¡Ha resucitado!.
¡Alegrémonos! Sí, puede parecer raro que aún no ha empezado
la semana santa, y ya estemos con estos pensamientos más propios de tiempo de Pascua,
pero esa es la maravillosa realidad que quiero compartir con tod@s vosotr@s.
Recuerdo que siempre me han presentado la semana santa como
un tiempo doloroso en el que Jesús es traicionado por uno de los suyos; y
después padece el más horroroso de los maltratos hasta recibir una muerte
igualmente horrible. ¡Vaya fiestas tenemos los cristianos ¿no?
La verdad es que es la imagen
que siempre me ha llegado de la semana santa, un tiempo de tristeza, llanto y
sacar la figura de un Jesús traicionado, maltratado, vilipendiado y muerto, y
ya está.
¿Esta es la imagen de Jesús
que tenemos? ¿Este es el hijo de Dios que venía a salvarnos? ¿El que debía
traernos esperanza? Parece que sí, o ese es el mensaje que muchos tenemos
grabado en nuestras conciencias.
De un Jesús que se entrega,
que nos muestra la alegría de compartir y de querer a los demás hasta el
extremo de entregar su carne y su sangre por
nosotros. De ese Jesús, amigo, compañero, hermano y maestro, que nos dice que
siempre estará con nosotros.
Pascua
es rememorar también ese hermoso momento en el que Jesús les lava los pies a
sus apóstoles (amigos) en señal de servidumbre, para darnos la lección de que
el más pequeño e insignificante de los hombres, aquel que se pone en servicio
de los demás, es el que estará mejor visto a ojos de Dios; Pascua es ese
momento de reflexionar y hacer autocrítica de si hemos obrado realmente bien o
mal en nuestro caminar por la vida, y de tener la oportunidad de reconciliarnos
con nuestros hermanos.
Sí,
no puedo olvidar lo mencionado en las líneas de arriba: Jesús fue traicionado,
maltratado, y, al final, muere en la cruz, totalmente solo y abandonado, sin
que ninguno de sus amigos, los llamados apóstoles, compartan su destino.
Pero,
¿recordáis cómo acaba la cosa? Jesús no se queda muerto y quietecito en su
sepulcro y fin de la historia; ni mucho menos.
Pascua es participar del
maravilloso milagro de la resurrección. A través de ella, Jesús nos muestra que
la muerte no es el final. Nos ha abierto una ventana a aquello que nos espera,
al reino de Dios Padre y nos lo dice bien claro: “¡Alegraos! ¡Alegraos de
corazón! La muerte ha sido vencida, y ella no será el final para ninguno de
vosotros. Es momento de alegría y regocijo; pues este es el regalo del padre a
sus queridos hijos; y para ello, todos los padecimientos por los que puede
pasar un hombre, me los ha hecho pasar a mí, para que tengáis esperanza,
ilusión y alegría por que yo he pasado por lo mismo que vosotros y me quedo
para siempre en vuestra compañía demostrando, que aún así, la vida y el amor
del Padre, prevalecen sobre todo lo demás”
Jesús, vuelve del umbral de la muerte, para recordarnos que esta no es la que tiene la última palabra; si no Dios. Jesús nos muestra qué es lo que nos espera, y lo hace con el calor de su sonrisa, y el amor que nos tiene, y ese, es el verdadero mensaje que debemos llevar con nosotros: Ha resucitado, ¡resucita tú también, y vive la Pascua con alegría!
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