domingo, 28 de noviembre de 2010

Capitulo VI El inicio del viaje

Capítulo VI El inicio del viaje.

Hoy hemos discutido con bastante dureza. La verdad es que nunca soñé que pasaría, pero supongo que es algo por lo que tarde o temprano tenemos que pasar todas las parejas. Se han dicho cosas bastante duras y desagradables; y ahora te tengo aquí, dormida a mi lado, con la espalda vuelta hacia mí; enfurruñada y furiosa por las cosas que nos hemos dicho. Yo estoy igualmente cansado; discutir me deja sin energías; y aquí estoy, sentado en mi mitad de la cama pensando si abrazarte y quedarme dormido así como tantas noches, y así forzar una tregua, o mantenerme firme en mi posición y darte la espalda yo también a ti.

Aún sabiendo que no hago bien, opto por la segunda idea, y me duermo dándole vueltas a un único pensamiento: ¿qué pasaría si despertaras y vieras que no estoy, que no existo? Presa de ese agotamiento, voy sumiéndome cada vez más en el aletargador abrazo de Morfeo, y noto cómo mis ojos se van cerrando poco a poco…

El calor empieza a lamerme los párpados y la luz pugna por colarse a través de ellos. Noto una extraña suavidad bajo mi cuerpo: no es la suavidad de las sábanas; si no algo más… granulado. ¡No puede ser! Instintivamente, mi mano se cierra en un intento de negar la evidencia que todos mis sentidos me anuncian; todos menos la vista, pues aún mantengo los ojos cerrados. Arena; lo que mi puño sostiene es arena. Abro los ojos lleno de incredulidad: ¡Estoy en una playa!

- ¿Cómo he llegado aquí?.- Me digo; y en ese momento, me doy cuenta de otra cosa: la playa está desierta. No hay nadie alrededor de mí: sólo hay arena y más arena en derredor mío; una arena de color muy claro, y tacto muy suave, casi sedoso. Una arena, que debido a la intensidad de la luz del sol que me alumbra en estos momentos, debería estar ardiendo, pero no es así: esta arena mantiene una temperatura bastante agradable: ni ardiente, ni gélida, como si la hubiesen puesto a propósito a una temperatura apta como para estar sentado donde me encuentro.

Miro hacia las aguas. El mar tiene un oleaje suave, y tan pacífico, que apenas parece que esté en movimiento; la vista alcanza a ver el punto donde agua y cielo se besan allá en el horizonte. Ni un solo barco, ni un bañista; estoy completamente sólo.

Mientras mi mente sigue haciendo cábalas y elucubraciones de cómo he llegado hasta aquí, te busco nervioso, como si esperase que aparecieras en cualquier momento… pero nada: aquí, en este playa que se me antoja paradisíaca, no estás tú, al igual que no hay nadie en la arena, ni tampoco en el agua.

El sol luce brillante en lo alto del cielo. Su calor me baña y rodea, pero no me quema; la verdad es que la temperatura es agradable; y aunque la luz del sol rebotando en la arena debería cegarme, compruebo con sorpresa que no es así. Estoy tan a gusto, que dan ganas de quedarse aquí para siempre.

Pero siento que nada de esto es natural; demasiado bonito, demasiado idílico, demasiado solitario; pero sobre todo, ¿Cómo he llegado aquí? Mi mente da vueltas rápidamente, y llego a la conclusión de que debe tratarse de un sueño. ¡Eso es! Se trata de un sueño, demasiado vívido, demasiado real, pero un sueño al fin y al cabo. En cualquier momento despertaré, y la suavidad que mis dedos acarician pertenecerá a la sábana, en lugar de esta arena tan sedosa y límpia; la luz del sol que me rodea y alumbra, pertenecerá en realidad a la de la lámpara de la mesilla de noche; y el murmullo de las olas del mar, será sustituido por el ruido del tráfico que se colará a través de las rendijas de la ventana.

Espero pacientemente a que llegue el momento de despertar y volver a la realidad; esa realidad en la que ambos nos hemos peleado esta noche, y nos hemos dicho palabras que jamás debieron salir de nuestros labios. Una realidad, en la que nos cruzaremos miradas cargadas de dolor, amargura y resentimiento por las afrentas recibidas. Espero, sigo esperando… parece que el final de este sueño, que mi despertar, va a hacerse de rogar. Decido sentarme (aunque sé que en el fondo es el yo de mi sueño el que se sienta, por que sé que no es real) y sigo esperando. Empiezo a aburrirme, para ser un sueño, está siendo bastante tostón; en los sueños siempre pasa algo: ya sea probable o surrealista, pero no te quedas sentado durante horas sin que pase nada…

Llevo ya un par de horas, cuando oigo una voz detrás de mío.

- ¿Acostumbrándote al lugar, o esperando a alguien?

Me giro para ver al autor de la pregunta: en un hombre a aproximadamente unos 50 años: el pelo empieza a escasear en su cabeza, pero no es así con su cara, la cual queda enmarcada por una demasiado límpia y blanca barba. Viste un atuendo bastante veraniego: Sandalias en los pies, unos pantalones cortos de color marfil, una camisa de estilo hawaiano, con montones de flores y hojas sobre un fondo azul brillante, y unas gafas de sol para protegerse la vista.

- Pareces sorprendido.- Me dice. – Y también desorientado. Supongo que te preguntas qué haces aquí. ¿Por qué no te levantas y te lo explico todo mientras damos un paseo?

Aunque desorientado, le hago caso y me pongo en pie. Me llama mucho la atención esta persona que acaba de aparecer. No le conozco de nada, y estoy seguro de que no le he visto en mi vida; entonces ¿qué hace en mi sueño?

- Aún crees que estás soñando.- Me dice. – Lamento decirte que no es un sueño; esto es bastante real. Por cierto, me llamo Pedro.

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