lunes, 1 de noviembre de 2010

La parábola de la bicicleta

Hace unos años, una amiga manifestaba sentirse abandonada por Dios; decía que hacía mucho que no sentía su presencia, y se sentía muy sola y desamparada.
Me dio bastante pena verla así; y mientras pensaba cómo consolarla, y mi cabeza buscaba respuestas para darle, me vino a la mente la siguiente imagen:
Imaginé a un niño en su pequeña bici con dos ruedecitas que le ayudan a mantener el equilibrio mientras aún es pequeño. Llega un día en que el niño ha crecido lo suficiente como para poder ir en esa misma bicicleta sin esos apoyos, por lo que su padre decide quitárselas.
El pequeño se siente intimidado al ver que la bici es más inestable, y le coge miedo; no se atreve a montar. Entonces su padre le dice que él agarrará la bici por detrás para que no se caiga, y le anima a intentarlo.
Tras un par de titubeantes pedaleos (y no pocas eses dibujadas en su trayecto), el niño va cogiendo confianza, y pedaleando con más ánimo y brío. Es en ese momento, en el que el padre deja de sujetar la bicicleta sin avisar a su pequeño. Él también tiene miedo a que su hijo se caiga y se haga daño; miedo a que se dé cuenta en su dolor producido por la caída, de que su padre le ha engañado y no estaba ahí cuando dijo que iba a estar (y por consiguiente, a que el niño debido a esto no vuelva a confiar en él). Y una de las cosas que más le rompe el corazón, es la perspectiva de oir su llanto, el cual le dolerá más que la propia herida que se haga el hijo.
Pero sabe que es necesario, que es ley de vida que su hijo empiece a caminar por la vida por su propio pie, sin apoyos, para que no dependa siempre de los demás, y sepa valerse por si mismo. ¿Y si se cae? Ya estará el presto a correr junto a él para abrazarle, besarle, desinfectarle la herida, darle consuelo, y enseñarle que hay que levantarse otra de nuevo una vez que estemos en el suelo.
De la misma manera hace Dios con nosotr@s; nos deja ese libre albedrío, esa libertad para poder caminar sólos por la vida, sin apoyos ni dependencia; en total libertad. Pero también con el temor a que nos caigamos y hagamos daño, temiendo que nos hagamos una herida que a él le dolerá como propia sabiendo que la podría haber evitado simplemente sujetándonos. Pero hemos de aprender, incluso de nuestras caídas, y poder disfrutar de nuestra libertad; y que, aunque nos de la impresión de que estamos sólos, en realidad él está ahí, observándonos como el padre vigila a su hijo en su bici sin rueditas; con temor a que nos caigamos, sí, pero también orgulloso de ver que nos valemos por nosotr@s mismos y vamos aprendiendo, creciendo, y madurando.

Una vez, mi compi Irene, esa chica rubia con la que congenio tan bien como equipo de catequistas, dijo lo siguiente a nuestros chavales: "Lo realmente grande de Dios, es que se mantiene oculto a la vista. Si se mostrase directamente, le amaríamos por que no nos queda más remedio; y eso no es un amor libre ni real; si no que sería interesado, o por temor. En lugar de ello, se mantiene oculto; sin terminar de confirmar o desmentir su existencia, para que así podamos tener el regalo de la libertad. ¿Por qué? Por que un amor que uno sí decide sentir, sin presiones, es un amor realmente libre, sentido y verdadero. Ese es el amor que en realidad quiere Dios, y en realidad, también el que queremos todos al haber sido creados a su imagen y semejanza"

1 comentario:

  1. Yo a veces pienso que no le he quitado los ruedines a mis hijos y en cuanto al Señor, creo que me los quitó muy rapido y a veces sigo tropezando en la misma calzada. Y miedo me da cogerle panico a la bicicleta porque pienso que no voy a ser capaz de dar mi do de pecho como es debido..

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