martes, 2 de abril de 2013

Desde el exilio XI

  Pues ya me encuentro de vuelta en Panamá; tras estos dos meses que he pasado en España, me siento hoy de nuevo a teclear unas líneas.

   Como algunos sabréis, fuimos a España a pasar las navidades con la familia (toda una sorpresa, pues en principio no teníamos proyectado ir), y el día siguiente a Reyes, yo volaba de vuelta con Nico a Panamá (Portal tuvo que volverse en Año Nuevo) Volábamos con KLM en un vuelo que hacía escala en Amsterdam; me decían que KLM es mejor aerolínea que Iberia en tema de aviones, atención y servicios; la verdad es que no me paré a apreciarlo, pues el cabreo que arrastraba desde Amsterdam era mayúsculo, y no me dejó fijarme en nada más.

   Comenzaré por decir que el vuelo de Madrid a la ciudad holandesa debería haber durado entre dos horas y dos horas y media, para darme tiempo de sobra para poder cambiar de avión; pues bien, el vuelo duró casi tres horas, por lo que tenía el tiempo muy pero que muy justo para cambiarle el pañal al niño, y atravesarme la terminal por completo. Pude comprar, eso sí, una botella de agua para poder rellenar el biberón cuando, ¿Qué me encuentro? Un segundo control de seguridad para acceder al avión. Por lo pronto me dicen que me olvide de la botella de agua a pesar de que les muestro el ticket de la tienda que está a escasos metros de la zona; encima, para colmo de recochineo me proponen vaciar la botella del contenido, y devolvérmela vacía: "La botella vacía te la puedes meter por el culo, que yo no la quiero para nada" (You can put the empty bottle inside your ass, 'cos I don't want it) le dije al tío en cuestión; a todo esto, la conversación en inglés, claro está. ¿Que tengo la mecha muy corta? tal vez es por que no he mencionado que tras hacerme pasar el equipaje de mano por la cinta, y doblar la silla con el niño en brazos para pasarla también por la cinta (NADIE me ayudó), después de haber pasado por el arco el niño y el menda con los zapatos y el cinturón quitados con lo que estaba sujetando al niño con una mano y con la otra los pantalones, además de todo eso, cacheo al canto a mí ¡y al niño!. Es de vergüenza que se haga pasar a nadie por esa humillación con la excusa de la seguridad; ¡y eso que somos ciudadanos europeos! ¿Donde está la ventaja de pertenecer a Europa? ¿A los que no son Europeos además les hacen lo del dedito en el culo para registrarles además? El caso es que al final, me dejaron rellenar el biberón con el contenido de la botella. "¿Quiere usted conservar la botella vacía?" "¿ESTÁS TONTO? ¡QUE TE HE DICHO QUE LA BOTELLA VACÍA NO LA QUIERO PARA NADA Y QUE TE LA METAS POR EL PUTO CULO!" (ARE U STUPID? I'VE TOLD U THAT I DON'T WANT THE EMPTY BOTTLE, AND U CAN PUT IT INSIDE YOUR FUCKING ASS!!) (Nuevamente en inglés. ¡Hay que ver! Llevo más de diez años sin estudiar el idioma, pero la mala leche me hace aflorar los insultos que me enseñó el profe irlandés de mi academia) Total, que echando humo por cada uno de los poros de mi piel, y jurando para mis adentros orinar en las plantaciones que nutren a sus "coffe shops" y defecar en su mundialmente conocido barrio rojo en la próxima ocasión, me fui al avión donde me esperaban otras 11 horas de trayecto.

   No llevaba ni una semana cuando mi madre me dio la mala noticia; mi padre (que había sido hospitalizado la noche anterior a mi marcha) volvía a casa, y los médicos le habían dicho a mi madre que le quedaban entre dos y cuatro semanas de vida. Mi padre llevaba arrastrando un cáncer de pulmón desde hace ya unos años, y por lo visto la quimioterapia por la que había pasado en verano y otoño, no había servido de gran cosa. Total que, a la mayor celeridad posible, hubo que tramitar un billete nuevo a España, pero ¿qué excusa ponerle a mi padre? Por experiencia tengo comprobado que el Cáncer es una enfermedad que puede avanzar mucho  (o no) dependiendo del estado de ánimo del paciente, y cuando antes de navidades le dijeron directamente que le quedaban a lo sumo dos meses de vida, se vino abajo literalmente siendo incluso incapaz de caminar. Ahora que había salido del hospital con los antibióticos y los corticoides, parecía otro. Me inventé una milonga sobre problemas que tenía con los que me suministraban el gas en Torres y en Torrejón (lo cual en parte es cierto, y tiene pelotas que haya tenido que personarme para resolverlo cuando le había dejado a una persona poderes para resolverlo en mi nombre), y que probablemente acabaría en juicio.

   El caso es que los días pasaban, estos se convirtieron en semanas, y tuve que prolongar mi estancia en España un mes más. Durante estos dos meses, pasaba los días en casa de mis padres, haciendo vida normal, volviendo a entrenar, acudiendo a ensayos de coro, dejando que mi padre disfrutase de su nieto, y casi olvidamos el motivo real por el que yo estaba allí.

   Dos semanas después, la enfermedad se encargó de devolvernos a la dura realidad; una repentina e inesperada hemorragia hizo que tuviéramos que volver al hospital. Allí nos confirmaron que sería cuestión de días. Con lo que no contábamos es con la tremenda fortaleza de mi padre, y que una experiencia dolorosa de 2-5 días se convertiría en un tortuoso sendero de 10 días en los que deseábamos que todo acabase cuanto antes para que no sufriera. El fin de semana, cuando empezaron a sedarle, fue algo que nunca se nos olvidará; le iban aumentando la cantidad de morfina, ya no comía ni bebía, y aún así, no sólo llegaba a estar consciente, si no que además tenía una fuerza tremenda como para ser necesarias dos personas para sujetarle, o encontrarme yo con dificultades para ello. El Domingo, se quedó por fin dormido, para aguantar aún así hasta el Miércoles, momento en el cual, decidió marcharse de forma totalmente pacífica. La primera reacción fue de incredulidad: habíamos pasado todos unos días tan duros, tan tensos, y le veíamos pasarlo tan mal, que esperábamos que fuera una agonía larga y una muerte sobresaltada; en lugar de eso, un simple suspiro marcó el adiós. Lo siguiente fue el dolor; y es que, no por esperado, era un momento menos doloroso. Al fin se acabó el sufrimiento (sobre todo por parte de él)

   Y con el dolor aún reciente, regresar a Panamá, en un vuelo en el cual Nico pasó gran parte de él durmiendo, llegué hambriento (si la comida de los hospitales no os suele gustar, creedme, la de los aviones es mucho peor)

   Una de los nuevos retos es ponerme a dieta, cosa que les pedí a mis amigos del Thor Gym de Torrejón. Hacer una dieta de por sí es duro y requiere de fuerza de voluntad, pues si además paseas por Panamá, con el olor de los carritos callejeros y sus restaurantes de comida rápida que ya desde las 9:00 están abiertos y trabajando a pleno rendimiento... El caso es que resisto como puedo, a falta de no poder entrenar, pues no me está permitido acceder al gimnasio con el peque; así que invierto una hora todas las mañanas en caminar con Nico; procuro volver a casa antes de las 10:00, pues el sol empieza a apretar con ganas a partir de las 9:30.

   De momento hasta aquí por hoy; en el próximo episodio, os hablaré de las vivencias en las distintas parroquias.

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