martes, 10 de septiembre de 2013

Un bar cualquiera

   Era un día cualquiera entre semana; daría igual que fuese Martes, Miércoles... a esa hora de la mañana, el bar solía lucir vacío, y Manolo aprovechaba para hacer algo de zapping desde la barra.

   Todo estaba recién barrido y fregado, los pucheros estaban en el fuego preparando de forma lenta ("Como tiene que ser" decía siempre) la comida para el mediodía, y las tapas estaban perfectamente conservadas en las vitrinas. Como de costumbre, nada parecía que iba a perturbar esa solitaria rutina de todas las mañanas... cuando, inesperadamente, aquel hombre entró.

   No parecía ser del pueblo; no es que se tratase de un pueblo pequeñito donde todos se conocieran, pero Manolo tenía muy buen olfato para distinguir a alguien que no fuera un lugareño.

- Buenos días.- Saludó el extraño.
-Buenos días.- Respondió Manolo -¿Qué va a ser?
-Pues una caña. Sé que es temprano, pero el calor que hace en la calle es insoportable
-¡Qué me va a decir que no sepa! En estas fechas el Lorenzo pega de lo lindo.

   Definitivamente, el individuo no era del pueblo; de lo contrario, no se quejaría tanto del calor al que la gente del lugar estaba ya más que acostumbrada. Mientras tiraba la caña, Manolo le dirigió miradas furtivas, y llegó a la conclusión clara que aquel hombre debía haberse perdido: Un traje demasiado formal para un pueblo tan pequeño, un maletín... no, definitivamente, aquel tipo no era del lugar. Le sirvió una caña perfectamente tirada: con su proporción justa de espuma y tan fría, que no necesitaba que el vaso hubiera estado en el congelador.

-Póngame también algo de picar, por favor.- Dijo el extraño.
-¡Por supuesto, faltaría más!- Exclamó Manolo al tiempo que le ponía una tapa con unos chorizos a la sidra.- Le van a encantar estos chorizos; son de los cerdos de un vecino ¡los mejores de la región! y la sidra es de la que hace mi hermano... Todo el que los prueba, repite.
-Entonces estoy deseando probarlos.

   Con una sonrisa de satisfacción al ver cómo el individuo entrecerraba los ojos de placer tras el primer bocado, Manolo volvió al rincón de la barra donde estaba apoyado antes de la entrada del cliente. Este, empezó a pasear la mirada por el local, y sus ojos se posaron en la pieza de madera que estaba colgada en la pared tras la barra.


-Bonita garrota... ¿es decorativa?.- Dijo en un tono aparentemente jovial
-En parte.- Respondió Manolo.- Perteneció a mi padre, al cual se la dio mi abuelo junto con el bar; ambos son negocios familiares con muchos años de tradición. Esta garrota es totalmente maciza, y tiene sus añitos ya... Mi padre sólo tuvo que utilizarla una vez; mi abuelo varias, pero ¡claro! eran otros tiempos... Yo la tengo ahí más como un recuerdo que como otra cosa.
-Pues se ve muy nueva. La tiene usted muy bien cuidada
-Al igual que el bar. Nunca hay que olvidar las raíces de uno, y hay que saber cuidar lo que nos quedan de nuestros seres queridos; pues al fin y al cabo, polvo somos, y al polvo volvemos; pero el bar... el bar aquí sigue... y seguirá mientras viva y tenga fuerzas para llevarlo. La garrota la bajo una vez al año para renovarle la capa de barniz, y la vuelvo a colgar.
-¿La inscripción la puso usted, o ya estaba?.- Preguntó el forastero
-La puso mi padre. Como le dije, sólo la uso una vez: un mozo bebió bastante, y luego se negó a pagarle; mi padre insistió, y el guaje se puso farruco. Padre bajó la garrota y empezó a zurrarle hasta que el chaval soltó hasta la última perra... ¿Y la garrota? ¡Ahí sigue! Es increíble la cantidad de golpes que pudo sacudir mi viejo sin que la garrota se resintiese. Tras aquello, la voz se corrió por todo el pueblo, y mi padre le puso la inscripción y la colgó ahí, como recordatorio de lo que le puede pasar al que no pague.

   El silencio volvió al local tras la historia de la garrota; silencio sólo roto por el murmullo del televisor al que Manolo volvió su atención mientras el desconocido volvía a beber su cerveza. Pasado un rato, el individuo volvió a hablar.

