miércoles, 28 de marzo de 2012

Amor caníbal


Amor caníbal

Si me permites que te lo diga
, hoy estás para comerte.
Es lo único que pienso
hoy nada más verte.
Por si aún no lo sabes,
te engulliré de un bocado,
pues tu aspecto es tan bueno,
que verte ha de ser un pecado.
Me das a besar la mano,
y te devoro todo el brazo,
y llegará todo entero
y sin masticar al bazo.
Apoyo mi cabeza en tu pecho
para oír tu corazón,
y comérmelo enterito
con este amor glotón.
Te ayudo en la ducha
a frotarte con suavidad,
pues odio que me arruine la cena
el inspector de sanidad.
Enciendo alegre el horno,
y lo pongo en posición “Infierno”,
pues soy buen cocinero
y quiero un asado tierno.
Llega el veranito,
y más chicha a la vista.
Si te quiero masticar a gusto,
visitaré antes al dentista.
Con todo este calor
no me apetece pescado,
iré a la nevera
y sacaré tu pié helado.
Ya he terminado la pitanza
y te guardo troceada,
te tomaré de postre
mezclada con nata montada.
Ahora ya de ti
aún queda tu pelo;
lo guardaré para la merienda
bañado en caramelo.
Ya solo ha quedado
en el suelo tu ropa.
No la como, la quemo
escuchando un disco de “Estopa”.
¡Ay, Dios mío! No esperaba
en el estómago este ardor.
Esto me pasa por comerme

a mi último gran amor.

Como Alberti


Vine a la vida en Madrid,

en aquella inmensidad.
Rodeado de edificios,
pero ni rastro del mar.
Nadie pudo suponer,
¿quién lo iba a imaginar?
Que añorase yo las costas,
 y esa agua con su sal.
Y como Alberti yo soñaba
el vivir en una playa,
convertirme en un corsario
y en un bajel navegar.
Mas como Alberti
he descubierto
que soy marinero en tierra,
un poeta enamorado
de las sirenas, nada más.
Los delfines sus distancias
recorren con toda gracia,
no saben que les envidio
porque viven en el mar.
Y Alberti y yo sabemos
que en el reino de Neptuno,
no hay sitio para ninguno,
Marinero en tierra, y nada más.


