jueves, 30 de abril de 2009

Donde el corazón te lleve






¿Es posible enamorarse de un lugar?. Por que a mí me pasa. El sitio en cuestión se llama Pría, y se encuentra situado en Asturias.












    Hace años, las Dominicas organizaban unas convivencias allí, donde se te enseñaba a vivir con al mitad de las cosas de las que tenemos hoy en día (No había televisión, ni radio, nos teníamos que tapar con mantas por que no había calefacción, ni agua caliente en las duchas), también te enseñaban a compartir, tanto lo que es tu vida, como las labores de limpieza y cocina.








   
      Fui allí en tres ocasiones; en el verano de los años 1996, 1997, y 1998; y supuso un tremendo punto de inflexión en mi vida. Descubrí lo que había en mi vida que me gustaba y lo que no; aprendí a abrirme un poco más a la gente, y dejar un poco de lado mi timidez e inseguridad (aunque no lo creáis, soy terriblemente tímido e inseguro, pero lo disimulo muy bien), también fui cambiando mi forma de ser tan arisca, y me fui volviendo un poco más afable. Aprendí a reír y llorar con el corazón, a disfrutar de cada momento como si fuese el último; a disfrutar, a rebelarme, a lanzarme (incluso a enamorarme y llenarme de valor para lanzarme a pesar del miedo al rechazo)










   Después de eso, ya no volví, pues la programación de las dominicas no establece más de 3 años allí; posteriormente tocaban los campos de trabajo; unas convivencias donde se vive con labores de voluntariado.










   
   
Desde entonces, he sentido todos estos años que me faltaba algo; Pría era como el lugar donde acudir para buscar paz interior; esa paz que tanto nos falta a todos en el día a día; y dada la actual situación personal, familiar y profesional que estoy atravesando, lo necesitaba; sentía que moría cada día un poco más, y eso no podía permitirlo.













   Hace poco, hará como cosa de un mes más o menos, tuve la ocasión de visitar a los abuelos de mi mujer en Asturias, y me las ingenié para escapar una tarde hacia allá. Ahí estaba la casa en la que tantas vivencias tuve; el mismo paraje idílico desde el cual, se podían ver las montañas, la zona donde jugábamos al fútbol y hacíamos la hoguera de la última noche, la vieja iglesia y el viejo cementerio de al lado; nada había cambiado, incluso el aire olía igual que entonces. Todo seguía igual... menos yo. 








   
   
   Sin embargo, lo que fui a buscar, lo encontré; el poder apartarme de todo, permitirme el lujo de no pensar en nada, y recorrer de nuevo aquel lugar que marcó mi vida.







































