domingo, 18 de julio de 2010

Sobre el odio y el perdón

Más de una semana ha pasado ya desde el campamento parroquial y hay una de las catequesis que dí con mis chavales, a la que llevo ya un tiempo dándole vueltas a la cabeza.
El tema era la amistad, y como texto introductorio, usamos el diálogo que el Principito tenía con el zorro sobre domesticar amistades. Una cosa llevó a la otra, y se acabó hablando de una amistad de esas de toda la vida, que se había visto truncada por la actitud de una persona que mostró una cara distinta a la que conocíamos y que nos metió en una espiral de líos y mentiras a más de uno de los presentes; a algun@ le sonará si les remito a cierta persona de la que ya hablé en su día.
La cuestión es que varias personas de las que allí se encontraban, se sentían muy dolidas con ella, y se decían totalmente incapaces de perdonarla; hubo quien incluso manifestó odiarla; por lo que decidí tomar la palabra e intentar cortar ese resentimiento que no estaba haciendo más que retroalimentarse. No lo hice ya por el hecho de que la catequesis se iba a desviar totalmente, si no por el tema de que alimentar el odio, y el rencor hacia nadie nunca es sano; y así quise hacérselo ver.
Tod@s, absolutamente tod@s nosotr@s hemos metido la pata alguna vez; y esa metedura de pata, consciente o no, ha llevado a malentendidos, enfados y ruptura de relaciones (ya sean de amistad, de pareja o de cualquier otro tipo). Hemos permitido que la confusión nos haya llevado a un sentimiento de ligero resquemor, este ha ido creciendo hasta convertirse en un enfado cada vez más grande, y la bola de nieve ha ido creciendo cada vez con menos control y más bilis y rabia cada vez menos contenida y menos disimulada, hasta el punto de no querer ni ver a la otra persona.
Y digo yo ¿Tanto nos cuesta pedir perdón cuando hemos metido la pata? A veces parece que así es, pues el orgullo y el querer quedar por encima de la otra persona nos ciega; y no queremos reconocer que estábamos equivocad@s. Y pregunto ¿tanto nos cuesta perdonar? La respuesta por lo visto, vuelve a ser afirmativa ¿Por qué? Parece ser que por rencor; desde pequeñ@s nos educan en lo de "el que la hace, la paga" y "tú jamás te dejes pisar ni avasallar" y vamos alimentando esa pequeña bola de furia hacia el semejante, volcando en ella nuestras frustraciones y rabia. Luego viene el siguiente escollo: aún habiéndonos costado horrores el tragar nuestro orgullo y admitir que estábamos equivocados, hemos pedido perdón, y la persona en cuestión (más raro aún) nos ha perdonado; pero ¿Realmente nos sentimos perdonados? ¿Sentimos que ese perdón ha sido genuino y de corazón? En ambas preguntas la respuesta casi siempre es un "NO" ¿Por qué? Vuelvo a preguntar. En la segunda pregunta es por que muchas veces estamos acostumbrados a soltar la coletilla de "perdono, pero no olvido"; eso no es un perdón genuino, es un "te la dejo pasar, pero la voy a tener en cuenta para a la mínima de cambio poder echártelo en cara"; es un dejar el rencor ahí dentro, en un cajón de la mesilla de noche de nuestra memoria; el tener guardada una bola de mierda para poder arrojársela a la cara a la persona que nos ha ofendido. No, no es un perdón genuino; es una mentira.
En la pregunta de si nos sentimos perdonados y su respuesta negativa, también tiene un papel fundamental nuestra educación. Nos crían tanto en lo de "el que la hace, la paga" y en el machacar a la otra persona cuando comete un error y mete la pata, que es difícil no aplicar esa falta de misericordia e indulgencia a nosotr@s mism@s; y por lo tanto, nos seguiremos machacando. ¿Por qué? Por el mismo principio de "Si no he tenido piedad con la otra persona, ¿qué piedad merezco yo?"