domingo, 11 de marzo de 2012

Piel de trapo

   Hace mucho que perdí la cuenta del tiempo que llevo olvidada en este trastero. Fui el primer regalo de una niña, y durante muchos años, su muñeca preferida.
    Durante toda su infancia, fui su compañera de juegos por el día, y quien velaba sus sueños por la noche; fui su compañía, su amiga, su confidente... ¡Cuantas tardes juntas merendando bocadillos de plastelina, o escuchando paciente la manía que le tenía la profe de matemáticas, o lo injustos que habían sido sus padres castigándola!
   Pero ella creció, y poco a poco, nuestras tardes juntas fueron menguando, hasta que, llegó el día en que mi amistad inquebrantable y mi lealtad de todos esos años fueron olvidadas. Dejé el calor de su cuarto y su mullida almohada, para acabar cubierta de polvo, apilada de forma poco ceremoniosa en este frío y oscuro trastero. Hace años que no veo la luz del sol, y más tiempo aún desde la última vez que la vi. Muchas veces, cuando recuerdo aquellos tiempos mejores, me invade la congoja y siento ganas de llorar, a pesar de saber que eso es imposible, y que los dos botones que tengo por ojos, jamás podrán derramar lágrima alguna.
   En este tiempo, he conocido seres interesantes, y he podido fraguar algunas amistades; las arañas por ejemplo, a pesar de que tienen un aspecto un tanto sobrecogedor, son bastante amistosas, y unas grandes conversadoras. 
   También he conocido el amor. Él llegó un par de años después que yo al trastero; un magnífico soldadito de plomo con un porte y una gallardía que jamás había visto nunca en muñeco alguno. No os voy a mentir; en seguida me sentí enamorada de él; y no es para menos: Ese porte, ese aspecto de hombre maduro y de mundo que le da su uniforme, ese cuerpo cincelado en plomo, con músculos firmes y duros que te hacen tener la sensación de que jamás estarás desprotegida a su lado...
   No voy a negarlo: fue verle, y sentir que el mundo empezaba a girar de manera vertiginosa en este trastero; sentía un calorcito en mi interior que nunca antes había sentido. Dicho calor, aumentaba en intensidad cada vez que le miraba, y eso me daba miedo, pues aunque mi piel es de un trapo de alta calidad, que no ha necesitado nunca ser cosido, mi interior es de serrín, y este podría llegar a arder si esa temperatura interna no dejase de subir... ¡Pero es que no podía dejar de mirarle!
    Por desgracia, mis sentimientos no eran correspondidos, y para él, yo sólo era una habitante más de aquel trastero que nos condenaba a todos al olvido; pues el tenía ojos únicamente para su bailarina.
   Ella llegó por casualidad unos días después que él, y siendo honesta, yo jamás habría tenido oportunidad alguna de poder competir por el amor de mi soldado: Su cuerpo era grácil y esbelto, mientras el mío es tremendamente maleable y blando. Su postura por la cual se apoya únicamente sobre la punta de uno de sus pies, es la que volvió loco de amor a mi (amado en secreto y silencio) soldadito de plomo; y yo jamás podría adoptar esa postura. 
   Y así pasaban los días uno tras otro, con el corazón roto por varios frentes: El primero, aquella amiga inseparable que un día de desterró aquí, y por otro lado, siendo ignorada por alguien a quien amo con locura, y sabiendo que jamás reparará en mi... Me sentía totalmente sola y desgraciada, echando en falta un poco de afecto o contacto que pudiera reconfortarme, pero este nunca llegó; y ahí estaba yo: sintiendo como día tras día, iba muriendo un poco más por dentro.
   Hoy noto algo distinto: hace bastante rato que no oigo los ruidos habituales de la casa; sólo unos pasos apresurados a primera hora de la tarde, acompañados por unos gritos ininteligibles desde aquí; pero si noto que la temperatura ambiente este subiendo mucho... 
   Desde lo alto de mi caja, puedo ver a mi soldadito y su bailarina juntos; hablando, riendo, como sólo lo pueden hacer dos personas enamoradas. De repente, puedo ver cómo algo de humo se filtra por el quicio de la puerta, y eso me hace ponerme en estado de alerta, aunque el resto de habitantes del trastero parecen no haberse dado cuenta. 
   Es entonces cuando veo la puerta arder, y cómo las llamas comienzan a lamer y consumir todo aquello que tocan. Miro hacia mi soldado y su bailarina; él con gesto serio mira las llamas avanzar hacia ellos, mientras ella ve la escena con el terror reflejado en sus diminutos ojos pintados sobre la porcelana.
   Las llamas se van acercando peligrosamente a ellos, y yo me pongo a pensar que siendo él de plomo, podrías sobrevivir al fuego, mientras que ella se calcinaría completamente. Este pensamiento me hace albergar esperanzas de poder tener una oportunidad con mi soldadito de plomo, una vez que ella desaparezca; y casi decido observar la escena desde el lugar desde el que me encuentro, regodeándome ante la posibilidad de que mi rival en la lucha por el corazón del soldadito, desaparezca consumida por las llamas.
  Veo que él se sitúa delante de ella, en una clara demostración de caballerosidad y... ahora lo comprendo, además es el amor el que le impulsa a hacer eso; la ama, y por ese amor está dispuesto a afrontar cualquier tipo de destino. Por un instante, comprendo cómo se sentiría mi metálico soldado si perdiera a su amor, pues es lo mismo que yo sentiría si él desapareciera. No tengo mucho tiempo para actuar, las llamas están apunto de alcanzarles; no sé qué podré hacer yo, una muñeca de trapo, cuya piel se hizo a partir de camisetas viejas y paños de cocina, y que con mi relleno de serrín no tengo consistencia alguna para poder cogerles en vilo y sacarlos de allí. No lo resisto más, me lanzo al vacío desde mi atalaya de cajas, en dirección a donde ellos están.