miércoles, 29 de abril de 2009

El miedo a perder el control

Sí, todos los que me conocéis, sabéis de antemano que soy una persona extremadamente tranquila, difícil de alterar, que prefiere una sonrisa, una broma o una calmada conversación, antes que perder los papeles.
Y es que eso es lo que más miedo me da en la vida; el perder el control de lo que hago. Si fuera un alfeñique que no tiene ni media bofetada, no pasaría nada si no pudiera controlar mi genio; vendría alguien más grande y más fuerte, que me pondría la cara morada, y así, a base de golpes, iría aprendiendo modales. 
El problema es que mido 1,90 metros y peso más de 150 kgs, lo cual no me convierte precisamente en una pulga. Tengo un miedo, un pánico atroz a perder los nervios, a ser incapaz de serenarme y no distinguir amigo de enemigo, con las terribles consecuencias que ello puede conllevar. 
Pensaréis que soy un exagerado; y no es algo de lo que me sienta especialmente orgulloso; pero ya he experimentado lo que sucede a mi alrededor cuando pierdo totalmente los papeles, y no es ni bonito, ni agradable. En mis últimos arrebatos de furia (hace ya casi 10 años del último) arranqué una farola de cuajo y desconché una fachada de un puñetazo (de ahí ese sonido tan desagradable que hace mi mano derecha al cerrarse), y gracias a Dios que le dí a la pared en la que segundos antes, la persona objeto de mi furia estaba ahí apoyada hasta que se cayó al suelo. Os lo repito, NO ME SIENTO EN ABSOLUTO ORGULLOSO DE ELLO; es más, es una vergüenza que me acompañará siempre. 
Trabajar donde trabajo, donde el autocontrol de las emociones es vital, me ayudó bastante; cuando empecé, el único que llevaba el dinero a casa, a una familia de 5 miembros era yo; y el que dependieran de mí, fue la mejor disciplina para aprender a tener el genio a raya; al fin y al cabo, mi familia no tiene la culpa de mis rabietas, por lo que no deberían sufrir las consecuencias. 
Y aprendí; he aprendido a tener las emociones a raya. A tragarme el orgullo, la rabia, el dolor, la frustración... ser un perfecto autómata capaz de conservar la sangre fría para que los clientes no tengan que ver la fealdad de las emociones. Misión cumplida... tal vez demasiado bien. A base de tragarme todas las emociones, no he sabido parar, y se puede decir que a día de hoy soy un castrado emocional. No muestro emoción alguna, ni buena ni mala, por temor a sus consecuencias, por eso soy una persona tan despegada, que le cuesta incluso el tener un gesto tan normal con mis amigos como puede ser un abrazo.
Es una putada, pero por querer tener enjaulado ese monstruo que llevo dentro, dejo también encerrada la parte de mí que siente y que vive las cosas desde el corazón; sólo por el miedo a volver a dejar suelto al capullo de los primeros párrafos que no sabe frenarse... y suma y sigue, y suma y sigue. Diariamente, continuo acumulando todas las desazones del día sin atreverme a gritar ni nada por el estilo para desahogarme; y le siento ahí: gritando, gruñendo, arañando las paredes de su prisión pugnando por salir; rugiendo sus ansias de libertad; y mi yo racional, manteniendo la llave, no queriendo dejarle salir por temor a las consecuencias.
Esta dualidad soy yo; es la que tenemos todos, sólo que la mía está un poco más acentuada; dividida en dos entidades antagónicas que no se atreven a coexistir.

