miércoles, 25 de junio de 2014

Mi primer amor

      Llevo un tiempo queriendo escribir esto, pero por otro, me da pereza hacerlo, por eso que llevo tanto tiempo posponiéndolo

     Una vez, medio en broma, y queriendo provocar (ya sabéis lo que me mola eso), dije en Facebook que escribiría sobre mi primer amor, para ver si alguna de las chicas se daba por aludida y me rogaba que no lo hiciera. La cosa al final no salió como esperaba, y dejé correr el asunto...

     Pero como sé que hay mucha marujilla suelta, soy hombre de palabra (si me comprometo a contar algo, ¡qué menos que cumplir con mi palabra!), y me pareció buena idea escribir esto, aunque sólo sea por hacer ejercicio de memoria.

     Siempre he sido un chaval bastante enamoradizo, y a la vez, bien, pero bien tímido, inseguro, e incapaz de dirigirme a una chica (¡si hasta tartamudeaba!), y supongo que me marcó ese primer amor (no correspondido, y el primero de muchos de esa naturaleza) de la infancia.

     Contaba con 4 añitos cuando me fijé en ella en la guardería. No era una niña excesivamente guapa; en realidad era más bien una niña del montón, con pelo moreno, ojos castaños... no sé qué es lo que tenía, pero el caso es que era mirarla, y se me ponía cara de bobalicón; todo mi interés era estar cerca de ella, verla bien próxima, quedarme mirando sus ojos, su sonrisa, su pelo, oír el sonido de su risa mientras jugábamos.... ¡vamos, que enamoradito hasta las trancas de la nena en cuestión! ¡Pero nada! Me encontraba con desplantes y rechazos (inocentes e inconscientes, pero que ahora, visto con la perspectiva de los años, dejaron su huella en mi personalidad) prefiriendo jugar y charlar con otros niños en lugar de conmigo.

      Uno de los juegos favoritos de ella era el hacer volteretas sobre una barra metálica horizontal, y por querer llamar su atención, quise intentarlo yo también... Los que me conocéis de toda la vida, sabéis que siempre he sido bastante redondito y torpón, y eso acabó como tenía que acabar: ya no recuerdo si resbalé, o si me falló el sentido del equilibrio, pero el caso es que acabé rompiéndome un brazo en mi fallida hazaña. ¿Sabéis qué es lo que llamó la atención a las profesoras? Pues que al parecer no lloré, ni grité, ni monté el numerito: las profesoras me vieron caer, vieron que la caída fue bien fea, y que el brazo no tenía buen aspecto; y sin embargo, ahí estaba yo, explicándole a las profesoras por qué me había caído, y que me dolía; pero nada más.

     Todos mis compis de clase estaban admirados por mi escayola, y os puedo asegurar que terminó pintarrajeada por todos lados (como siempre ha sido en los colegios y guarderías, chulas tradiciones que no sé si aún se conservarán), pero ella, nasti de plasti; pasando de mi.

     Un día, reuní el valor, y le pregunté así, sin anestesia si quería ser mi novia. La respuesta no fue delicada (los niños de cuatro años suelen desconocer el significado del tacto y la sutileza): un fuerte y rotundo "NO" resonó en todo el patio; y luego fue corriendo a contárselo a todo el mundo riéndose. Como podéis imaginar, eso me marcó, y mucho, mucho más de lo que jamás habría podido imaginar. Desde aquél entonces, siempre me costó muchísimo el volver a tomar valor para decirle a chica alguna que me gustaba. Aquello me sembró la semilla de la inseguridad y los miedos no a ser rechazado, si no a que se volviesen a reír de mi y ridiculizarme.

     Supongo que si ese episodio no me hubiera sucedido, mi vida habría sido otra, peeeeeeeeeeeeeeero, heme aquí, a día de hoy; creo poder decir, a nivel consciente, que la herida está cerrada, cicatrizada y sanada; aunque ha costado, y os puedo asegurar que mucho, pero muchísimo tuvo que pasar para ello; sobre todo muchos años (y más aún el darme cuenta del origen de esa timidez que llegó a ser bastante malsana en muchos casos). ¿Que si he recuperado el tiempo perdido? ¡Bueno! Eso es según como se mire; no soy un casanova, nunca lo fui, y dudo mucho que lo sea alguna vez; tampoco es que haya tenido una cantidad innumerable de parejas; pero sí que os puedo asegurar una cosa: las que tuve, las cuidé como oro en paño, y procuré cuidarlas siempre como me hubiera gustado a mí que me cuidasen, y tratarlas como el tesoro escaso que eran en mi vida. A día de hoy, cuento ya con 8 años de matrimonio y un hijo de 2 años que es mi objeto de devoción pura y dura. Supongo que esa es una respuesta afirmativa en lo que respecta a haber superado algo así ¿No?

     Durante años, esa espinita estuvo clavada en mi interior sin saber siquiera que estaba, o cuanto me había afectado, pero ahí está, ya por fin sacada. Me río a día de hoy por no haber sido consciente de ello, pero ya está; lo que pasó, pasó, y aunque no se pudo identificar en su día, ya está curado, y requetecurado. Os puede parecer una tontería, pero ahí está.

     ¿El nombre de la zagala? Lo recuerdo de la misma manera que recuerdo el color de su pelo y ojos, y su juego favorito (su cara se me ha olvidado, que tengo buena memoria, ¡pero hasta cierto punto, caray!). Su nombre era Miriam

No hay comentarios:

Publicar un comentario