   Aquella mañana, una extraña noticia aparecía en la prensa local: "Un terrible incendio ha arrasado la vivienda de los Gutiérrez, pero les queremos comunicar un hecho insólito: A pesar de que el infierno que se ha desatado aquí ha hecho caer la casa, los bomberos han encontrado un soldadito de plomo intacto, una cajita de música algo ennegrecida por el calor y el humo, pero que aún está entera y en perfecto funcionamiento. Un tercer objeto ha aparecido en la zona donde se han hallado el soldadito y la caja de música, y es un corazón pequeño de oro, como aquellos que suelen adornar el cuello de muchas adolescentes, amontonado sobre un montón de serrín hecho cenizas"

Reflexión sobre la Semana Santa

   Hacía mucho que no escribía algo conjunto con mi amigo el Osezno, y es una pena, pues la verdad es que las veces que hemos escrito algo conjunto para el boletín, nos han quedado siempre unos artículos bastante majos. Tenemos formas parecidas y a la vez diferentes de ver la vida, y cada uno tiene un estilo bien diferenciado a la hora de escribir y expresarse. Esa mezcla precisamente es la que hace que cada vez que escribimos una artículo en común, brote la magia en forma de palabras escritas. 
   En el boletín que verá la luz a primeros de Abril, en Semana Santa, nos pidieron que escribiéramos una reflexión sobre dicha semana, y procurásemos trasladarla a nuestros días. A continuación os muestro el resultado. (Ya le pediré permiso otro día para publicarlo, como dijo Liam Nesson: "Prefiero pedir perdón a pedir permiso")
   En dicho artículo, teníamos una limitación de páginas, pero nos emocionamos tanto escribiendo la reflexión, que nos salió un artículo de 4 páginas. Para hacerlo aún más entendible, y como en mi blog no hay límites para las palabras escritas, me he permitido el lujo de añadir además las lecturas bíblicas correspondientes. Espero que os guste.


Jueves Santo:

Última Cena y Lavatorio de los pies
Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 1-15 
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?". Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás". "No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte". "Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.

   ¡Cuantas, cuantas veces pecaremos de lo mismo! Estamos acostumbrados a jugar a esto que nos proponen del “Cada vez más” “Yo el más importante” “Nadie por encima de mí”…  Y una vez más, como una metafórica bofetada, Jesús nos baja de nuevo los pies a la tierra. Por amor, por auténtico y genuino amor, hace las tareas propias de un esclavo de la época con sus discípulos. ¡Y se lo hace a todos sin excepción! Incluyendo a aquel que ya sabe de sobras que le va a traicionar. Miremos a nuestras vidas, bajémonos por un momentito de ese pedestal donde nos subimos nosotros solitos; ¡ánimo, que el suelo no nos va a morder los pies! ¿Ya estamos? Entonces, echemos un vistazo a nuestro día a día. ¿Es nuestra actitud la de Jesús? ¿Es la de Pedro? ¿O acaso somos Judas? Ya no pregunto que hablemos de la gente en general (que eso se nos da de miedo, y de ahí a generalizar, ya ni os cuento) ¿Os reconocéis en alguno de ellos en el trato familiar y cotidiano con la gente que tenéis más cercana?

Getsemaní


  
Lectura del santo evangelio según san Mateo   (Mt 26, 36-46)
Oración en Getsemaní
       36 Entonces fue Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní, y les dijo:
       - Sentaos aquí mientras voy a orar un poco más allá.
       37 Llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo; comenzó a sentir tristeza y angustia, 38 y les dijo:
       - Siento una tristeza mortal; quedaos aquí y velad conmigo.
       39 Después, avanzando un poco más, se postró rostro en tierra y estuvo orando así:
       - Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú.
       40 Volvió donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Entonces dijo a Pedro:
       - ¿Con que no habéis podido estar en vela conmigo una hora? 41 Velad y orad, para que podáis hacer frente a la prueba; que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil.
       42 Por segunda vez se alejó y volvió a orar así:
       - Padre mío, si no es posible que pase sin que yo la beba, hágase tu voluntad.
       43 Volvió y los encontró dormidos, pues tenían los ojos cargados. 44 Los dejó y volvió a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. 45 Entonces volvió donde los discípulos y les dijo:
       - ¿Todavía estáis durmiendo y descansando? Ha llegado la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 46 Levantaos, vamos. Ya está aquí el que me va a entregar.