miércoles, 15 de abril de 2009

Sentirse impotente

   Como ya comenté en la cabecera de este blog, me educaron para ser grande, fuerte, poderoso. Mi padre vio que era un chaval más grande que la media, y desde entonces, siempre me decía: Eres más grande que los demás, debes ser el más fuerte; todo un hombre, no debes rendirte, llorar ni mostrar debilidad; de lo contrario, se te echarán encima. Mi madre, como yo era el hermano mayor, me dió el rol de tener que cuidar de mis hermanas ya no sólo por ser chicas, sino además por ser menores que yo y menos corpulentas.
   Y con esas premisas sembradas en mi cerebro he crecido siempre; siendo un tío grande, capaz de (voy a tirarme flores, pero quien me conoce sabe que muchas de ellas son ciertas) proezas físicas que pesonas normales son incapaces de llevar a cabo, y con un afán de proteger a los que no han sido tan dotados por Dios físicamente como yo.
   José el grande, José el fuerte, José el que protege a los demás; nunca se rinde, hace lo que nadie es capaz de hacer. ¿José? No es de este planeta; no es humano, es más que eso... e infeliz de mí, me lo creí.
    Hasta que una serie de accidentes me ha dejado el hombro izquierdo hecho una mierda después de 3 luxaciones en 7 años, a cada cual más dolorosa. 
   La primera, fue en 2002, haciendo pesas: un no prestar atención, un no querer soltar la mancuerna a pesar de que el ángulo y el peso hacían imposible corregir la postura y... cuando me quise dar cuenta, el brazo había pegado un giro de 360º hacía atrás. 3 Semanas con el brazo en cabestrillo y ¡hala, a volver al curro sin rehabilitación ni nada! ¡Muchas gracias, Seguridad Social!
   La segunda fue trabajando en el 2005. Era un Domingo de apertura y tenía que coger una alfobra para un cliente del almacén. Me dirigí allí y me subí para cogerla; pero estaba atrapada; y empecé a tirar. Al principio, la alfombra se resistió, por lo que pegué unos tirones un poco más firmes; y de repente, la alfombra salió disparada. Con la inercia del tirón, perdí el equilibrio, viéndome en la circunstancia de ser derribado por mi propia fuerza, si no fuera por que mis reflejos hicieron que mi brazo izquierdo se aferrase a un pilar metálico de los estantes; La inercia del tirón con mis propias fuerzas, más mi peso hiceron el resto. Esta vez se trataba de un accidente laboral, por lo que el seguro médico se tenía que hacer cargo; y aquí había una oportunidad de arreglar las cosas. Pero no; otras 3 semanas con el brazo en cabestrillo; y cuando pregunté por una posible rehabilitación, la respuesta fue la siguiente: ¿Para qué? Mira, te puedes tirar cuatro años haciendo sobreesfuerzos sin que pase nada, y a lo mejor, un día te levantas de la cama, te estiras, y se te vuelve a salir el hombro del sitio. ¡Viva y bravo! ¡Hacer la carrera de medicina para soltar perlas como esa! Aquí me viene a la cabeza pensar que eso del juramento hipocrático (en el que se supone que no se ahorran esfuerzos por la salud de los semejantes) algunos lo hacen pensando en que tiene más que ver con la palabra hipocresía que la similitud en el nombre.
   La tercera ha sido recientemente. Estaba durmiendo cuando noté un tirón, la reacción típica irracional, es moverse para corregir la postura y... el crujido del hueso saliéndose del sitió acompañó al intenso dolor que ya conocía. A las 5 de la mañana salir zumbando a urgencias otra vez. Pero esta vez, el hombro no necesitó ayuda para volver a su sitio como las veces anteriores (¡Hasta 6 personas la primera vez! (4 de ellas chicas de práctica que estaban de muy buen ver, todo hay que decirlo)), si no que se colocó solo al ponerme en posición para la rediografia.... Una semana con el brazo en cabestrillo, y aún estoy esperando a que me quieran hacer la resonancia para determinar de qué forma me van a operar (eso sin molestarse en mirarme siquiera) 
   Mientras tanto, aquí sigo: de baja hasta que me operen (que al ritmo que van, me puedo morir de asco esperando), sin poder hacer lo cosas que para mí eran normales (pesas, trabajar, reponer botes de pintura, ayudar a mis compañeros a montar cabeceras potentísimas de ofertas, pelearme de broma con empujones). Todo eso, ahora mismo está limitado por un brazo que en condiciones normale spodría levantar a una persona sin esfuerzo, y que ahora, puedo dar gracias si puedo llevar mi guitarra a cuestas con ese brazo asiendo la funda por las asas; por no hablar del dolor que siento a veces que me hace pasar unas noches malísimas.
   No más "Poderoso José Luis", ahora soy un ser humano limitado que no es ni la sombra de lo que ha sido, y que espera anhelante poder recuperarse para volver a ser el de antes

