Dijo
una vez un sabio de cuyo nombre no me acuerdo (no es que no quiera
acordarme, como Cervantes hizo con el lugar de la Mancha del que era
Don Quijote, es que realmente NO me acuerdo): “Amar
es darle a esa persona las armas para herirte, y confiar en que no lo
hará jamás”, y algo
de verdad tiene que haber en ello; de hecho, sólo el gesto de
abrazar a alguien lo escenifica con mucha claridad:
Para
empezar, vamos a pensar qué partes de nuestro cuerpo entran en
contacto cuando damos un abrazo: Fijaos que lo que queda al
descubierto es nuestro tronco, nuestra caja torácica... ¿Qué hay
ahí? Pues nada menos que además de nuestras vísceras (un poco más
abajo), tras nuestro esternón se encuentran órganos tan importantes
como los pulmones (aún no conozco a nadie que pueda vivir sin
respirar), y el corazón (sí, sin él, en sentido literal, creo que
tampoco podemos vivir, los que carecen de corazón en sentido
figurado, son otro tipo de criaturas por muy humanas que parezcan
físicamente).
¿Qué
hacemos para dar un abrazo? Para empezar, abrimos nuestros brazos,
retiramos esa primera barrera/frontera que protege nuestro corazón,
en una clara invitación a la otra persona a acercarse, indicándole
que no la percibimos como una amenaza, y que queremos acortar
distancias; que nos sentimos seguros en su presencia.
Posteriormente,
acortamos distancias, nos acercamos de forma lenta (un movimiento
demasiado brusco se antoja violento y rompe el clima de intimidad, es
por eso que no veréis a la gente lanzarse a dar un abrazo como quien
hace un placaje de Rugby; aunque por otra parte, a lo mejor de ahí
viene la frase “Hay amores que matan”), indicando que vamos a
iniciar el contacto, y que nuestras intenciones son delicadas,
entramos en un territorio íntimo, en una muestra de afecto que no
tenemos con cualquier persona, la exposición indefensa de nuestros
órganos vitales va aumentando; estamos invitando a otra persona a
que penetre en nuestro espacio personal, acortamos las distancias,
invitamos a esa persona a nuestra vida, a formar parte de ella.
¡Contacto!
En este momento, ambas personas están totalmente expuestas y
entregadas a la otra persona; han decidido exponerse al otro,
arriesgándose a ser heridos (tal vez de muerte), pero confiando en
que la otra persona no les atacará, volvemos a la frase del sabio
con la que abríamos este “discurso”. Si el abrazo es intenso
(pero sin estrujar ni asfixiar a la otra persona, ¡no me seáis
brutos, por favor!), podremos incluso sentir los latidos del corazón
de la otra persona en nuestro pecho, por mucho que el pulmón lo
medio tape, o por muy gruesos que sean los huesos de nuestra caja
torácica. Hemos invitado a la otra persona a nuestra vida, hemos
eliminado la “distancia de seguridad”, y en esa fusión, en esa
posición de vulnerabilidad, podemos sentir a la otra persona,
podemos sentir sus latidos, y compartir los nuestros.
En
Cuaresma y Semana Santa, vamos a tener ocasión de poder
reconciliarnos con el hermano, hacer borrón y cuenta nueva. ¿Qué
mejor forma de demostrarlo que con un abrazo? Invitad a esa persona
que vuelva a formar parte de vuestra vida; demostradle que confiáis
en ella, y que queréis que la distancia sea sólo una palabra y no
un hecho.
Disfrutad
de los abrazos, y ahora que sabéis el sentido profundo que
encierran, no os privéis de los mismos, y compartidlos siempre que
podáis (nunca sabréis cuando será la última vez que tengáis a
esa persona en vuestra vida ahí, compartiendo vulnerabilidad y
latidos), saboreadlos, prolongad su duración gozando del momento,
¡Embriagaos de la otra persona, y de ese momento tan único que
compartís!; pocas muestras de amor más claras y con más carga vais
a encontrar que esto y.... ¡Qué leches! ¡Es gratis!
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