         Llega la hora de la soledad, el momento donde Jesús se muestra vulnerable, temeroso, con su confianza en el padre tambaleándose. En los momentos de soledad, es cuando nosotros hacemos frente, sin ayuda de nadie a nuestros temores. Solos nosotros y Dios, aunque muchas veces ignoremos su presencia (o nos olvidemos de que está a nuestro lado) ¿Pedimos también nosotros que el cáliz de amargura (las malas experiencias) pasen por nosotros sin que lo probemos (no nos pasen a nosotros)? Tener miedo es algo natural, y no nos hace ser menos hombre o menos mujer el reconocer tenerlo. El dejarnos dominar por nuestros temores, o el querer que las malas experiencias no nos sucedan ya es más preocupantes. Jesús bebió de ese cáliz por que era necesario ese trago amargo para poder entender y gustar mejor lo que vendría después. ¿Vamos a renunciar nosotros a los momentos amargos? ¿Los vamos a evitar? ¿Vamos a negar su existencia?... ¿O por el contrario vamos a afrontarlos y sacar de ellos tanto conocimiento y experiencia como podamos? Si no existiera la oscuridad ¿Cómo la distinguiríamos de la luz para poder apreciarla mejor?



Viernes Santo:

   Pasión


Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan (18, 1 - 19, 42)
¿A quién buscan?
  • Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: 
  • «¿A quién buscan?».
  • Le respondieron:
  • «A Jesús, el Nazareno».
  • El les dijo:
  • «Soy yo».
  • Judas el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente: 
  • «¿A quién buscan?». 
  • Le dijeron: 
  • «A Jesús, el Nazareno».
  • Jesús repitió:
  • «Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejan que estos se vayan».
  • Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro: 
  • «Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?»
Se apoderaron de Jesús y lo ataron
  • El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo».
¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?
  • Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: 
  • «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?».
  • El le respondió:
  • «No lo soy».
  • Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: 
  • «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho».
  • Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: 
  • «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?».
  • Jesús le respondió: 
  • «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero se he hablado bien, ¿por qué me pegas?
  • Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: 
  • «¿No eres tú también uno de sus discípulos?».
  • El lo negó y dijo:
  • «No lo soy».
  • Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: 
  • «¿Acaso no te vi con él en la huerta?».
  • Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Mi realeza no es de este mundo
  • Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó: 
  • «¿Qué acusación traen contra este hombre?».
  • Ellos respondieron:
  • «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado».
  • Pilato les dijo:
  • «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen». 
  • Los judíos le dijeron: 
  • «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie».
  • Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: 
  • «¿Eres tú el rey de los judíos?».
  • Jesús le respondió:
  • «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?».
  • Pilato explicó:
  • «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho».
  • Jesús respondió:
  • «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí».
  • Pilato le dijo: 
  • «¿Entonces tú eres rey». 
  • Jesús respondió: 
  • «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz».
  • Pilato le preguntó: 
  • «¿Qué es la verdad?». 
  • Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: 
  • «Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?».
  • Ellos comenzaron a gritar, diciendo: 
  • «¡A él no, a Barrabás!». 
  • Barrabás era un bandido.
¡Salud, rey de los judíos!
  • Entonces Pilato tomó a Jesús y lo azotó. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: 
  • «¡Salud, rey de los judíos!»
  • Y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo: 
  • «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena».
  • Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: 
  • «¡Aquí tienen al hombre!».
  • Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
  • «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». 
  • Pilato les dijo: 
  • «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo».
  • Los judíos respondieron: 
  • «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios».
  • Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: 
  • «¿De dónde eres tú?».
  • Pero Jesús no lo respondió nada. Pilato le dijo: 
  • «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?».
  • Jesús le respondió: 
  • «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave».
¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!
  • Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: 
  • «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César». 
  • Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata». Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: 
  • «Aquí tienen a su rey».
  • Ellos vociferaban:
  • «¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!». 
  • Pilato les dijo: 
  • «¿Voy a crucificar a su rey?». 
  • Los sumos sacerdotes respondieron: 
  • «No tenemos otro rey que el César».
  • Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucifiquen, y ellos se lo llevaron.
   Ahí le tienen, de camino donde Caifás, de ahí a donde Pilatos, de Pilatos a Herodes y de este a Pilatos de nuevo… ¡Pero si no es culpable y lo sabéis! ¿Por qué continuáis? Ya… que queréis cargároslo a toda costa… Veo el trato que se nos da a los cristianos en muchos medios de comunicación (Redes sociales, algunos periódicos, ciertos canales de televisión), queriendo cargarnos a todos los individuos mil y un mochuelos que puedan hacer uno o dos, y me da la impresión de que la historia se repite. Los cristianos somos un blanco fácil por que se nos enseña a no responder a las provocaciones y a poner la otra mejilla. ¿Y nosotros? ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Callamos como Jesús? ¿Recordamos como él que nuestro reino, aquél donde él nos espera no es de este mundo y que la gente no tendría poder sobre nosotros si nuestro padre desde lo alto no se lo hubiese otorgado?... ¿O como Pedro, cuando las cosas se ponen feas llegamos a negarlo? ¿Somos igual de cobardes y cual avestruz, a la hora de ver el peligro escondemos la cabeza en el agujero de nuestra casa y ponemos la tele para evadirnos y negar la realidad? 2000 años de historia nos contemplan, y a nosotros no nos espera una cruz donde ser colgados, ni los leones del circo; únicamente nos enfrentamos a las palabras de los demás.
           


