Una
vez más, ahí viene; tranquilo, seguro de sí mismo, dispuesto a
satisfacer su deseo. Sé de sobras a lo que viene, y una vez más, da
igual que yo quiera o no hacerlo.
Sonríe
según se va acercando a mi. ¿Por qué no soy capaz de rebelarme?
¿Por qué no le digo que no quiero hacerlo? ¿Por qué no negarme a
sus deseos? Sé la respuesta más que de sobra: para él, yo soy suya
y de nadie más; y como tal, es mi deber satisfacerle, lo quiera o
no. "Sabes que te gusta" me dijo en una ocasión para
justificarse.
Ya
le tengo a mi lado; sin preámbulo alguno, y casi con avidez, abre la
cremallera sin apenas delicadeza, desprendiéndome de mi vestimenta,
la cual, acaba tirada en el suelo de cualquier manera, y sin ningún
miramiento. Antes de darme cuenta siquiera, ya estoy en sus manos;
esas manos grandes y fuertes, cuyos dedos son capaces de reducir
aplastar un cráneo como si de un huevo se tratase. ¿Resistirme?
¡imposible! ¡Es demasiado fuerte para mi!
Empiezo
a notar cómo sus enormes dedos van recorriendo mi anatomía:
presionando aquí, pellizcando allá... sin apenas darme descanso, y
sin poder resistirme. Tan bruto, tan áspero en el tacto, tan falto
de la delicadeza digna del gentil amante que debiera ser, y sin
embargo... no puedo evitar responder a su tacto; fuerte,
excesivamente tosco y rudo, y que, no obstante, me hace perder la
cabeza y dejarme llevar, respondiendo así de manera satisfactoria
para él según sus deseos.
Sus
caricias nunca fueron gentiles, jamás me susurró, ni me dedicó
melosas frases de cariño. Siempre fue un hombre de esos que van
directos al grano; sin preámbulos, sin dulzura, buscando sólo su
propia satisfacción personal... y yo no puedo considerarme algo más
que un mero objeto que está ahí; siempre dispuesta para él, y
rogando por ser lo suficientemente buena como para que no se canse de
mí, y me deje por otras... o me acabe desechando de su vida.
Soy
estúpida, lo sé; pero no puedo evitarlo. No puedo evitar el
necesitarle, el sentirme vacía sin él; un trasto viejo e inútil
cuando él ni me mira. Le necesito... ¡LE QUIERO!, y eso, en parte,
es lo que me hace tan imposible el dejarle. Por ese motivo accedo
siempre a sus deseos, quiera o no; porque para mí, él es todo mi
mundo y mi universo, y da igual que me trato con más o menos cariño,
que le de igual que yo quiera satisfacerle (o tenga ganas siquiera),
o no... él es mi dueño y señor, y es mi deber cumplir sus deseos.
Sus
manos, sus dedos siguen ahí, apretando, arañando y pellizcando;
haciéndome suspirar o aullar, respondiendo así a su tacto, a sus
"caricias". La fuerza y velocidad con la que sigue el acto
va aumentando, noto su sudor resbalando por su piel hacia mi, empiezo
a oír cómo su respiración se acelera y entrecorta... incluso puedo
notar su enorme corazón palpitar en ese corpachón de buey; cómo
cada pulsación reverbera en todos y cada uno de los centímetros de
su piel, incluso en esos dedos que me manosean y aprietan
inmisericordes. Sí, noto cómo los latidos de su corazón golpean
incluso a través de las yemas de sus dedos, esos dedos que... ¡Dios
mío, que enormes e indescriptiblemente fuertes que son!
Ya
queda poco, lo sé. El clímax está bien próximo; y sólo espero
que no me golpee al terminar, ni me arroje al suelo con dureza y
desprecio. He oído que algunos lo hacen: algunos al terminar, nos
golpean fuertemente y sin piedad, y nos dejan por ahí tiradas,
rotas, despreciadas, como si no hubiésemos significado nada.
"¡Temina!"
Grito para mis adentros "¡Termina de una vez, cerdo egoísta!
¡Acaba de quedarte satisfecho, y déjame en paz!" No sé ya si
le desprecio a él por lo que me hace, o a mí misma por permitirle
hacérmelo. Pero nunca se lo digo de viva voz, nunca me rebelo, nunca
me niego... ¿Por qué? Porque (y que Dios me perdone, pero me
avergüenza reconocerlo) en el fondo me gusta. En lo más profundo de
mi, sé que mis respuestas no son fingidas sólo por complacerle; a
pesar de su rudeza, he de reconocer que sabe donde tocarme y cómo
hacerlo; y que cuando me toca, no sólo me siento deseada, si no a la
vez, querida.
"¡Sigue,
sigue mi amor!" le digo sin palabras con mis respuestas a sus
actos "Ya queda poco, y esto lo vamos a acabar juntos"...
Ya lo noto, ya está a punto de terminar; lo sé porque su ritmo
empieza a decrecer, y porque, a pesar de su rudeza y tosquedad, le
gusta acabar de manera suave, con una caricia genuina y
sorprendentemente delicada, justo antes de separar su cuerpo del mío.
Ya
ha finalizado, y una vez más, suspiro aliviada al ver que no me
golpea, ni me tira como si fuera un desperdicio. Al contrario, vuelve
a cubrir mi desnudez, y sube con cuidado la cremallera de nuevo.
Sé
que me vais a decir que soy tonta, que soy estúpida, pero le amo; le
amo y le necesito con locura, y no puedo soportar la idea de que esos
dedos ásperos, toscos y faltos de gentileza, toquen a otra como me
tocan a mi. ¡Te amo con toda mi alma, mi vida!
Muchas
gracias por escucharme; ahora me siento liberada, aliviada, y eso
pesa más que la vergüenza por reconocer públicamente lo adicta que
soy a este hombre
Es hora de salir del anonimato.
Desde
que existe internet y las redes sociales, eso no existe; así que
antes que alguien exponga mi rostro por mí, ya lo hago yo.