mis recuerdos.
El olor a humedad persiste, y empieza a antojárseme molesto, decido salir a tomar el aire para que se me despejen las neuronas. Voy a buscar a Fermín y a comentarle lo del olor a humedad. A lo mejor esa era la chapuza de la que se quería encargar…

Capítulo IV una cuchilla de afeitar

Me levanto temprano, con los primeros rayos del sol; y me dirijo al cuarto de baño. Antes de salir de la habitación, me giro para mirarte… parece tonto, pero me encanta verte dormida, con tu rostro en paz. También me gusta saber que estás ahí, que estás protegida, y que compartes mis sueños, esperanzas y alegrías cada noche y cada día.
Tras haberte visto, entro lentamente en la ducha después de haberme despojado de la ropa, de la misma forma que me quito esas barreras que ocultan y protegen mi alma de cualquier agresión. El agua caliente cae sobre mi cuerpo, mi cara, mi pelo; golpeando sin piedad toda mi piel. El vapor comienza a inundar la pequeña estancia; formando brumas que me envuelven y abrazan con su cálido e incorpóreo tacto.
Salgo de la ducha y me dirijo al lavabo; paso mi mano por la cara.
¡Aaaagh! ¡Parece papel de lija!.- Me digo en voz alta. Tomo en mi mano la cuchilla de afeitar, y, sin previo aviso, una oleada de recuerdos asalta mi mente.
AYER
Las lágrimas caían por mi rostro mientras un punzante y agudo dolor me atravesaba el pecho. Ella me había abandonado; ella, por la que todo había dado; ella, que era mi única fuente de alegría y felicidad en aquellos locos y confusos años de mi adolescencia tardía; ella que había tocado mi corazón como nadie lo había hecho hasta entonces. Y ya no estaba conmigo; se había marchado dejándome lleno de amargura y fúnebres pensamientos.
La puerta del baño estaba cerrada a cal y canto, pues quería estar sólo; no quería que nadie me viese así; ahogándome en la bilis de mi tristeza; ni tampoco deseaba la compasión de nadie. Sólo, total y completamente sólo; sentado en el frío suelo del cuarto de baño, con la espalda apoyada en la puerta; y unas lágrimas saladas y amargas recorriendo mis mejillas.
Miré hacia mis manos; una con el puño cerrado fuertemente y marcando las azuladas venas a través de la piel; en la otra, el puño sostenía temblorosamente una cuchilla de afeitar
- ¡Vamos!.- me decía - ¿Tanto miedo tienes a morir?.- Era una voz interior que me invitaba a la muerte, a compartir su gélido abrazo, a abandonar esta vida que se me antojaba sin sentido y llena de dolor. Había bebido mucho esa noche, el alcohol nublaba mis sentidos, reflejos y razonamientos. El mareo era tal, que no podía ni tan siquiera ponerme en pie. Las píldoras ingeridas también contribuyeron en los acontecimientos que se sucedieron.
Entonces lo ví… mi difunto hermano se encontraba ante mí; sonriente. Estaba allí como siempre le recordaba y le quería recordar: Fuerte, seguro de sí mismo, cariñoso y atento con su hermano; en su perfecto papel de hermano mayor. Me esperaba con los brazos abiertos, invitándome a compartir con él el otro lado.
- Ven conmigo, hermano. ¿Para qué seguir en este mundo lleno de sufrimiento y dolor? Ven conmigo a lo que llaman “el más allá”. Abandona esta existencia tan desagradable y acompáñame, que te echo de menos. Yo también pasé por algo así, y créeme, el reunir valor para dejar ese mundo injusto es lo mejor que he podido hacer en mi vida. Hazlo tú también y sígueme.
La invitación era cálida. Mi hermano, mi querido y amado hermano, cuya muerte tanto había llorado, venía a buscarme para llevarme con él y jamás separarnos. Pero algo frenaba mi mano; me daba miedo el dolor, tenía pánico a morir; mas vivir se me hacía insoportable. El pulso me temblaba horriblemente, parecía que mi mano había cobrado vida propia, y se resistía a hacerme abandonar esta vida.
Sentado en el suelo, mi espalda sentía la firmeza de la puerta, y el frío de las baldosas del suelo empezaba a calar a través del tejido de mis pantalones; restándole calor a mi carne, entumeciéndome las piernas. Pero yo permanecía inconsciente a todo ello; se me antojaba lejano, muy lejano, como si le pasase a otra persona totalmente ajena y distinta a mi. En el cuarto de baño, aislados del mundo exterior, sólo existíamos mi hermano y yo. Su semblante se volvía serio por instantes, y sus ojos me juzgaban con dureza.
