jueves, 8 de abril de 2010

Decepción

No sé ni cómo abordar este tema, ni como empezarlo sin que suene escabroso; pero supongo que al haber sido una situación complicada en sí. Es la historia de una de tantas decepciones que he tenido en los últimos años, y que ha dolido especialmente... tal vez contándolo aquí, pueda quitarme parte de esa sensación amarga que tengo ahora mismo por dentro. Sé que algun@s de los que tienen el mal vicio de leerme (¡Cómo se aburre la gente a veces ;)! ) se sentirán molest@s conmigo por no habérselo contado; pero creedme cuando os digo que consideré que era un caso de esos en los que cuanto menos se sepa, mejor. Mejor empiezo a contar ya...
Conocí a una muchacha este verano que de buenas a primeras, me dejó una muy buena impresión: Natural, simpática, amiga de sus amig@s, pendiente de l@s más pequeñ@s, y presentando unos signos de madurez poco propios para su edad. Congeniamos enseguida, y según íbamos cogiendo confianza y charlando, iba descubriendo en ella, pequeños trocitos de mí... era como echar un vistazo a lo que había sido mi adolescencia; reconociendo en su personalidad y forma de comportarse, rasgos de mi propia persona cuando tenía su edad; miraba con ternura y aprobación cuando tomaba una actitud y determinación de ayudar a l@s pequeñ@s, o cuando meditaba las cosas y se las tomaba en serio; a la vez que sufría con ella cuando se sentía incomprendida al ver las cosas desde una óptica distinta a las de l@s demás, y cómo esta gente que la rodeaba, la miraba muchas veces con extrañeza debido a ello, pues sabía exactamente cómo se sentía.
Esos últimos momentos la dejaban muy baja de ánimos. Yo conocía a la perfección dicha sensación, y qué pasa por tu cabeza en esos momentos; como también sabía que en esos momentos, lo que más se necesita es un oído amigo para poder desahogarse; así que en parte como educador, en parte viendo a mi yo adolescente pidiéndome ayuda a gritos a través de su situación, me brindé a intentar ayudarla.
No os creáis que me zambullí de cabeza en su vida, ni que me tiré en plan salvapatrias. Siempre he tenido la cabeza bastante fría; y como ya sabéis, siempre intento que la razón guíe la mayor parte de mis actos; y por lo tanto, siempre fui consciente de las siguientes cosas:
- En esos momentos yo era una figura adulta en la que confiaba; por lo que parte de lo que le dijese podía afectar a su forma de actuar, por lo que tenía que medir mucho mis palabras.
- A pesar de haber mostrado signos de madurez poco propios para su edad, seguía siendo una chica menor de edad y (aunque no le gustase que me refiriese a ella con dicha palabra) una niña al fin y al cabo.
- En la adolescencia, se tiende a buscar modelos de conducta fuera del hogar familiar, y este tipo de personas, suelen buscar a alguien con quien sientan afinidad y les preste atención.
Total que me propuse ser una especie de... ¿cómo decirlo? ¿Tutor? Demasiado grandilocuente para mi gusto, pero teniendo en cuenta mi forma de actuar, creo que es la palabra que mejor encajaría. Con sumo cuidado, sabiendo que en la adolescencia es cuando se forma gran parte de nuestro carácter y forma de ser, fui escuchándola cuando lo necesitaba, prestándole atención, dándole apoyo, intentando darle los consejos correctos desde mi experiencia de vida, y rezando por dentro por no estar equivocándome; intentaba ser una especie de roca a la que aferrarse cuando las mareas de las dudas amenazaban con arrastrarla al fondo de los mares de la incomprensión y la desesperación (¡qué pedante y presuntuoso me acaba de quedar esto!)
A veces, cuando me contaba el rechazo que llegaba a sufrir en el instituto por parte de la gente por ser como era, o cómo se burlaban de ella por ser la que cuida del resto de la gente, me dolía como si me lo estuviesen haciendo a mí. Cuando me decía que estaba cansada de ser la que siempre está pendiente y cuidando de l@s demás, y que luego era incapaz de encontrar apoyo y consuelo en la gente de su alrededor cuando ella estaba mal (no por que no hubiese gente dispuesta a ello; si no por que les veía incapaces de hacerlo), me sentía totalmente identificado, e intentaba buscarle las palabras correctas de ánimo que a mí más de una vez me hubiese gustado escuchar (Supongo que llegados a este punto, varias personas que conozco estarán mosqueadas conmigo al ver que eso es lo que pienso a veces de la gente que me rodea: No os estoy menospreciando, en serio; es que en esos momentos, me resulta muy difícil creer que alguien a quien yo he ayudado a levantarse, sea capaz de levantarme a mí... otra vez pecando de orgullo y presunción).
