miércoles, 22 de julio de 2009

Capitulo I El amanecer

Entro lentamente en la habitación. La luz es muy tenue, pues falta poco para que halla amanecido del todo; y tú yaces sobre el lecho con la cara apoyada sobre la almohada, a la vez que tu pelo cae como en una caricia sobre tus hombros y tu rostro. La sábana te cubre hasta medio torso, ofreciéndome la visión de tus hombros desnudos y parte de tu espalda. La suavidad de tu piel me llama a acariciarla, besarla; a sentir su tacto como de seda rozar la yema de mis dedos. Tu boca dibuja una débil sonrisa, casi imperceptible. Nunca te lo he dicho, pero es en estos momentos cuando me siento más enamorado de ti.

Me acerco lentamente, con timidez al lecho; con miedo a perturbar tu dulce sueño. Uno de los rayos del sol se cuela furtivamente entre los visillos pata acariciar tu sonriente rostro. Esa sonrisa cándida, inocente, llena de frescura y felicidad, me llama poderosamente. Es una fuerza de la naturaleza magnética y electrizante y... ¿Quién soy yo para resistir a la naturaleza? ¿Qué soy, aparte de un pobre e indefenso ser humano? La respuesta viene a mi mente casi de inmediato: Soy aquél que hace unos instantes compartía contigo el feliz reposo que ahora disfrutas en solitario. Yo soy aquel que te acompaña en las noches en las que el sueño se desvanece, y también el que comparte caricias y besos contigo; como en un combate íntimo de dos, donde sólo nuestros labios y nuestras manos son armas válidas y legítimas.

Casi sin darme cuenta he llegado a tu lado; de cerca la expresión de tu rostro es más y más irresistible. Me siento a tu lado, intentando no despertarte con el movimiento; pretendiendo tener el peso de una pluma, siendo consciente de lo imposible que es esa transmutación, y maldiciendo en todo momento mi impulsividad, si esta te arranca del sueño.

Intento contener la respiración; se me antoja ensordecedora en este momento. El corazón me late de forma atronadora en el pecho, ensordeciéndome totalmente, y pugnando por salírseme del sitio.

Extiendo mi mano, y con el dorso de mis dedos, aparto con una caricia el cabello que surcaba tu cara, esa cara que es el espejo de mi felicidad. En ese momento, tu sonrisa se amplía y crece, y la habitación empieza a iluminarse. La expresión de tus labios brilla con luz propia, al instante que un aroma primaveral de jazmines, rosas y pensamientos ataca mi olfato.

Cada vez me cuesta más contenerme y, como temiendo que te desvanezcas con mi contacto, me aproximo a ti con lentitud, con la respiración entrecortada a veces, contenida el resto del tiempo. Deposito un beso en tu mejilla, la cual cede bajo la presión de mis labios, para recuperar su forma natural cuando los separo de ti.

Tu cuerpo parece contraerse por un momento, como sacudido por una descarga eléctrica. Tu sonrisa se amplía un poco más, y en ese momento, giras lentamente el cuerpo a la vez que lo cubres con la sábana. Abres lentamente los ojos, para volverlos a cerrar heridos por el fulgor del astro rey, cuyo brillo no puede rivalizar con la luz que desprende tu mirada.

Más despacio aún, vuelves a mirarme, en un claro desafío a aquel que ilumina los días, como si no te importase el hecho de que sus rayos nos hieren sin piedad; retándole a que te prive del regalo de la vista, con tal de verme una mañana más.

"¡Buenos días!" dices susurrando, y siento cómo tu voz acaricia mis oídos, para después bajarme cálida por la espalda y recorrerme todo el cuerpo. Me impregno de la sensación que deja en mí tu voz, y me dejo inundar por ella.

Vuelvo a inclinarme para besarte, con la seguridad que me da el saber que ahora son tus labios los que esperan los míos. Nuestras bocas se aproximan temblorosas a recibir el primer contacto del día, con el mismo temblor de aquella primera vez en que nuestros labios se fundieron.

Al tiempo que el beso tiene lugar, una pequeña chispa prende en mi interior; chispa que encuentra combustible en mi corazón, para de inmediato, convertirse en una llama avivada y alimentada por mi amor.. Tiemblo por un instante, por que sé que esa pequeña llama pasa a ser en estos momentos una fogata, para terminar volviéndose un incendio que arrasa, quema y abrasa todo nuestro ser, nuestra existencia, y me paro a pensar que tal vez esa es la esencia misma de nuestro amor.

Ese fuego me consume más y más por dentro, inundándome y llevándome al cielo donde cada día me siento desde que comparto contigo mi existencia. Tras ese primer beso llega otro, y otro, y otro más...

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