lunes, 13 de abril de 2009

Cuando caen los ídolos

   ¡Qué recuerdos cuando de pequeños, todos teníamos un héroe, una figura de referencia! Sí, en algún momento de nuestras vidas, todos los chicos hemos visto en nuestros padres como algo grande, inmenso, un ideal a seguir e imitar.
   Yo recuerdo que veía al mío como a un gigante; un ser de gran fuerza (con bastante mala leche cuando se enfadaba) y alguien que siempre sería más fuerte, más rápido y más listo que yo. Me encantaba verle jugar al ajedrez con mi tío los Domingos, que nos llevase de paseo al campo, que jugase conmigo al fútbol y con mis indios y vaqueros de plástico, e ir a un bar a tomar patatas bravas.
   Pero como a todos, los ídolos se me acabaron cayendo. No sé el momento excato en el que sucedió, o tal vez se trato de una serie continua de decepciones, el caso es que mi padre acabó cayéndoseme del pedestal donde le tenía. Tal vez mi crecimiento desmesurado y avanzado, por el cual, con 10 años ya me ponía su ropa; o a lo mejor al ir adquiriendo conocimientos e inteligencia, descubrir que mi padre NO era tan listo ni tan justo, ni tan héroe como yo creía que era, puede ser por lo desmesurado de sus castigos a veces, o por que no quería escucharme cuando discutíamos y se creía en posesión de la verdad absoluta. Digamos que mi etapa rebelde comenzó antes de la pubertad, y fue cuando esa visión tan positiva que tenía de él, se resquebrajó en mil pedazos para dejar paso a sus defectos; y ahí estaba yo, sintiéndome moralmente superior a él, como si mi propia mierda no oliese a pesar de que estaba resbalándome por las rodillas.
   Recordaba cómo él me decía "Hijo, jamás fumes, que es muy malo" y sin embargo, él fumaba tres cajetillas diarias de "Habanos" (Para los que nunca han fumado, dentro de lo que es el tabaco negro que es de los más fuertes, esa marca es una auténtica salvajada para los pulmones), y llevaba haciéndolo desde los 11 años. También me decía eso de "Que no te pille bebiendo alcohol" mientras se tomaba un cubalibre o una cerveza...
   Más sin embargo, con eso y con todo, el que se me cayera del pedestal, no me ha hecho quererle menos; a pesar de que sé que no voy a poder discutir con él, por que es de mente muy cerrada y sigue sintiéndose en posesión de la verdad absoluta (debería irse de cañas con Jiménez Losantos; de ahí, o se hacen amigos, o por lo menos mi padre acabaría partiéndole la boca, con lo que probablemente le devolvería al pedestal en el que le tenía en mi infancia); a pesar que en cuestiones políticas choquemos (de las religiosas mejor ni hablo), y de que no veamos la vida de la misma manera, no puedo cambiarle; y tal vez no quiera, pues a él le debo lo que soy; gracias a su forma de ser, y a sus reacciones, yo he ido formándome una imagen de la vida, me he ido formando como persona; y de él he aprendido muchas cosas.
   No puedo negar que soy su hijo. Además de tener su mismo color de ojos (los míos a lo mejor un poco más azulados que los suyos) de él he aprendido a trabajar duramente, a esforzarme, a luchar apasionadamente por lo que creo y esforzarme por defender mi postura con uñas y dientes. Sí, resulto a veces un poco grosero, pero eso no se le puede achacar a él; pues siempre se esforzó por que yo fuera un hombre bien educado, y que tuviese las oportunidades que él no pudo tener. Es decir, se esforzaba en que yo fuese mejor persona que él; y eso para mí tiene un valor incalculable, aunque él no pudiese evitar soltar las burradas y bestialismos que soltaba por la boca, se cuidaba muy bien de que yo supiese que eso no estaba bien. ¿Cuantos padres a día de hoy serían capaces de reconocerse un mal ejemplo para sus hijos ante ellos con el fin de que estos sean mejores personas? Sin saber que se llama así, mi padre ha usado la psicología inversa conmigo, y es algo que poca gente está preparada para hacer.
   Con el tiempo, uno ve las cosas con perspectiva, y son más las cosas positivas que las negativas que me quedo de él.
    Sí, he sido fumador; el haber querido experimentar qué se siente al fumar, me llevó a ello. Pero también tuve la fuerza de voluntad de dejarlo; fuerza de voluntad que se veía reforzada al ver los estragos que el tabaco iba haciendo en su salud. Sí, también bebo; pero afortunadamente es un vicio que mantengo bastante a raya. Como mucha gente, he tenido mis momentos de borrachera (de muchos de ellos no me siento particularmente orgulloso), pero esos días pasaron. Por supuesto que me encanta la cerveza. Pero ni la tomo a diario, ni abuso de ella... la disfruto siempre acompañada de unas buenas bravas y una mejor compañía y conversación. Sí, también me he metido en muchas broncas (y algunas de ellas le harían sentir muy orgulloso como "Macho español" que es), pero ese tiempo también pasó, y con los años me he vuelto más inteligente y sabedor que la violencia jamás me conducirá muy lejos ni me dará grandes satisfacciones aunque se me antoje la solución más sencilla.
   Pero también he heredado de él mi amor por la naturaleza y los animales, el disfrutar de hacer el muerto en la piscina panza arriba sintiéndo como los rayos del sol me tuestan mi oronda barriga, el ser un pilar firme para la gente que me rodea y alguien con quien contar. 
   Todo eso, se lo debo a él (también a mi madre, pero de ella hablaré en otra ocasión, pues también tengo cosas de ella en las que mi padre no contribuyó) y por ello (aunque sé que las posibilidades de que llegue a leer esto son nulas) siempre le daré las gracias.