Todo cambia, nada permanece imperturbable, y como muestra este blog, que a partir de ya cuenta con más autores
viernes, 31 de julio de 2009
Las diferencias entre Liderar y estar al mando
miércoles, 22 de julio de 2009
Capitulo III El hielo y el calor
El calor se va filtrando poco a poco por la habitación. No hay duda que este verano nos va a castigar de manera inmisericorde; poniendo a prueba nuestro aguante contra el desgaste psicológico que supone la bocanada de aire cálido a la que hemos de hacer frente.
Te observo con detenimiento... la respiración se ha vuelto trabajosa, y algunas perlas de sudor comienzan a poblar tu frente.
Me dirijo a la pequeña cocina, y disfruto del lento placer que me supone el poder aliviar mi reseca garganta con un poco de agua fresca.
Regreso a la cama con las manos a la espalda y una sonrisa pícara en los labios. Continúo aproximándome hasta sentarme a tu lado, y, con suavidad, deposito un beso en tus labios; mientras furtivamente, llevo mis manos de mii espalda a la tuya. Con un sobresalto te separas de mí, a la par que veo una expresión de sorpresa dibujarse en tu rostro. Lentamente voy describiendo pequeños círculos por el mapa de tu piel con el par de hielos que tenía en mis manos.
El hielo se desliza con suavidad por tu espalda antes tensa, con la misma facilidad que lo hace la mantequilla que se derrite sobre la caliente base de teflón de la sartén. Decido recorrer de forma ascendente tu espalda con mis manos a la vez que continúo besándote, y las llevo a tus mejillas, antes ardorosas, al punto templadas.
Tu organismo agradece el refrescante cambio de temperatura, y lo noto en el decreciente ritmo de tus pulsaciones. Comienzo a descender por tu cuello, aunque no me entretengo demasiado para no estropearte la garganta, y así llegar antes a tus clavículas. Mis manos siguen recorriendo la línea vertical de tus brazos hasta que nuestras manos se unen y los dedos se entrelazan en un cálido abrazo que aprisiona el hielo y su gélido contacto.
El frío retoma su recorrido por la cara interna de los brazos hasta volver a la base de tu cuello, atacando sin piedad su vulnerable piel y descendiendo al pecho, recorriendo sin prisa pero sin pausa, el valle que conforman tus senos, creando un pequeño riachuelo a partir del helado y líquido rastro que van dejando los hielos al deshacerse. Estos comienzan a tomar sendas distintas y bordear aquellos dos montes por la zona inferior; continúan y continúan arrimándose tímidamente a las axilas, para después escalar esas cúspides que se elevan y descienden al compás de tu respiración, la cual se torna más y más profunda.
La helada tortura alcanza la cima de tus pechos; la extrema dureza de su corona es atacada sin ningún tipo de misericordia por los gélidos prisioneros de mis dedos mientras tus besos se vuelven más intensos y agitados, como queriendo pagar con ellos la liberación de semejante tormento; a la vez que los actuales objetivos de los hielos comienzan a agitarse y endurecerse, como dos volcanes a punto de entrar en erupción. Comienzo el descenso por tu tórax llegando a las caderas, moldeándolas con mi frío tacto, volviendo a subir a tu diafragma, para volver a tomar el camino de bajada. Mientras mi mano izquierda se entretiene en dar vueltas alrededor de tu ombligo, la derecha se eleva para dejar caer un par de gotas de deshielo sobre la cavidad de tu abdomen.
Después, ambas manos comienzan a recorrer paralelas tus muslos, tus rodillas, tus tobillos... para después entretenerse en el empeine de los pies y perderse entre los dedos, derramando los hielos parte de su esencia y su ser; como un guerrero moribundo, herido de amor y sangrando sobre el mapa de tu cuerpo. La respiración se hace más profunda; los músculos, antes tensos por el shock térmico, comienzan a relajarse... con la excepción de tus pechos enhiestos, producto a medias entre el frío y la excitación. Se yerguen orgullosos, endurecidos, desafiantes... retándome a escalarlos, poseerlos, someterlos; provocándome a atacarlos con mis labios como arma y, a la vez, suplicando protección contra la gélida amenaza que hace unos instantes los torturaban.
