viernes, 7 de mayo de 2010

Cuento de los tres deseos- (Jeanne-Marie Leprince de Beaumont) (Versión resumida)

Había una vez un hombre que tenía poco dinero y se casó con una mujer hermosa. Cierta noche se lamentaban de que sus vecinos fuesen más ricos que ellos y que por ello debían ser más felices.

Estaban deseando vivir en tiempos de hadas para poder pedirles deseos, cuando apareció en su cocina un hada:

- Prometo concederles las tres primeras cosas que deseen. Pero tengan cuidado, porque luego de los tres deseos, no volveré a concederles nada más.

Cuando el hada desapareció, el matrimonio estaba confundido.

- Yo sé bien lo que desearía- dijo la mujer- ser bella, rica y fina.

- Aunque tengas todo eso, puedes estar enferma, triste e incluso, puedes morir joven. Sería más prudente desear alegría, salud y larga vida.

- ¿De qué te sirve una larga vida si eres pobre? Sólo para ser desgraciado durante más tiempo. Necesitaríamos una docena de deseos.

- Démonos tiempo, pensemos qué cosas son más necesarias y luego las pediremos.

Se quedaron pensando junto al fuego, pues hacía mucho frío. Mientras conversaban, la mujer atizó el fuego y al ver los carbones encendidos dijo sin pensar:

- Me gustaría tener una morcilla para cenar, la podríamos asar con este carbón.

Apenas dijo esto, cayó una morcilla por la chimenea.

- ¡Maldición!-exclamó el marido- Has desperdiciado un deseo, me gustaría que llevaras esa morcilla en la punta de la nariz.

La morcilla saltó a la punta de la nariz de la mujer.

- ¡Qué desgraciada soy!-gritaba la mujer.

- Perdóname, esposa mía. No supuse que fuera a ocurrir. Voy a desear grandes riquezas para hacerte un estuche de oro para tapar la morcilla.

- Si lo haces, saltaré por la ventana.

Mientras decía eso la mujer, corrió a abrir la ventana. Pero su marido, que la amaba, gritó:

- Alto, querida esposa. Pide lo que desees.

- Deseo que esta morcilla caiga al suelo.

Inmediatamente, la morcilla cayó al suelo.

La mujer, que era inteligente, comentó a su marido que el hada se había burlado de ellos, pero que tenía razón. Seguramente, si hubiesen tenido dinero, habrían sido más desgraciados de lo que eran. Por tanto, se conformarían con lo que tenían. Y como sólo les quedaba la morcilla, la asaron y la comieron alegremente, sin detenerse más a pensar, qué hubieran podido desear.

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