lunes, 19 de septiembre de 2011

Otra más...

    "Otra más" Le pido al camarero al ver el vaso vacío de nuevo. He perdido la cuenta de cuantos vasos he vaciado hoy; y probablemente, habré perdido el habla y la noción del tiempo cuando el camarero decida que ya he bebido suficiente. Suficiente para él y para engordar su bolsillo, demasiado para mi salud física, mental y emocional; y sin embargo, pido otra más, como si esto fuera la solución a todos mis problemas; y apuro los vasos como se apuran las horas del día mientras pido otra más.

      Increíble prodigio es este; el de un líquido frío al tacto, que sin embargo, tiene la facultad de abrasarme la garganta, y llenarme de un calor que hace tiempo que no siento. No me sorprende que en las películas del Oeste, los indios lo llamen "Agua de fuego", pues es un nombre que lo describe increíblemente bien. Tiene la textura y el color del agua, pero el poder de abrasar las gargantas, los cuerpos, y las mentes; el cruel y maldito licor, y a la vez, deseado y ansiado; y no dejo de introducirlo en mí.

   ¿Y qué busco al beber? Depende de a quién le preguntes; hay quien bebe para olvidar algo; ya sea que su vida es desagradable, o un dolor que no se puede quitar de encima. Hay quien lo hace para divertirse; no le gusta el cine, ni el teatro, y son demasiado tímidos para relacionarse, y este pequeño milagro líquido que nos hace más majos y simpáticos hace su aparición. También hay quien está enganchado simplemente, y es incapaz de dejarlo.
    Pero me preguntas a mí en concreto, y justo es que te responda, mientras los vapores etílicos aún me dejan expresarme con un mínimo de lucidez, y de forma inteligible.
    Podría decirse que en parte bebo para olvidar, y a la vez me sumerjo en las profundidades del vaso o la copa para buscar.
    ¿Olvidar el qué? En mi caso es más concreto olvidar "a quién" Bebo para olvidar a una mujer; a una mujer y al destrozo que está haciendo en mi vida su ausencia; y el saber que no volverá, y que no podré recuperarla; sé que hay un momento en el cual, el alcohol hace su efecto, y borra mi memoria a corto y largo plazo; y por eso introduzco este veneno líquido en mi cuerpo, con la intención de abotargar mi mente y ser incapaz de recordarla y de recordar lo desgraciado que soy sin ella. Bebo para olvidar el sonido de su risa, el bello color de su mirada, el suave olor de sus cabellos, y la suavidad de su piel. Bebo para olvidar cómo me gustaba contemplar su espalda desnuda, los pliegues que su cuerpo hacían en mis sábanas, y los complicados dibujos que su melena despeinada hacían sobre mi pecho.
   ¡Dios, la echo tanto de menos! ¡Me duele tanto recordarla y recordar que no está...! Que no puedo con este dolor, necesito olvidar, necesito olvidarla.... y por eso pido otra copa más.
   Y sin embargo, bebo a la vez para buscar. Una vez, una de esas tantas en las que había perdido la cuenta ya de las copas que había pedido al camarero, vi a un ser de belleza excepcional. Alguien podría creer que fue una ensoñación producto del alcohol, o que creí ver algo que jamás estuvo allí, pero yo sé que no es verdad. Estoy totalmente seguro de lo que vi, y esto fue la más bella mujer que jamás me había cruzado en la vida. Creyendo que estaba viendo a través del vaso, dejé de beber y me quedé observando en la misma dirección, pero no había nadie; y al volver a alzar el vaso, allí estaba de nuevo.
    Tal vez conservaba algo de lucidez para razonar como lo hice, o a lo mejor estaba demasiado borracho como para ocurrírseme una idea tan rara, pero pensé que aquella criatura corría el peligro de ahogarse allí, tal como estaba, sumergida en el fondo del vaso, por lo que acudí raudo en su rescate intentándolo de la mejor manera que se me ocurrió: vaciándolo. Mas cuando apuré hasta la última gota del licor, la chica ya no estaba. ¿Me la habría bebido? ¿Me había convertido en una especie de caníbal? Esa idea me horrorizó al instante; pero para salir de dudas, decidí pedir una copa más...
   Y allí estaba nuevamente ella; sonriente, esperándome. Comprendí que no corría peligro alguno, pues alguien que se está ahogando, no sonríe tan abiertamente. Deduje entonces que se trataba de una sirena, pues sólo alguien así sería capaz de sobrevivir en un medio subacuático. Yo sin embargo, había decidido convertirla en mi princesa, mi reina; la mujer por la que estaba dispuesto a dejarlo y arriesgarlo todo. Quise convertirla en la doña Jimena que yo como Cid campeador me veía. Y sin embargo, resultó ser más bien una Dulcinea del Toboso, ignorante y desdeñosa de este Don Quijote que yo estaba resultando ser; capaz de ver bellas damas en el fondo de un vaso. ¿Cogería yo en mi etílica ensoñación el cubo de los hielos a modo de yelmo, y cabalgaría sobre la dolorida espalda del camarero como si de un brioso corcel se tratase, con la botella del peor vino de la casa a modo de lanza?