Pero los fríos agresores aún no han acabado la invasión y conquista del territorio de tu anatomía. El camino ascendente por esas dos columnas que sostienen el templo de tu cuerpo, da lugar por sus flancos internos; la trayectoria que llevan es obvia, el objetivo: aquella pequeña gruta oculta en el bosque de tu intimidad y del que todos hemos salido, pero jamás vuelto a entrar más que por unos instantes y sólo con una pequeña parte de nuestro ser...
Los pequeños, fríos y húmedos fragmentos que antes eran dos cubitos de hielo, comienzan a recorrer el prohibido terreno de tus ingles, impregnándose de tu calor, llenándote de lenta y placentera agonía. Posteriormente, se pierden en el bosque de tu pubis, enmarañándose, y a veces quedando atrapados entre el vello que lo puebla.
Mas al final, los agotados viajeros encuentran la entrada de tu intimidad, como si de una gruta del tesoro se tratase; entreteniéndose en todos y cada uno de los detalles de su entrada; hablando de tú a tú con el guardián de la entrada, rodeándole y abrazándole, para después en su extrema intrepidez, acceder a la meta largamente esperada, introduciéndose en ti. Tu cara se contrae a la par que tu boca dibuja la inconfundible expresión de proferir un grito; mas ningún sonido sale de tu garganta... es un alarido mudo de dolor, dolor frío.
Me sitúo encima de ti queriendo apagar las llamas heladas de tu cuerpo con el amante calor del mío, y, como el héroe de cualquier historia, llego raudo al rescate sabiendo lo que hay que hacer.
Entro en ti y observo en seguida el contraste de temperaturas en tu interior. Poco a poco, voy cubriendo de besos el reguero dejado por los hielos mientras tu respiración continúa agitándose. El movimiento pendular de mi cuerpo sobre el tuyo se va tornando cada vez más intenso, mientras siento cómo tu s uñas recorren la piel de mi espalda, tus piernas rodean mi pelvis, aprisionándome, como queriendo evitar a toda costa mi marcha; y tus quejas entrecortadas invaden mis oídos hasta que no hay otro sonido en mi mente.
Mis manos se deslizan por todo el mapa de tu piel, explorando con seguridad tu cuerpo: desde la cordillera de tu pecho, pasando por la llanura de tu espalda, las sinuosas curvas de tus caderas... hasta llegar al bosque pubiano y volver a recorrer el camino a la inversa.
Justo en ese momento, cuando los gélidos torturadores terminan por deshacerse, estallo en un torrente placentero, casi místico, derramando mi alma, mi ser, en tu interior; arrasando y consumiendo por completo cualquier rastro de frío que quedase dentro de tu cuerpo. Entonces, agotado y sudoroso, me dejo caer a tu lado; sintiendo como si un círculo extraño y misterioso se hubiese completado, sabiendo que tú eres parte de mí, como yo lo soy de ti...
Capitulo II El día siguiente
Te arropo despacio. La verdad es que ha sido un día largo y lleno de actividad; pero yo aún no puedo dormir. Esta mañana hemos compartido besos, caricias y abrazos con la misma intensidad y el mismo amor que aquella primera vez... Todas las veces son como la primera, y a la vez, distintas. El poder despertar a tu lado, el abrir los ojos y ser tu rostro el primero que vea, me llena de felicidad y me hace sentir pleno de sensaciones hasta hace poco desconocidas para mí.
Tras el desayuno hemos ido a un picadero cercano para poder dar un paseo a caballo. Nunca antes habías montado a este noble animal, y era una de las experiencias que me apetecía compartir contigo. La excursión fue de las más maravillosas que jamás había tenido hasta ahora, aunque en ocasiones se nos antojase prescindible la presencia de nuestro monitor y guía. A lomos de los corceles hemos visto parajes naturales llenos de paz y armonía, arropados por una temperatura agradable e iluminados por el astro rey; deleitados por cantos de gorriones, jilgueros y ruiseñores... y sintiendo débil por la distancia, pero nítida por el hecho de conocerla, la brisa marina acariciándonos la piel de los rostros y de nuestras manos; suaves y porcelanosas las tuyas, fuertes y firmes las mías.
Luego hemos comido en la playa; algo tan sencillo como una tortilla de patatas. La comida ha sido de lo más amena y humorística a causa de mi habilidad para elaborarla: a veces cruda, otras quemada, otras sin cuajar.... "Tengo toda una vida por delante para practicar" te dije. "Sí, la mía para experimentar" respondiste, y al instante te echaste a reír.
