martes, 9 de febrero de 2016

El mensaje oculto del abrazo

     Dijo una vez un sabio de cuyo nombre no me acuerdo (no es que no quiera acordarme, como Cervantes hizo con el lugar de la Mancha del que era Don Quijote, es que realmente NO me acuerdo): “Amar es darle a esa persona las armas para herirte, y confiar en que no lo hará jamás”, y algo de verdad tiene que haber en ello; de hecho, sólo el gesto de abrazar a alguien lo escenifica con mucha claridad:

     Para empezar, vamos a pensar qué partes de nuestro cuerpo entran en contacto cuando damos un abrazo: Fijaos que lo que queda al descubierto es nuestro tronco, nuestra caja torácica... ¿Qué hay ahí? Pues nada menos que además de nuestras vísceras (un poco más abajo), tras nuestro esternón se encuentran órganos tan importantes como los pulmones (aún no conozco a nadie que pueda vivir sin respirar), y el corazón (sí, sin él, en sentido literal, creo que tampoco podemos vivir, los que carecen de corazón en sentido figurado, son otro tipo de criaturas por muy humanas que parezcan físicamente).

     ¿Qué hacemos para dar un abrazo? Para empezar, abrimos nuestros brazos, retiramos esa primera barrera/frontera que protege nuestro corazón, en una clara invitación a la otra persona a acercarse, indicándole que no la percibimos como una amenaza, y que queremos acortar distancias; que nos sentimos seguros en su presencia.

     Posteriormente, acortamos distancias, nos acercamos de forma lenta (un movimiento demasiado brusco se antoja violento y rompe el clima de intimidad, es por eso que no veréis a la gente lanzarse a dar un abrazo como quien hace un placaje de Rugby; aunque por otra parte, a lo mejor de ahí viene la frase “Hay amores que matan”), indicando que vamos a iniciar el contacto, y que nuestras intenciones son delicadas, entramos en un territorio íntimo, en una muestra de afecto que no tenemos con cualquier persona, la exposición indefensa de nuestros órganos vitales va aumentando; estamos invitando a otra persona a que penetre en nuestro espacio personal, acortamos las distancias, invitamos a esa persona a nuestra vida, a formar parte de ella.

     ¡Contacto! En este momento, ambas personas están totalmente expuestas y entregadas a la otra persona; han decidido exponerse al otro, arriesgándose a ser heridos (tal vez de muerte), pero confiando en que la otra persona no les atacará, volvemos a la frase del sabio con la que abríamos este “discurso”. Si el abrazo es intenso (pero sin estrujar ni asfixiar a la otra persona, ¡no me seáis brutos, por favor!), podremos incluso sentir los latidos del corazón de la otra persona en nuestro pecho, por mucho que el pulmón lo medio tape, o por muy gruesos que sean los huesos de nuestra caja torácica. Hemos invitado a la otra persona a nuestra vida, hemos eliminado la “distancia de seguridad”, y en esa fusión, en esa posición de vulnerabilidad, podemos sentir a la otra persona, podemos sentir sus latidos, y compartir los nuestros.

     En Cuaresma y Semana Santa, vamos a tener ocasión de poder reconciliarnos con el hermano, hacer borrón y cuenta nueva. ¿Qué mejor forma de demostrarlo que con un abrazo? Invitad a esa persona que vuelva a formar parte de vuestra vida; demostradle que confiáis en ella, y que queréis que la distancia sea sólo una palabra y no un hecho.


      Disfrutad de los abrazos, y ahora que sabéis el sentido profundo que encierran, no os privéis de los mismos, y compartidlos siempre que podáis (nunca sabréis cuando será la última vez que tengáis a esa persona en vuestra vida ahí, compartiendo vulnerabilidad y latidos), saboreadlos, prolongad su duración gozando del momento, ¡Embriagaos de la otra persona, y de ese momento tan único que compartís!; pocas muestras de amor más claras y con más carga vais a encontrar que esto y.... ¡Qué leches! ¡Es gratis!

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