¿Tanto nos cuesta pedir perdón? ¿Tanto nos cuesta perdonar? ¿Tanto nos cuesta sentirnos perdonados? Mientras sigamos guiándonos por el orgullo, el querer estar por encima de l@s demás, alimentando la confusión, la ira, y alimentando a estas con el rencor hasta que evolucionen en ODIO, seguiremos siendo seres así de tristes y rencoros@s
¿No perdonar nos puede conducir al odio? Lamentablemente sí. ¿Y en qué consiste el Odio? Tengo dos definiciones lingüísticas para esta palabra: una es esta, y la otra la reseño aquí. Para mí sin embargo, la palabra ODIAR es una muy fuerte; tal vez demasiado: Es la antítesis del Amor; es el despreciar totalmente a una persona, deseándole todos los males del mundo; es el no querer verla, y desearle la muerte, incluso llegando a ser motivo de alegría para nosotr@s la noticia del fallecimiento de esa persona (y si es de la forma más desagradable, lenta, sufriente y dolorosa, mejor) ¿Habéis llegado a alimentar de resentimiento y falta de perdón vuestro corazón hacia una persona hasta llegar al extremo que aquí os describo? Si es así, ¡Felicidades! Acabáis de deshumanizaros y convertiros en seres viscerales y con menos capacidad de amar.
No os voy a engañar: es jodido perdonar cuando nos hacen una; y más aún cuando nos la hacen bien gorda; pero tenemos que decidir en qué tipo de persona nos queremos convertir; y os puedo asegurar que alguien que pasa su vida alimentando rencor y resentimiento hacia los demás, no es una persona con hábitos mentales muy saludables. Somos seres limitados, y eso de perdonarlo todo a tod@s sin límite como nos dicen en los evangelios se nos hace muy cuesta arriba. El tipo de perdón que nos piden es el de "Todo ha pasado, decido olvidarlo y todo vuelve a ser como antes"; no lo voy a negar: no conozco a nadie capaz de hacer eso, pero sí sería un buen ejercicio el siguiente:
Perdonar implicando el no albergar ni alimentar más odio hacia esa persona. La herida que nos ha inflingido está ahí, sí; pero todas las heridas cicatrizan y sanan. El albergar rencor u odio hacia la persona que nos ha herido, nos sumirá en una espiral de emociones auto-destructivas que nos harán vivir amargados, y será como si la herida se infectase, pudiendo llegar al extremo de tener que amputar el miembro herido en caso necesario. Yo propongo que usemos lo ocurrido como experiencia de aprendizaje para evitar que nos vuelva a pasar; es decir, como si hubiésemos tropezado con una piedra: No nos vamos a enfadar con la piedra, y odiarla a muerte por el resto de nuestra existencia; pero sí vamos a recordar de que hay que andar con más cuidado al caminar, y fijarnos en que puede haber piedras en el camino que nos pueden hacer tropezar, o que pueden ser lo suficientemente hermosas como para llevarlas a nuestra casa y pintarlas y adornarlas y usarlas como pisapapeles en nuestro escritorio. Nosotr@s somos quienes decidimos cómo usar las piedras del camino y qué mirada depositar en ellas.
Os podría hablar de ejemplos que me han ocurrido a mí mismo que, visceralmente, me podrían haber inducido a odiar a las personas implicadas; y muy probablemente, nadie me culparía por ello; pero eso sería el camino fácil que aunque me produjese cierto alivio emocional al principio, a la larga me conduciría por un camino de autodestrucción. Otro día, si así lo queréis, os cito los ejemplos y cómo decidí actuar como persona con límites y defectos que soy. No es mi intención ser un ejemplo para nadie (disto mucho de serlo, sinceramente), pero sí que intento dotar de un poquito de coherencia entre lo que digo y lo que hago.
Un abrazo a tod@s

1 comentario:

  1. Como ya viste hoy, al final hate leads to suffering, no merece la pena odiar, aunque haya veces que sea tan tan duro evitarlo...

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