-¿Nada interesante en la televisión?
-¡Nada! Programas de marujeo. La verdad es que la programación cada vez apesta más. Para ver esto, prefiero quedarme en la plaza oyendo a las señoras hablar sobre la gente del pueblo.- Dijo mientras apagaba el aparato.- Al menos, hablan de gente que conozco y veo a diario.
- Cierto
- Si no fuera por el fútbol... Antes no había televisión en el bar, y aquí habían partidas de Mus, de Dominó... pero son cosas a las que la gente ahora no tiene tanta afición. Así que decidí ponerla hará cosa de unos diez años para darle a las nuevas generaciones su ración de fútbol. Antes era más fácil; pero luego llegaron las mierdas estas modernas; y primero que si el decodificador para la TDT, luego que si el "Pay per view"... el caso es que he tenido que gastarme auténticos pastizales para poder disfrutar de tardes de fútbol con los hombres del pueblo... No me renta tanto como yo creía...
-Ya veo...
-¿Va a tomar algo más?.- Ofreció Manolo.- ¿Otra cervecita? ¿Alguna sidrina tal vez?
-No gracias, de hecho estoy de paso por trabajo, y tampoco puedo entretenerme mucho más.
-Pues entonces le voy cobrando para no entretenerle más. 1,50€ van a ser
-Ya...- Dijo el extraño.- Verá, yo soy de la SGAE, ya sabe: la Sociedad General de Autores y Editores, y venía por trabajo. Me dijo que su televisión lleva hay diez años ¿verdad?
- Sí... - Respondió titubeante Manolo
- Pues voy a tener que echar las cuentas por el concepto de canon antipiratería de todos estos años; al fin y al cabo, usted se ha estado lucrando con los contenidos televisivos
- ¡Pero si ya le he dicho que no me ha rentado ni merecido la pena!- Protestó Manolo
- Señor mío.- Dijo el desconocido.- La ley es la ley, y usted tiene que pagarme. Y llevando como lleva aquí el televisor diez años, le puedo asegurar que la deuda acumulada es tan grande, que creo que puede usted pasar por alto la caña que me he tomado con todo lo que me tiene que pagar.

   Manolo tuvo que contar internamente no hasta diez ni hasta veinte, si no hasta cincuenta para no berrearle a aquel tipejo que no sólo no estaba dispuesto a pagarle la consumición, si no que, además, quería sacarle dinero con a saber qué puñetas de ley. Como pudo, se serenó, y acercándosele, le dijo.

- Mire, no sé de qué demonios me está hablando, pero este es mi negocio, como lo fue antes de mi padre, y anteriormente, de mi abuelo; y de aquí nadie se va sin pagar. ¿Viene usted además a cobrarme por una televisión que ya pagué en su día, y por unos contenidos que ya pago religiosamente cada mes?

   El forastero trató de no inmutarse, pero empezaba a sentirse realmente incómodo con la situación. Estaba acostumbrado a que la gente, amedrentada, le pagase sin más

- Sí, señor mío. La ley nos ampara; la ley que abarca todo el territorio nacional español.
- Escúchame bien, y hazlo con atención, porque no lo voy a repetir.- Dijo Manolo en un tono neutro, pero amenazador.- España se acaba en cuanto entras por esa puerta; una vez que la atraviesas, entras en mi territorio donde yo soy dueño y señor, y las leyes las marco yo. Así que te digo lo que vas a hacer: Vas a pagarme la consumición, y me vas a dejar una buena propina; y tras eso, te marcharás para no volver. De lo contrario, siguiendo la tradición familiar, bajaré la garrota como hicieron mi padre y mi abuelo antes que yo, y no pararé hasta partírtela en las costillas, ¿estamos?
- Es un farol.- Dijo el individuo cada vez con menos aplomo y seguridad en sí mismo.
- Aquí no faroleamos.- Respondió Manolo.- Eso se lo dejamos a los señoritos trajeados de ciudad como usted, aquí en este pueblo todos cumplimos con nuestra palabra; así que, o paga usted y se marcha, o mañana aparecerá en las necrológicas del periódico.

   El tipo no quiso arriesgarse; buscó nerviosamente en su cartera hasta sacar lo primero que encontraron sus dedos (un billete de 20€), lo deposito nerviosamente sobre la barra, y se marchó a paso apresurado sin despedirse siquiera. Manolo recogió el billete, lo metió en la caja registradora, y se dispuso a lavar el vaso y el plato de la tapa mientras volvía a dirigir su atención al televisor.

- ¡Pues sí!.- Se dijo.- Un día más.

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