jueves, 7 de abril de 2011

Ser cristiano hoy (charla impartida la semana antes de la confirmación)


¿Qué significa para vosotr@s ser cristiano?

Ser creyente cristiano, es saberse hijo de Dios, y como tal, conocedor del amor que Dios nos tiene a todos, es creer en Jesús, que vino a traernos esa noticia, esa nueva realidad. Atrás quedó el Antiguo Testamento, en el cual Dios castigaba y ponía reglas, llegaba el momento para el amor.

Sí, Jesús nos mostraba el amor de Dios hacia nosotros como sus hijos, y predicaba con el ejemplo. Puede sonar a utópico, e incluso viejo, pero sin embargo, son ideas que a día de hoy, se pueden aplicar.

El paso que vais a dar, en algunos casos puede asustar y dar un poco de mieditis; algunos, habéis expresado que el ser cristiano, “el perfecto cristiano” es imposible... Dios no quiere imposibles de nosotros. Dios nos ha elegido para que seamos instrumentos para la construcción de su reino; y no es necesario ni imprescindible hacerlo con grandes obras; es un trabajar constante y continuo a base de pequeños gestos.

Jesús nos decía que somos la sal de la tierra. ¿Qué sucede con la sal? ¿Qué pasa si a un filete o a una patata le echamos cuarto de kilo de sal? Muy probablemente que no haya quien se lo coma. Pero ¿Y si echamos un pellizquito? La comida tendrá sabor, y la comeremos con bastante gusto.

Algo así hemos de ser nosotros con nuestra vida y nuestros actos. No vamos a estar desde que nos levantamos haciendo las cosas por ser “más bueno” o “más cristiano”, si no por que como nos sabemos hijos de Dios, y queridos por él, eso nos hace felices, y es una felicidad que nos desborda; tanto, que queremos compartirla con la gente que nos rodea para que puedan ser tan felices como nosotros, o al menos alcancen a compredenrlo. Si hacemos las cosas para “subir nota”, es que nos estamos equivocando de pleno; estaremos pecando de lo mismo que el fariseo de la parábola. ¿Recordáis la parábola del fariseo y el publicano? Vamos a recordarla juntos.

Un fariseo (hombres de ley, la ley de Dios, los más sabios, los más justos, los más “guays”) y un publicano (Israel estaba ocupada por los romanos, y los publicanos, recaudaban impuestos para el imperio romano, por lo que entre otras cosas, eran considerados unos traidores a la patria) entraron a la sinagoga (lo que viene a ser una iglesia o templo para rezar) y el fariseo daba gracias a Dios por haberle hecho tan guay, sabio, justo y lo mejor de lo mejor; y no como a ese publicano que es malo, pecador, asqueroso... le faltó llamarle “publicano de mierda”. Y esto lo decía en voz alta, para que todos le oyesen, y bien delante del altar, para que todos le viesen.

El publicano, se quedó sin embargo en la entrada, sin atreverse a levantar la vista del suelo, y la única oración que tenía era: “Señor, apiádate de mí, por que soy un pecador”

¿Recordais lo que decía Jesús de estos dos hombres? Pues dijo que a Dios le llegó más la oración del publicano, pues estaba cargada de arrepentimiento sincero.

Eso es lo que quiere Dios de nosotros; que tomemos conciencia de quienes somos, de que nos sepamos de carne y hueso y como tales, personas limitadas. Que tenemos frío cuando las temperaturas bajan y calor cuando suben. Que tenemos hambre y sed, sueño y cansancio, que caemos enfermos y sangramos si nos cortamos; y que aún así, sentimos el amor que Dios nos tiene como sus hijos que somos, que nos alegramos y que estamos dispuestos a esforzarnos por mejorar, por construir poco a poco su reino con pequeños gestos.

No hace falta que nos vayamos a paises empobrecidos a ayudar, ni que vayamos a limpiar costas de chapapote; eso está muy bien, pero podemos empezar por lo pequeño: por intentar que el instinto, lo que nos viene de las tripas, la visceralidad, no salte, es decir, no dejarnos llevar por el cabreo y el mal carácter. Es saber perdonar (el “perdono, pero no olvido” es una hipocresía, pues ese olvido suele estar cargado de rencor muchas veces, y no termina de ser un perdón verdadero), como lo es también el saber pedir perdón por nuestros errores y fallos, y el saber sentirse perdonado, sin fustigarse por los errores cometidos.

Cuando tropezamos y caemos ¿acaso no nos volvemos a levantar? Con el caer en las tentaciones y el pecar, pasa algo similar. Todos procuramos que no pase, pero cuando sucede, la reacción debe ser el ver por qué ha sucedido, tomar conciencia de ello, y procurar que no vuelva a suceder.

Cuando os confirméis, cuando deís ese “Sí, quiero” no os vais a convertir de golpe y porrazo en unos supermanes, ni tampoco en un “Jesucristo 2”, es un “Sí, quiero” ser cristiano con todo lo que ello conlleva; que es:

- Saberse hijo de Dios, y sentirse querido por él, a su vez esto nos lleva a querer extender esta realidad a todo el que nos rodea

- Saber querer a los demás como nuestros hermanos, e intentar hacer las cosas, movidos por ese mismo amor

- Luchar, esforzarse cada día por ser felices, y que esa felicidad nos rodee. Siendo conscientes de que esa felicidad no tenemos que buscarla en cosas que hagan daño a los demás.

- Recordar que el dinero, es un medio más, y no un fin; y por lo tanto, no centrar nuestra vida y esfuerzos en ganar dinero y dedicarle a este nuestra existencia; recordad, solo es papel y metal, dos objetos inanimados que ni respiran, ni hablan, ni mucho menos sienten; no podeis sentir su amor; el de Dios, y el de vuestros hermanos, sí.

- No tener rencor, ni dejarse llevar por el odio, ni por los enfados. Cuesta, ¡claro que cuesta! Y no lo vamos a conseguir de la noche a la mañana, pero a veces es algo tan fácil como eso que nos decían nuestros padres “Antes de hacer algo de lo que seguramente te vas a arrepentir, cuenta hasta diez” (o hasta cien, o hasta setenta veces siete...)

Y todo esto, no es algo que se consiga de la noche a la mañana; es un compromiso que vamos cumpliendo poco a poco, todos los días, y para lo cual, tenemos a la gente que nos rodea; la familia, los amigos, y los hermanos de esta, nuestra comunidad parroquial, para apoyarnos, y ayudarnos a conseguirlo.

Me gustaría acabar con un pequeño ejercicio de imaginación; cerrad los ojos, y quiero que imagineis un castillo, grande majestuoso, muy bonito. Ese castillo, es el reino de Dios, y todos y cada uno de nosotros, los que le decimos “Sí” a Dios, Sí a comprometernos a comportarnos como sus queridos y amados hijos, todos y cada uno de nosotros, somos los ladrillos que componen ese castillo; cada uno de nosotros, desde su pequeñez, forma parte de un todo más grande y majestuoso

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