- ¿Qué te sucede?... ¿No quieres venir conmigo?... ¿Acaso no deseas abandonar todo esto? ¿Es que no ves que te hace daño?... Hermano mío, ¿Acaso ya no me quieres?
Llegados a este punto, su rostro se tensó más aún, su ceño se fruncía, a la vez que su mirada adquiría un fuego cuyo fulgor me era imposible de contemplar; un rictus de rabia se dibujaba en sus labios, convirtiendo su cara en una máscara de furia mientras su voz sonaba a puro desprecio.
- ¡Déjalo!.- Practicamente me escupía las palabras junto a su nada disimulado desprecio por lo que era una clara muestra de debilidad y temor por mi parte.- Me estás demostrando que no eres más que un sucio cobarde; una jodida nenaza a la que le da miedo darse un simple cortecito. No quiero a semejante escoria miedica a mi lado por toda la eternidad.- Se dio media vuelta y empezó a caminar hacia ninguna parte… dio tres pasos, y se detuvo un instante; parecía que cogía aire para elegir cuidadosamente su última lanza verbal que iba arrojar para terminar de herirme en sus sentimentos. Giró su cabeza, y lanzó la andanada.- ¡Me das asco!.- Volvió a mirar en dirección opuesta a mi, y prosiguió su marcha al frente hasta desvanecerse en la pared de azulejos.
Sentí como si un inmenso jarro de agua fría se hubiese derramado por mi espalda. Era una sensación gélida, escalofriante y enfurecedora. Un rápido vistazo a mis manos; una, con el puño apretado con más fuerza que antes, con los nudillos pugnando por asomar a través de la piel, en la otra, la cuchilla fuertemente aferrada; una rabiosa determinación se apoderó de mí, seguida de una sombría elección y…
Estaba hecho; apenas notaba el dolor que me mordía en la muñeca donde se había producido el corte, del cual, manaba un torrente cálido y carmesí. A pesar de esa sensación como de estar flotando, conseguí ponerme en pie y enfrentar mi mirada a la de mi reflejo en el espejo; intenté esbozar una expresión de triunfo, pero mi otro yo, el que me devolvía la mirada desde el otro lado del espejo, esbozaba una expresión que se me antojaba patética y estúpida. Mejor así, el autodesprecio que sentía por mí mismo era tan grande, que me alegraba de saber que era la última vez que iba a ver aquel rostro bobalicón. El mundo comenzaba a dar vueltas a mi alrededor; se me ocurrió pensar que tal vez era yo, que estaba bailando para así festejar el fin de mi existencia y el de mis días en este mundo que se me antojaba cada vez más hediondo y miserable.
La realidad era otra: El riego sanguíneo empezaba a no llegar al cerebro, provocándome aquella dulce sensación de mareo. Cerré los ojos, y casi podía oir un riachuelo correr, pájaros cantando y algo más… a lo lejos, me parecía oir que alguien gritaba mi nombre, pero al intentar prestar algo de atención a aquel sonido, descubría que se trataba sólo del rumor del viento…
HOY
El calor una lágrima resbalando por mi mejilla, me devolvió a la actualidad; al aquí y ahora. Instintivamente, miré hacia la muñeca donde me hice el corte años atrás, buscando algún vestigio o resto de la cicatriz que me recordase la estupidez cometida por aquel entonces. Los recuerdos; los benditos y a la vez malditos recuerdos duelen más que las heridas originales, y sus cicatrices son mucho más difíciles de cerrar y olvidar. Dejé que la lágrima cayera al lavabo, juntándose con el resto del agua caliente que tenia preparada para limpiar la cuchilla de afeitar tras varias pasadas. Me miré al espejo, y ahí estaba mi otro yo, llorando también, y hablándome sin palabras.
Enseguida supe lo que tenía que hacer: quité el tapón dejando que el agua se fuese con el desagüe, permitiendo que mi lágrima se fuese junto al resto de gotas de agua hacia un nuevo destino. Me vestí, y tiré la cuchilla de afeitar a la papelera.
Salí del baño en silencio, y ahí estabas; dormida aún en la cama, por lo que decidí no despertarte. Jamás te he contado ese capítulo de mi vida; y por Dios, por el amor que te tengo y por el juramento que nos hicimos, que jamás lo sabrás. Es por eso, que dudo que comprendas en su máxima expresión el negro humor que destila la nota que te dejo encima de la mesa del salón.
Salgo un momento,
voy a comprarme una maquinilla
eléctrica de afeitar
Nos vemos por la noche,
Te quiero.