domingo, 11 de diciembre de 2011

Una muestra valiente de amor.



        Me llamo María, y cuando esto me sucedió, no era mucho más mayor de la edad que tenéis ahora.
            En mis tiempos, nuestra vida era mucho más corta, por lo que era muy normal que a vuestra edad ya estuviésemos prometidos o casados. Yo estaba prometida con un hombre llamado José, que trabajaba de carpintero en Nazaret.
            Un día, un ángel vino a darme una noticia: El Señor (que es como llamábamos a Dios) me había elegido para ser la madre de aquel que todos esperábamos.
            Al principio sentí un poco de miedo; no esperaba que un ángel se me apareciera así, de buenas a primeras; y menos que encima me hiciera ese anuncio. Después vino la duda; nunca había estado con ningún chico; aunque estábamos prometidos, José nunca me había tocado ni un pelo; pues estaba mal visto, y había que esperar a que estuviéramos casados. Hasta que no viviésemos juntos, no pensaríamos en formar una familia como es debido. Así se lo dije al ángel: “¿Cómo voy a ser madre, si no conozco varón?” Él me tranquilizó, me dijo que el Señor derramaría su espíritu, y podría ser madre de su hijo.
            El miedo volvió. ¿Ser madre yo? ¿Sin estar casada? ¿Qué diría la gente? Sabía perfectamente lo que dirían: ser madre soltera estaba muy mal visto en mi época; más aún si no se sabía quién era el padre. Pensarían que sería de José, que no habíamos podido esperarnos a estar casados; o pensarían que le habría engañado (y supongo que tenéis una palabra para definir a las chicas que actúan así, ¿verdad?) ¿Y José? Los dos sabíamos perfectamente que no me había tocado un pelo; el pensaría que le habría engañado con otro. Eso también me daba mucho miedo… seguramente me dejaría, dejaría de quererme (y yo le quería con locura, como ya sabéis que se puede llegar a querer a una persona de la que estás enamorada), no habría boda; y públicamente, ya sabéis qué es lo que me llamarían. La gente dejaría de hablarme, me retirarían el saludo, y no podría ni entrar al templo a rezar. Allá donde fuera, me señalarían con el dedo, y hablarían de mí a mis espaldas. Es más, la ley de nuestros padres decía que se me podría llegar a condenar a morir apedreada.
            Pero también sabía que Dios quería que su hijo viniese al mundo; nuestro pueblo se había alejado del amor de Dios; la gente no tenía esperanza, vivían sin fuerzas ni valor; vivían con tristeza, y sólo le preocupaba el cumplir la ley de Moisés y estar en una posición mejor que la del vecino. Ser mejores que el otro, tener más que el otro… eso era lo único que le importaba a los hombres. Ese niño tenía que nacer, tenía que devolverle a la humanidad el amor, la esperanza, la caridad… y Dios me había elegido a mí para traerle al mundo. Iba a tener dificultades, sí. Me arriesgaba, por supuesto; pero en el amor, nada es fácil. ¿Qué otra respuesta podía dar? Elegí decir que SÍ.

No hay comentarios:

Publicar un comentario