lunes, 15 de junio de 2009

El sabor de la derrota


El guerrero exhausto apenas se tenía en pie. A su alrededor, los cadaveres alfombraban el suelo regado con sangre de las innumerables batallas libradas. Había luchado bravamente, más con contención; pues sabía que si se entregaba a su rabia, a sus instintos asesinos sin más, podría convertirse en un ser irracional; que no distinguiría aliados de enemigos.
La lucha se había librado en varios frentes; quizá demasiados para lo que un ser humano podría jamás soportar. Había luchado desde pequeño por sobrevivir en un mundo hostil que no le comprendía; que no había sabido ver más allá de su cuerpo inmenso y sus capacidades físicas. Había luchado por ser un hijo ejemplar, un hermano querido, un amado esposo y un respetado padre. Había luchado por ser disciplinado; un guerrero sin par, un caballero con honor en el campo de batalla, y fiereza en cuanto desenvainase su espada. Había luchado por ser un brazo digno de empuñar la espada, y poder respaldar la historia y leyendas que la precedían y acompañaban. Su lucha por frenar la sed de sangre, por mantener atada la bestia primordial que nunca estaba satisfecha tras tantas muertes a sus manos, le dejaba el alma cansada y sin fuerzas.
Muchos habían sido los frentes en el campo de batalla; un enemigo demasiado poderoso, que sometía a sus lacayos por el miedo, a pesar de que estos le odiaban a muerte, le obedecían sin chistar a pesar de detestar sus mandatos con la misma intensidad con la que a ál le detestaban. Un enemigo que había ido poco a poco mermando las fuerzas del guerrero, matando a sus compañeros de armas; mutilando a aquellos que el guerrero consideraba sus amigos. Un enemigo que no pararía hasta acabar con el guerrero.
Se sumaba además otro pueblo guerrero; su pueblo vecino, que a veces se unía a la batalla, para luego tocar retirada en el último momento. Un vecino sin honra, que el guerrero sabía que le filtraba información al enemigo.
Y ahí estaba el guerrero; sólo, sin atreverse a pedir refuerzos a su pueblo. Cansado de ver cómo se había derramado tanta sangre, y que sus esfuerzos habían sido prácticamente en vano. No quería que la sangre de su pueblo se siguiese derramando por su causa. Él acabaría la batalla sólo.
La respiración cada vez se hacía más pesada; la sangre se le agolpaba en las sienes, por lo que se quitó el casco y lo dejó caer pesadamente al suelo. dirigió su mirada desnuda al enemigo; con los ojos inyectados en sangre por el odio, y cargados a la vez por el cansancio de tantas batallas fraguadas. La sonrisa malevola de complaciencia que le dirigió el enemigo, le enervó más; un escupitajo de desprecio salió de los labios del guerrero, y fue a depositarse a las botas del enemigo. Eso no le gustó; su sonrisa se desvanecióy se tornó en un rictus de odio y desprecio; y un relámpago de cólera iluminó su mirada; pero no se atrevía a moverse; sabía que al guerrero aún le quedaban fuerzas, y no sabía si estaría a la altura de un último combate cara a cara.
El corazón empezaba a mostrarle señales al guerrero de que poco más había que hacer; pero este le hizo caso omiso. El peso de las batallas se estaba acumulando en su coraza; todos los muertos y sus vidas se iban sumando a esa carcasa metálica que le rodeaba el torso; y con tanto lastre, le iba a ser muy difícil moverse en aquella, la que él sabía que iba a ser su última batalla.
El sonido metálico de la coraza al chocar contra el suelo rompió el silencio del campo de batalla. El torso desnudo del guerrero, ofrecía un espectaculo dantesco de cicatrices y hematomas. El enemigo le miraba sonriendo con expresión triunfal en el rostro; sus lacayos con una mezcla de miedo y respeto; esperando expectantes qué iría a suceder en ese momento que todos sabían iba a ser crucial.
El guerrero continuó avanzando pesadamente, con dolor, con cansancio acumulado. El cuerpo había llegado a su límite hacía tiempo; y amenazaba con desplomarse; mas la voluntad del guerrero continuaba inamovible; era la batalla final, y no iba a dejar que un cuerpo exhausto, y una mente agotada le frenasen; tampoco un alma lacerada por incontables heridas.
Sólo unos metros le separaban de su oponente; él sólo contra diez. Sonrió con amargura, preguntándose a cuantos podría llevarse con él al más allá.
Sintió que las piernas iban a fallarle, y apretó los dientes. No iba a mostrar debilidad; ahora no, nunca en ese momento tan crucial. Sin decir palabra alguna, clavó la espada con decisión y furia en la ensangrentada tierra, y miró al frente desafiante; odiando a su enemigo, mientras sus fuerzas flaqueaban. No pudo mantener la pose por más tiempo, e hincó una rodilla en el suelo; y agachó la cabeza mientras el sabor acre de la derrota inundaba su boca. Lágrimas de rabia e impotencia brotaron de sus ojos; no podía, NO QUERÍA acabar así, agotado, derrotado y humillado.
La sonrisa del enemigo creció, convirtiéndose en una triunfal y cruel carcajada, cuyos ecos resonaron por el campo sembrado de cadáveres. Sus lacayos le miraron sabiendo que el capítulo final de la historia se estaba escribiendo, y que el final no iba a ser feliz. Sus corazones rezumaban odio hacia aquel ser cruel; e incluso uno de ellos se giró para vomitar, asqueado por la situación y su falta de agallas para desertar.
De repente, una chispa de luz cruzó la mente del guerrero. Sólo quedaba él en el campo de batalla; todos aquellos a los que había querido proteger de su propia ansia asesina, yacían ya muertos a sus pies; y se dió cuenta de que aunque había fracasado en la tarea de impedir que murieran, ahora que no respiraban, no eran un impedimento para entregarse al demonio asesino que largamente había mantenido encerrado. Los grilletes habían caido, y no había nadie entre los que tenía enfrente, cuya vida quisera preservar; no albergaba sentimiento piadoso alguno hacia ellos. Un pequeño resoplido de sus labios, fue seguido por una respiración profunda; este as su vez de una sonrisa maliciosa, la cual dio paso a una creciente y demente carcajada. Había fracasado, pero los grilletes que retenían su sed primordial de sangre habían caido también; y decidió que suúltima acción sería aquella: liberar a ese demonio sediento de sangre y cadáveres que había en su interior y que era una parte tan íntima de su ser, que él ya sabía que era él mismo en realidad.
Se sorprendió de lo poco que le costó volver a ponerse en pie, y lo fácilmente que separó la espada del suelo, a pesar de haberla clavado con todas sus fuerzas. Miró al enemigo; éste le miró con una sonrisa cínica de suficiencia y despreció. Nuevamente, el guerrero escupió hacia los pies del enemigo; no le importó que en este caso el salivazo estuviese compuesto únicamente de sangre; ya le daba igual.
Alzó la espada con bríos renovados, con una mirada alejada de la realidad, sedienta de sangre, y ansiosa de proporcionar dolor y sufrimiento. Un desgarrador grito, semejante a un rugido salió de su boca mientras corría hacia el enemigo.
En ese momento, todos los testigos no podían apartar la mirada de ese momento: Los dioses se conmovieron, la tierra se agitó, los ríos corrían violentamente, como queriendo insuflar su fuerza al guerrero; y los cielos... los cielos sintieron tal emoción y congoja al ver la determinación del guerrero, que no pudieron contener más el llanto sobre el campo de batalla...
Fue una batalla memorable...

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