Creía, rezaba con todas mis fuerzas por que estuviese haciendo lo correcto; pero de repente, todo empezó a torcerse. Empezó por una ¿discusión? ¿malentendido? no lo sé, pero empezó con una confidencia que me hizo, en la cual se vertía una acusación bastante grave hacia una tercera persona; acusación la cual, me resultaba un poco difícil de creer; para luego rematar la conversación con un "de esto que no se entere nadie". Por experiencia sé que cuando alguien tiene una conversación de ese calibre contigo, y la inicia o remata con dicha frase, es que hay más de una laguna en la historia que no le interesa que sepa.
El caso es que de repente empezó a comportarse de una forma muy extraña, como si tuviese dos caras (o muchas más), y comencé a detectarle varias ocasiones en que a mí me decía unas cosas, y a otras personas otras muy distintas. ¿Por qué ese doble juego? No lo sé, pero la persona que empecé a descubrir, no tenía nada que ver con la que había conocido en el verano: Una persona que no le importaba mentir con tal de cubrirse las espaldas, que intentaba derivar las conversaciones hacia donde quería y poder montar trampas con ellas con tal de salir indemne... Me ví de repente en una espiral en la que no sabía muy bien cómo me había metido, y de la cual iba a ser tremendamente complicado salir.
Gracias a Dios, una persona que conocía a esta muchacha, y a la que no le cuadraban muchas de las cosas de las que iba diciendo, decidió hablar conmigo para intentar esclarecer lo que estaba ocurriendo; y a raíz de esa conversación, encontré una vía de escape a ese callejón sin salida en el que me encontraba. (Mil gracias de nuevo)
Ahora sé que muchas cosas que me dijo eran mentira: Su madre no tiene cáncer como pretendía hacerme creer, por ejemplo... y otras cosas que me dijo, empiezo a ponerlas en duda: No es que ese chico se quisiera acostar con ella, es que simplemente la rechazó un fin de semana; No es que sus padres le dejasen estar en el ordenador hasta tarde, es que ella no les hacía caso cuando le pedían que lo apagase... y así con varias cosas más.
No es la primera decepción que me llevo con la gente en mi vida; y probablemente, tampoco será la última. Pero me ha dolido especialmente por cómo me estuvo engañando, y cómo ha estado jugando con la gente que la rodea; gente que la quería y que estaba más que dispuesta a ayudarla. No tenía necesidad de mentirme; no iba a juzgarla mejor o peor por su forma de ser; y aún así, lo hizo. ¿Cómo? ¿Cómo volver a confiar en esa persona? Y de las (de momento) dos caras que me ha mostrado ¿Cual es la verdadera? ¿Cual es la que me tengo que creer de verdad?
Un amigo mío me ha dicho en alguna que otra ocasión que admiraba de mí mucho una virtud, que a la vez es una debilidad que yo tengo: y es que me gusta fijarme en el lado bueno de la gente, y que quiero creer que la gente es buen, a pesar de los distintos tropezones, desencuentros y desencantos que he tenido en la vida (sí, chato, me refiero a ti precisamente).
Pues bien, en momentos como este, de máxima decepción, yo también siento a veces que mi yo emocional se tambalea (aunque siempre luche por tenerlo encerradito y reprimido como tú dices), y me cuestiono si realmente merece la pena ser como soy; si no sería más fácil mandarlo todo a la mierda, y preocuparme sólo por mí mismo, y que a los demás les den un peine; que si ya tengo bastantes problemas yo como para ponerme a cargar con los del resto de la gente... Sí, me lo planteo y le doy mil vueltas a la cabeza.. incluso a veces, me he sentido con el propósito de actuar así: mirando sólo por lo mío y l@s demás que se apañen... Pero me conozco demasiado bien, y soy demasiado viejo para cambiar: por mucho que me haga un propósito firme al respecto de pasar de los demás e ir a mi bola, seguiré dejando lo que esté haciendo para ir a intentar levantar al que se ha caído, de escuchar a quien me lo pida y necesite aunque tenga la cabeza a punto de estallar de cosas, y cosillas por el estilo...
Si no lo hiciese, no sería yo ¿no?

2 comentarios:

  1. A mi me pareces una persona maravillosa, y reconozcamos que te conozco más bien poquito. Pero se te ve transparente, y algunas personas todavía apreciamos esas virtudes de la gente.

    Egoistamente te diría que pensaras solamente en ti, pero eso es algo que yo también digo mucho, y luego voy corriendo tras el que me necesita.. Somos asi, Josele y ya no se nos puede cambiar! ;D

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  2. josele,no cambies,porque si a raiz de esto lo hicieras,sinceramente,me decepcionarias.
    Eres una de las mejores personas que conozco,¿Vas a cambiar por una cria que solo tiene afan de protagonismo y lengua viperina?la respuesta es facil,NO.
    No te preocupes por lo sucedido,tu has sido un gran ejemplo para muchos(me incluyo entre ellos) y no siempre te puede salir todo bien.

    Un abrazo,hermano.

    Samu

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