viernes, 23 de diciembre de 2011

¡Ha resucitado!


¡Ha resucitado!.
         ¡Alegrémonos! Sí, puede parecer raro que aún no ha empezado la semana santa, y ya estemos con estos pensamientos más propios de tiempo de Pascua, pero esa es la maravillosa realidad que quiero compartir con tod@s vosotr@s.
         Recuerdo que siempre me han presentado la semana santa como un tiempo doloroso en el que Jesús es traicionado por uno de los suyos; y después padece el más horroroso de los maltratos hasta recibir una muerte igualmente horrible. ¡Vaya fiestas tenemos los cristianos ¿no? 

La verdad es que es la imagen que siempre me ha llegado de la semana santa, un tiempo de tristeza, llanto y sacar la figura de un Jesús traicionado, maltratado, vilipendiado y muerto, y ya está.
¿Esta es la imagen de Jesús que tenemos? ¿Este es el hijo de Dios que venía a salvarnos? ¿El que debía traernos esperanza? Parece que sí, o ese es el mensaje que muchos tenemos grabado en nuestras conciencias.

Pero yo quiero hablaros de una Pascua distinta: Quiero hablaros de una pascua en la que Jesús en vez de llegar a lomos de un maravilloso caballo, lo hace sobre un pequeño burrito, para recordarnos la importancia que tiene ser humilde.
De un Jesús que se entrega, que nos muestra la alegría de compartir y de querer a los demás hasta el extremo de entregar su carne y su sangre por nosotros. De ese Jesús, amigo, compañero, hermano y maestro, que nos dice que siempre estará con nosotros.
Pascua es rememorar también ese hermoso momento en el que Jesús les lava los pies a sus apóstoles (amigos) en señal de servidumbre, para darnos la lección de que el más pequeño e insignificante de los hombres, aquel que se pone en servicio de los demás, es el que estará mejor visto a ojos de Dios; Pascua es ese momento de reflexionar y hacer autocrítica de si hemos obrado realmente bien o mal en nuestro caminar por la vida, y de tener la oportunidad de reconciliarnos con nuestros hermanos.
Sí, no puedo olvidar lo mencionado en las líneas de arriba: Jesús fue traicionado, maltratado, y, al final, muere en la cruz, totalmente solo y abandonado, sin que ninguno de sus amigos, los llamados apóstoles, compartan su destino.
Pero, ¿recordáis cómo acaba la cosa? Jesús no se queda muerto y quietecito en su sepulcro y fin de la historia; ni mucho menos.
         Pascua es participar del maravilloso milagro de la resurrección. A través de ella, Jesús nos muestra que la muerte no es el final. Nos ha abierto una ventana a aquello que nos espera, al reino de Dios Padre y nos lo dice bien claro: “¡Alegraos! ¡Alegraos de corazón! La muerte ha sido vencida, y ella no será el final para ninguno de vosotros. Es momento de alegría y regocijo; pues este es el regalo del padre a sus queridos hijos; y para ello, todos los padecimientos por los que puede pasar un hombre, me los ha hecho pasar a mí, para que tengáis esperanza, ilusión y alegría por que yo he pasado por lo mismo que vosotros y me quedo para siempre en vuestra compañía demostrando, que aún así, la vida y el amor del Padre, prevalecen sobre todo lo demás”
Jesús, vuelve del umbral de la muerte, para recordarnos que esta no es la que tiene la última palabra; si no Dios. Jesús nos muestra qué es lo que nos espera, y lo hace con el calor de su sonrisa, y el amor que nos tiene, y ese, es el verdadero mensaje que debemos llevar con nosotros: Ha resucitado, ¡resucita tú también, y vive la Pascua con alegría!



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