jueves, 2 de julio de 2020

Etiquetas


     Hoy en día, cuando vamos a comprar, es muy fácil distinguir los productos no sólo porque en muchos casos podemos ver el contenido de sus envases, si no por las etiquetas identificativas de los mismos. Así podemos saber qué fabricante ha hecho determinado producto, de dónde viene, e incluso su composición. Eso nos lo pone todo más fácil, ¿verdad? Tenemos todos claro que una etiqueta es lo que da identidad a un producto.
     ¿Y con las personas? De primeras, puede parecer muy fuerte el compararnos con productos; y sin embargo, lo hacemos casi de continuo, para poder distinguirnos a unos de otros, como si tuviéramos la increíble e imperiosa necesidad de distinguirnos de los demás; y para ello, no dudamos en etiquetarnos de mil y una manera diferentes. Podemos identificarnos como hincha de un equipo de fútbol, por nuestras tendencias ideológicas, nuestras aficiones en las que destacamos, el sobrenombre o mote entre nuestros allegados, nuestra profesión… Tal vez en una necesidad de buscar nuestra propia identidad, aunque para ello nos estemos “apuntando” a determinados colectivos (Irónico, ¿verdad?); o por el deseo de sentirnos aceptados y queridos por los demás.
     Y también, (y esto podría resultar preocupante) lo hacemos pera describir o distinguir a los demás. Podemos hacerlo para distinguir a un Antonio de otro (cuando conocemos a varios), o para asegurarnos de que estamos hablando de una persona de los interlocutores desconoce el nombre, pero más o menos, por el resto de descripciones (etiquetas) sí nos hacemos una idea de quién es.
    Y ahora viene la parte a donde empieza mi inquietud: cada vez con más frecuencia, para señalar y atacar al prójimo. De unos años a esta parte (aunque en estos meses recientes la cosa se ha acentuado más), cada vez leo y oigo cómo personas señalan a otras personas con etiquetas acusándolas de pertenecer a agrupaciones y colectivos que el acusador considera negativos y que es lo peor que se le puede ocurrir hacia una persona; marcándola y señalándola de la misma manera que los nazis marcaban a los judíos, o los protestantes en América del Norte marcaban con una “A” de color escarlata y bien visible a las personas adúlteras, para humillarlas delante de toda la comunidad.
     Una vez más, las personas estamos utilizando una herramienta que es útil, para atacar y hacer daño. ¿Y todo para qué? ¿Para satisfacer nuestro ego quedando por encima del otro, machacándolo, pisoteándolo, y buscando hacerle daño?
     Os propongo que cambiemos el chip, pues se nos está olvidando una etiqueta muy importante; una que nos describe, que dice de dónde venimos (una denominación de origen genuina), que dice (como en los pueblos antiguamente) “¿De quién eres?”, y que deberíamos darle mucha más importancia que a aquellas que mencionaba en el segundo párrafo. Aquí os la dejo.