    Lo único que sabía, es que la deseaba con toda mi alma, y que sólo nos separaba el líquido que rellenaba el vaso. Ella me observaba desde el fondo con un gesto anhelante, como si ella ansiara igual que yo el poder estar juntos, muy próximos el uno del otro; piel con piel. Me esperaba con ansia y angustia, deseando que el líquido que nos distanciaba, desapareciera para que pudiéramos cada uno gozar del otro, y así profesarnos nuestro amor mutuo y eterno. Veía cómo extendía sus delicados brazos, sus gráciles manos, en un intento de poder tocarme, pero sin lograrlo. Mi bella sirena, mi deseada princesa, mi añorada media naranja que me esperaba al fondo del vaso, con su contenido separándonos e impidéndonos poder amarnos con deseo y locura. Mi bella mujer con la que quisiera compartir el resto de mis vidas, y a cuyo lado desearía envejecer.
   ¿Cómo, cómo podría vencer esa distancia? Sólo había una manera clara de hacerlo, y era vaciando el vaso. ¿Y cómo? Pues bebiendo el contenido, claro está. Y así he pasado la mayor parte de mis tardes según volvía de trabajar. Ya me daba igual llegar antes o después a casa, pues sabía que allí nadie me esperaría. Sin embargo, sabía que en la barra, en el fondo del vaso, me estaría esperando mi sirena. Mas, ¡ay desgracia! Un mago bien poderoso, seguramente muerto de celos por nuestro amor tan puro, profundo y verdadero, había echado un maleficio en las copas; pues cuando por fín lograba vencer los últimos escollos de la frontera líquida que nos separaba, y el vaso quedaba vacío, mi querida sirena se desvanecía; y tenía que pedir otra más para poder volver a verla.
    Nunca me rendí, y seguí buscando. Y buscándola y persiguiéndola una y otra vez, logre por fin una de mis metas primeras: olvidar a aquella que se marchó y nunca volverá; aquella que me había empujado a esta extraña aventura en la que me embarcaba tarde tras tarde hasta que el bar cerraba y me tenía que ir, o hasta que perdía el conocimiento y alguien acababa por llevarme de vuelta a casa. Mi amor no flaqueaba, y estaba dispuesto a no rendirme; pero un día, el último que la ví, ella parecía haberse rendido. Ya no me miraba con aquellos ojos dulces, ni tampoco me sonreía de aquella forma tan luminosa y musical; simplemente me daba la espalda, y por el arrítmico balanceo de sus hombros hacia arriba y hacia abajo, supe que lloraba de desconsuelo, seguramente por no poder estar juntos, a pocos centímetros el uno del otro...
    Ese día, mi princesa sirena desapareció para siempre. ¿Qué podía hacer yo? Cual héroe de novela, como curtido caballero que era, no podía rendirme y abandonar así a mi dama, por lo que me afané más aún en buscarla. Luché tarde tras tarde; los días pasaban unos tras otros sin ser consciente yo de ellos, pues sólo me importaba una cosa: volver a ver a mi sirena, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario con tal de poder tenerla. Ansiaba mi final feliz de cuento que todo príncipe valiente y su amada debieran tener.
   En mi locura amorosa, me aventuré en los océanos de distintos licores: buscaba a mi sirena en la cerveza, en el vino (ya fuera este de la mejor calidad, o el más sencillo vino de mesa), en los licores digestivos, aguardientes, whiskeys de la romántica escocia o la verde irlanda, en los tequilas mexicanos y los vodkas de la madre rusia, e incluso en el tradicional sake japonés.
   Pero mi princesa no aparecía; en su lugar sólo empezaron a aparecer monstruos que me miraban con lujuria asesina en sus ojos. Monstruos que deseaban que la frontera líquida que nos separaba se viniese abajo para poder poner sus zarpas encima; y yo, que les culpaba a ellos de la desaparición de mi amada, acudía presto al combate, vaciando el vaso con furia en mi interior, para frustrarme cuando ellos desaparecían al vaciar el recipiente.
   Un día de especial crueldad, decidieron herirme de manera profunda, pues se hicieron pasar por mi sirena, para quitarse el disfraz justo a pocos sorbos del final del camino y así desaparecer una vez más, con una sonrisa burlona en sus labios, una vez la última gota de licor atravesaba los míos.
    Esa noche me fui antes de lo acostumbrado a casa; con cierta lucidez aún en mi mente, e intenté poner mi cabeza en orden. Entonces me dí cuenta de la extremadamente cruel realidad; y es que había caído en una terrible trampa: Jamás hubo sirena alguna, en realidad quienes siempre me habían esperado en el fondo del vaso, habían sido los monstruos, los cuales se habían disfrazado de sirena para atraerme. Y ahora que lo pensaba, ¿No tenía mi sirena la misma sonrisa de aquella que se fue y a quien tanto extrañaba? ¿No eran sus ojos del mismo color? ¿No hacían sus cabellos al despeinarse los mismos dibujos? ¿Acaso sus pieles no tenían el mismo brillo?
   Grité de angustia y rabia al recordar por qué eran conocidas las sirenas. Con sus cantos atraían a los marinos a los riscos donde los barcos encallaban (o se estrellaban) para luego ser cruelmente devorados por estas; sin atisbo alguno de piedad a pesar de sus bellos rostros.

   Maldita, maldita seas una y mil veces, sirena que habitabas los océanos etílicos que poblaban mis copas. No has devorado mi cuerpo, pero sí mi alma atrayéndome con tu belleza robada a aquella que amé, y atándome a una adicción que acabará por destrozar mi cuerpo de la misma manera que ha destrozado mi mente y mi espíritu. Maldita, maldita seas.





1 comentario:

  1. Muy bueno josele!! Una "obrilla" maestra mas en tu haber... q corra el agua de fuego!! Jejeje
    Sandeiviz

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