La tarde ha sido poco más, pues no hemos salido de la habitación, ni tan siquiera hemos salido de la cama... Exhaustos y sudorosos, hemos encargado la cena al servicio de habitaciones, y posteriormente nos hemos duchado. Es maravillosa la visión de tu cuerpo arropado por las brumas y vapores que despide el agua caliente, así como maravilloso es ver como el líquido elemento va formando cascadas, ríos y meandros a través de tu anatomía... ¿Te he dicho alguna vez lo hipnótico que resulta el seguir su recorrido desde lo alto de tus cabellos hasta la piel de tu tobillo?
Tras la cena, te has dejado caer rendida en la cama, y yo me he recostado a tu lado hasta que tus ojos se han cerrado para no abrirse hasta dentro de unas horas.
Salgo al balcón y enciendo un solitario cigarrillo. Sé lo que odias esta costumbre mía; pero a veces, necesito impregnarme de su lento veneno para pensar con claridad y poder inspirarme. He decidido hacer una especie de diario o memorias de todo lo que pasa por mi mente, y es ahora, en la tranquilidad de la noche, al aire libre con las estrellas como testigos, y la luna como cómplice; como encuentro mayor inspiración (sin olvidar que en periodos cada vez más espaciados he de recurrir a la nicotina y el alquitrán).
Me paro a pensar en todo lo que hemos pasado hasta llegar aquí. En lo que era tu vida, y en lo que era yo... ¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Tal vez no vendría mal hacer un poco de memoria histórica.
Hasta ahora, yo siempre he contado historias cuando escribía; casi siempre tenían algo de mí, de mi esencia, como si fueran autobiografías... desde hace poco más de cuarenta y ocho horas, hemos hecho oficial el escribir juntos nuestra historia... aún así, espero que no te importe que escriba yo el prólogo...
El prólogo... me apoyo en la barandilla y observo el océano. Parece que la mar está en calma y serena. Esa mas oscura y solitaria en esta horas, apacible en la mañana, bello azul a todas horas y pasional y embravecida a veces; como tú, como yo.
Esa mar a la que Rafael Alberti le dedicó tantos y tan sentidos poemas, esa mar que Alberti tanto amaba a pesar de ser un marinero en tierra. Casi se podría decir que la mar, Alberti y un poema que les dediqué, bien podría ser el prólogo de nuestra historia.
Sigo mirando hacia el horizonte, con la mirada perdida... el cigarro se consumió entre mis dedos hará cosa de media hora, pero como he perdido la noción del tiempo tampoco estoy muy seguro de ello. Apoyado en el balcón, respirando rítmicamente, mirando sin ver, viendo sin mirar; mi boca recita sola:
Dame tu pañuelo hermana
Que vengo muy mal herido.
Díme qué pañuelo quieres
Si el rosa o el color olivo.
Quiero un pañuelo bordado
Que tenga en sus cuatro picos
Tu corazón dibujado...
Siento tus brazos rodeando mi abdomen, tu cuerpo rozando mi espalda como en una caricia, y el contacto de tus labios en mi piel.
Mensaje captado: vuelvo contigo a la cama...
Capitulo I El amanecer
Entro lentamente en la habitación. La luz es muy tenue, pues falta poco para que halla amanecido del todo; y tú yaces sobre el lecho con la cara apoyada sobre la almohada, a la vez que tu pelo cae como en una caricia sobre tus hombros y tu rostro. La sábana te cubre hasta medio torso, ofreciéndome la visión de tus hombros desnudos y parte de tu espalda. La suavidad de tu piel me llama a acariciarla, besarla; a sentir su tacto como de seda rozar la yema de mis dedos. Tu boca dibuja una débil sonrisa, casi imperceptible. Nunca te lo he dicho, pero es en estos momentos cuando me siento más enamorado de ti.
Me acerco lentamente, con timidez al lecho; con miedo a perturbar tu dulce sueño. Uno de los rayos del sol se cuela furtivamente entre los visillos pata acariciar tu sonriente rostro. Esa sonrisa cándida, inocente, llena de frescura y felicidad, me llama poderosamente. Es una fuerza de la naturaleza magnética y electrizante y... ¿Quién soy yo para resistir a la naturaleza? ¿Qué soy, aparte de un pobre e indefenso ser humano? La respuesta viene a mi mente casi de inmediato: Soy aquél que hace unos instantes compartía contigo el feliz reposo que ahora disfrutas en solitario. Yo soy aquel que te acompaña en las noches en las que el sueño se desvanece, y también el que comparte caricias y besos contigo; como en un combate íntimo de dos, donde sólo nuestros labios y nuestras manos son armas válidas y legítimas.
