Recibí la noticia recién comenzada mi jornada laboral de un
Miércoles que empezó alegre; primer día de clase de mis hijos, y
recién felicitada por su cumple una de mis primeras alumnas de
guitarra de la que, además, fui uno de sus catequistas (y en esta
familia le tenemos especial cariño)
Aunque en mi fuero interno intuía que pasaría, (la última misa de
este Verano en la que pude verte, ya me hizo temer lo peor) no
esperaba que fuese TAN pronto, y ya mi mente no podía pensar en otra
cosa. El aluvión de mensajes que fui recibiendo a lo largo del día
iban golpeando de forma repetitiva en mi ánimo, como la quemazón
del sudor cayendo en una herida recién abierta, y costándome un
esfuerzo titánico el poder actuar de cara al público con
naturalidad, como si nada hubiera pasado; y rogando por terminar ese
día mi jornada pronto, para poder ir a la parroquia a decirte
“Adiós”
La Parroquia: aquel lugar donde nos conocimos allá por 1995, recién
llegado como estaba a Torrejón, y donde, desde aquel día de inicios
de Septiembre, saludabas con ese canturreo tan tuyo: “¡Hoooooola,
jóvenessssss! ¿Qué tallllllll?” ¡Dios! Hasta el saber que ya no
voy a oírtelo duele. Un chaval enfadado con el mundo por ser
apartado en su adolescencia del lugar donde creció y tenía a todos
sus amigos, para venirse a vivir a la otra punta de Madrid en la que,
a pesar de tener a casi todos sus primos, ninguno le hizo ni el más
remoto caso, acentuando ese sentimiento de soledad.
27 años, que se dice pronto, desde que nos conocimos, toda una
vida, y aquí hemos compartido precisamente eso: Vida… y Fe, no lo
olvidemos, que también es importante, y pasamos por ello como de
puntillas. 27 años en los que hemos vivido en esta comunidad
parroquial muchas cosas: El primer intento de Consejo Pastoral
Parroquial (del que entre nuestras grandes amigas, las Dominicas y
tú, quisísteis que formase parte del mismo), el auge de grupos de
jóvenes (cerca de ¡200! llegamos a ser), la espantada de los mismos
poco antes de la marcha de las Dominicas, marchas solidarias junto a
todas las parroquias (testigo de las cuales ha tomado Manos Unidas
con su carrera de todos los años) y mercadillos solidarios de
Comercio Justo del Comité Óscar Romero (a día de hoy, desaparecido
también; no es un reproche, es un hecho), el decir dolorosamente
“Adiós” al Padre Juan (y a mucha gente más de esta Parroquia),
compañero de fatigas tuyo desde el Seminario.
Justo antes del “Annus Horribilis” que supuso para el mundo el
2020 con el Covid, tuvimos la inmensa suerte de ir juntos al
encuentro “Vida compartida” en Valladolid con nuestras viejas
amigas, las Dominicas, en representación de nuestra parroquia; y ese
viaje juntos en coche, nos hizo compartir muchas confidencias y
sentimientos de todo lo vivido: las cosas alegres, y las más
dolorosas. Aunque no recuerdo muchos detalles de la misma (casi 3
horas de ida y otras 3 de vuelta, dieron para mucho que hablar),
atesoro ese “ratito”, las sensaciones, y tu reacción cuando me
abrí en canal al expresar el dolor de corazón que produce ser “el
inadaptado”, aquel del que cuando se hacen “grupitos” la gente
siempre “se olvida” de invitar; el “distinto” (por no decir
“El raro”)...permaneciste unos instantes callado, y a
continuación dijiste: “Pero sigues aquí. Otros se habrían
rendido, se habrían marchado; y tú, en cambio, permaneces, a
diferencia de aquellos que te olvidan. No sólo eso: para otros
jóvenes como tú, eres un ejemplo, y se han sentido cómodos
contigo, porque les das testimonio de que en la Iglesia hay sitio
para TODOS.