                                                            Vía Crucis


     ¡Salvajes! Todo mi cuerpo es atravesado por esa palabra que se rebulle con rabia en mi interior cuando veo su estado. ¿Era necesario tanto castigo? Bañado en sangre, ¡en su propia sangre!, golpeado, insultado, vilipendiado, cargando con una cruz con la que apenas puede y encima cuesta arriba y a la vista de todos; con el polvo del camino penetrando en las heridas aún abiertas… Y yo sigo mirando. Tengo unas manos grandes de trabajador, unos brazos enormes y una espalda fuerte para la que sería un juego de niños cargar con ese madero. También podría ponerme en medio de todos, tirar la cruz al suelo y liarme a mamporros con los guardias y con todo el que quisiera evitar su huída… Pero no. Como uno más, el miedo a compartir su destino, la comodidad de no complicarme la vida, tal vez el alivio por saber que eso a mí no va a pasarme, hacen que me quede congelado donde estoy. Con todo mi ser lleno de rabia y dolor por lo que veo, pero incapaz de mover un dedo. Miro mis manos nuevamente: el no hacer nada las llena de sangre, de su sangre. Una vez más, mi inacción me hace cómplice de su muerte.

            A día de hoy, mucha gente sufre de injusticia, y recibe tratos iguales o peores; cada vez que esto sucede, Jesús vuelve a recorrer el vía crucis, y nosotros quedándonos quietos, permitimos que suceda una vez más… ¿Hasta cuando?
         