Casi sin darme cuenta he llegado a tu lado; de cerca la expresión de tu rostro es más y más irresistible. Me siento a tu lado, intentando no despertarte con el movimiento; pretendiendo tener el peso de una pluma, siendo consciente de lo imposible que es esa transmutación, y maldiciendo en todo momento mi impulsividad, si esta te arranca del sueño.
Intento contener la respiración; se me antoja ensordecedora en este momento. El corazón me late de forma atronadora en el pecho, ensordeciéndome totalmente, y pugnando por salírseme del sitio.
Extiendo mi mano, y con el dorso de mis dedos, aparto con una caricia el cabello que surcaba tu cara, esa cara que es el espejo de mi felicidad. En ese momento, tu sonrisa se amplía y crece, y la habitación empieza a iluminarse. La expresión de tus labios brilla con luz propia, al instante que un aroma primaveral de jazmines, rosas y pensamientos ataca mi olfato.
Cada vez me cuesta más contenerme y, como temiendo que te desvanezcas con mi contacto, me aproximo a ti con lentitud, con la respiración entrecortada a veces, contenida el resto del tiempo. Deposito un beso en tu mejilla, la cual cede bajo la presión de mis labios, para recuperar su forma natural cuando los separo de ti.
Tu cuerpo parece contraerse por un momento, como sacudido por una descarga eléctrica. Tu sonrisa se amplía un poco más, y en ese momento, giras lentamente el cuerpo a la vez que lo cubres con la sábana. Abres lentamente los ojos, para volverlos a cerrar heridos por el fulgor del astro rey, cuyo brillo no puede rivalizar con la luz que desprende tu mirada.
Más despacio aún, vuelves a mirarme, en un claro desafío a aquel que ilumina los días, como si no te importase el hecho de que sus rayos nos hieren sin piedad; retándole a que te prive del regalo de la vista, con tal de verme una mañana más.
"¡Buenos días!" dices susurrando, y siento cómo tu voz acaricia mis oídos, para después bajarme cálida por la espalda y recorrerme todo el cuerpo. Me impregno de la sensación que deja en mí tu voz, y me dejo inundar por ella.
Vuelvo a inclinarme para besarte, con la seguridad que me da el saber que ahora son tus labios los que esperan los míos. Nuestras bocas se aproximan temblorosas a recibir el primer contacto del día, con el mismo temblor de aquella primera vez en que nuestros labios se fundieron.
Al tiempo que el beso tiene lugar, una pequeña chispa prende en mi interior; chispa que encuentra combustible en mi corazón, para de inmediato, convertirse en una llama avivada y alimentada por mi amor.. Tiemblo por un instante, por que sé que esa pequeña llama pasa a ser en estos momentos una fogata, para terminar volviéndose un incendio que arrasa, quema y abrasa todo nuestro ser, nuestra existencia, y me paro a pensar que tal vez esa es la esencia misma de nuestro amor.
Ese fuego me consume más y más por dentro, inundándome y llevándome al cielo donde cada día me siento desde que comparto contigo mi existencia. Tras ese primer beso llega otro, y otro, y otro más...
martes, 21 de julio de 2009
Déjame odiarte
jueves, 16 de julio de 2009
¿Don o Maldición?
sábado, 11 de julio de 2009
¡Recibí carta!
Echo mucho de menos esa sensación de nerviosismo al abrir el sobre; la curiosidad de saber las buenas nuevas de la persona que me escribe, el olor del papel doblado, notar la impresión de la tinta sobre el papel.
No sé vosotr@s, pero yo las cartas las tengo como algo íntimo, no sé, como que pones más el corazón en lo que haces. En esta era fría de los emilios e internete; recibir una carta escrita de puño y letra de una persona es algo poco usual, pero que se agradece en el alma. ¿Quién fue la última persona que me escribió?...¿Realmente importa quién haya sido? Lo que importa es que fue una persona que apenas tiene tiempo para pararse a escribir una carta a la vieja usanza, y que aun así lo hizo y contándome cómo le va; tomándose su tiempo y dedicando su única tarde libre a hacer únicamente eso.
Paraos a pensarlo por un momento... ¿Eso no os hace sentir especiales, queridos y apreciados por esa persona? Pensadlo por un momento y decidme cuando fue la última vez que escribisteis a alguien