Ese día 7 de Septiembre, mientras la noticia corría como la
pólvora, y me hacía arder el teléfono, y prácticamente agotar la
batería; me di cuenta de las vidas de cuántas personas habías
tocado, y no sabían nada, porque hacía ya años que se habían
marchado de la parroquia. ¡Debían saberlo! Traté de buscarlos a
casi todos aquellos de los que tenía contacto y no lo supieran aún;
ya fuera porque los tenía de contacto en el móvil (y rogando a Dios
porque no hubieran cambiado de número), o por Redes Sociales. En
efecto, aunque ya no forman parte de nuestra comunidad, por propia
voluntad, todos recibieron con tristeza y dolor la noticia. Algunos
pudieron acercarse a la parroquia; otros van a hacer lo posible por
venir el próximo día 7 de Octubre: y todos coincidían en una cosa:
Tu marcha supone el Fin de una época (palabras textuales de todos
con los que he hablado); una muy bonita e importante, y que supuso
una gran influencia en sus vidas. Ese día, una parte de esas
personas se marchaba contigo, y les dolía.
18:00 del día 7 de Septiembre. Tuve la suerte de poder terminar mi
jornada pronto, y poder llegar desde Guadalajara sin apenas tráfico,
se ve que Dios quería que pudiera llegar, y cuando lo hice, tú aún
no lo habías hecho.
Cuando ya ibas a hacerlo, el personal de la funeraria nos ofreció
la posibilidad de poder llevarte al altar; la verdad es que se me
antojaba necesario: si alguien debía llevarte allí, habíamos de
ser miembros de la Comunidad Parroquial; gente cuyas vidas habías
tocado, y con quienes tanto habías compartido, y no alguien anónimo
que seguramente ni te hubiera llegado a conocer. De los presentes,
varias cabezas se giraron hacia mí, y, sin pensarlo ni dudarlo, me
ofrecí a ello, aceptando esa silenciosa petición: era para mí, una
forma de poder agradecer el servicio dado a la Parroquia y sus
gentes, una forma de darte servicio a ti; un honor, el cual aunque
físicamente estaba capacitado para ello, dudaba si realmente era
merecido por mi parte; si no habría alguien “más digno” de
acompañarte y llevarte en dicha procesión.
Nos coordinamos para poder hacerlo de la forma más solemne y segura
posible; el féretro lo encontré sorprendentemente ligero, y al ver
todos los rostros doloridos de la gente, sus ojos inundados de
lágrimas, costaba muchísimo no dejarse llevar por el sentimiento
generalizado, y concentrarse en la labor. Recuerdo que iba todo el
camino rogándole a Dios que a ninguno nos flaqueasen las fuerzas, ni
tropezásemos, provocando un desastre; en constante alerta y
pendiente del resto de mis compañeros por si acaso alguno fallaba
(incluyéndome a mí mismo). Suspiré aliviado y le di gracias al
Padre porque todo saliera sin contratiempos.
Me he extendido mucho, muchísimo; y aún siento que me dejo cosas
por decir, Andrés. En realidad, esta carta de despedida no es sólo
para ti; si no que también es para mí, para dejar salir todo esto
que llevaba dentro; y por ello, quiero pedirte perdón, por haberte
usado, en parte, con fines un poco egoístas.
Perdón, también por no haber sacado un ratito para visitarte en el
hospital, a pesar de no querer que te agobiásemos cuando estuviste
ingresado, ni a casa; perdón por no haberte, al menos escrito o
llamado; aunque sé, que desde el cielo, esbozarás esa sonrisa tan
tuya, habiéndome perdonado incluso antes de yo pedírtelo.
Y GRACIAS, por tantos años aquí con nosotros; de servicio, de Vida
compartida, de sonrisas, convivencias, cantos… y me quedo corto,
créeme.
“¡Hooooola, jovenessssssss! ¿Qué talllllllll?…
¡Mierda, cómo lo voy a echar de menos!