                                                                     Crucifixión

 Lo crucificaron, y con Él a otros dos

  • Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota». Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: 
  • «No escribas: "El rey de los judíos". sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"».
  • Pilato respondió: 
  • «Lo escrito, escrito está».
Se repartieron sus vestiduras
  • Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: 
  • «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca.» 
  • Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
¡Aquí tienes a tu hijo! ¡Aquí tienes a tu madre!
  • Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: 
  • «Mujer, aquí tienes a tu hijo».
  • Luego dijo al discípulo: 
  • «Aquí tienes a tu madre». 
  • Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Todo se ha cumplido
  • Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: 
  • «Tengo sed».
  • Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: 
  • «Todo se ha cumplido». 
  • E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
          “E, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu”.
Ya está. Ya yace muerto y yo no he hecho nada para remediarlo. Ha sufrido un verdadero calvario. En las películas, al final el prota casi siempre acaba salvándose de las más imposibles situaciones, de muertes casi seguras. Deben tener un poder especial ¿no? Un poder … ¿mayor que el de Dios? Venga ya.
Jesús hubiera podido salvarse. Su Padre hubiera hecho lo imposible por sacarle de ese suplicio. ¿Crees que hoy estarías tú aquí, en una comunidad parroquial, leyendo esto y buscando el mejor camino para tu vida, el camino que Él nos enseñó, si hubiera renunciado a su doctrina, si no hubiera llegado hasta el final? Él estaba tan convencido de que su doctrina era verdadera que no le importó poner en riesgo su vida e incluso perderla. ¿Somos nosotros tan valientes? ¿Defendemos nuestros valores y los ponemos en práctica a pesar de las consecuencias que pueden traernos?
“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Antes de entregar el Espíritu Él mismo intercedió por nosotros, ya pidió al Padre que nos perdonara. Gracias a Él tenemos la misericordia eterna de Dios, que perdona hasta setenta veces siete. ¿Tenemos esta experiencia de Perdón, de que podemos acudir a su encuentro siempre para arrepentirnos de lo que no hacemos del todo bien, o del bien que dejamos de hacer a veces?
En este día se recuerda de un modo especial, pero domingo tras domingo en la Eucaristía tenemos la oportunidad de revivir estos momentos de perdón, este mensaje de amor y salvación.




                                                    Sábado Santo

           Ya está. Ha pasado lo que tenía que pasar. Se lo han cargado. Y yo que pensaba que sería capaz de salir indemne, que sacaría a relucir su poder celestial, o que saldría corriendo para no sufrir daños. Pero no, ha muerto de verdad. Incluso un soldado le ha traspasado el costado con su lanza. Así que ya no hay esperanza.
¿Y ahora qué? Qué soledad nos ha quedado. ¿Cómo vamos a salir adelante sin Él? ¿Habrá que abandonarlo todo? ¿Será que el camino que habíamos tomado no es realmente el mejor? ¿No tendrán razón los que le han quitado de en medio?
No puede ser, estoy convencido de que el camino es el correcto, lo sé, algo dentro de mí me lo dice, algo dentro de mí vibraba cuando le escuchaba. Pero, ¿qué hacer si no está Él para enseñarnos, para perdonarnos, para darnos valor?
Cuántas dudas me deja su ausencia. ¿Seré capaz de seguir apostando por eso? ¿Y por qué no? ¿No me había dado cuenta de que ese estilo de vida que me ha enseñado es el que me hace feliz?
Es más, ¿realmente se ha ido, nos ha dejado? ¿No nos dijo que estaría siempre con nosotros?
Confieso que tengo dudas, que no acabo de ver el futuro, que lo que me apetece es encerrarme en casa y no salir, por miedo a que me relacionen con Él. Pero hay algo, hay una pequeña esperanza, que no sé de dónde sale, pero que parece un rayo de luz en el horizonte. Aunque hoy no me ilumina nada…




Domingo de Resurrección.


Lucas 24
1 El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado.
2 Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro,
3 y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
4 No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes.
5 Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?

6 No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo:
7 "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite. "»
8 Y ellas recordaron sus palabras.
9 Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás.
10 Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas.

11 Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían.
12 Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido.

            ¡Sí! ¡Lo sabía! ¡Sabía que esa esperanza, ese rayo de luz, venía de algún lado! Pero si ya nos lo había dicho, ya nos lo había anunciado, ¿por qué no confiamos más en Él?
Ha resucitado, le han visto las mujeres (qué curioso, se ha aparecido a ellas primero). A otros compañeros les salió al encuentro en el camino, ¡y no le reconocieron! Tuvo que ponerse a partir para ellos el pan, y entonces se dieron cuenta. Espero que no me pase a mí lo mismo, espero que también me salga el encuentro en el camino y que sea capaz de reconocerle y de seguirle.
¡Qué alegría! Mis creencias, los principios que se tambaleaban, vuelven a ser fuertes en mí. Incluso más fuertes. ¿Será que ha tenido que morir para que yo me convenza de que ese es el camino? Lo cierto es que Él ha defendido su doctrina hasta las últimas consecuencias. ¿Tendré yo tantas agallas? ¿Seré capaz de vivir contracorriente, de salir de la comodidad, de ver a los demás como hermanos y ponerme a su servicio?