lunes, 29 de marzo de 2010

Tarde de estío

Empiezo con este posteo, una etiqueta nueva llamada "Colaboraciones". En este caso, una amiga del foro de "Lagarto Amarillo" llamada Leticia Arnao (Nöis para l@s amig@s), acompaña al relato con sus fotos. Espero que disfrutéis no solo con la historia, si no además, con el trabajo gráfico de esta chica, que tiene un talento bastante majo.

Tarde de Estío

Llegas a casa cansada del trabajo, se te ve en la mirada, en el gesto de agotamiento de tu cara. Los rayos de sol te han acompañado inmisericordes en tu camino de regreso a casa. Llegar, poder sentarte, quitarte los zapatos y tomarte un buen vaso de zumo de naranja fresquito; no pides nada más. Es tu pequeño ritual que haces a diario, y que te sirve para desconectar; alejar tu mente de la rutina diaria, hacerla olvidarse de las exigencias agónicas del jefe, la cantidad de trabajo acumulado para varias personas pero que tú sola haces, y de las compañeras que esperaban a verte llegar, sólo para criticar la ropa que te has puesto hoy…Definitivamente, el verano va llegando; y con él, el calor, ese insoportable calor que está en todas partes, que te quita las fuerzas y las ganas de hacer nada. “Tengo hambre” piensas, pero a la vez, el sofoco estival te quita las ganas de ponerte a cocinar. “¡Qué lata!” Exclamas en voz alta; y sin menos ganas que esfuerzo, te diriges a la cocina, para ver qué hay en la nevera.

No tardas en reparar en una bandejita de fresas, que se te antojan bastante apetitosas. Te encantan las fresas; ese color rojo como el de los rubíes tan tentador, ese sabor entre dulce y ácido que dejan en tu lengua, el frescor que invade tu boca y ese tacto áspero que roza tus labios cada vez que te comes una. Tu interior desea abalanzarse sobre ellas, pero sabes que es algo que hay que disfrutar lentamente, para poder prolongar el placer que te produce el poder degustarlas en esta calurosa tarde.

Tras dar buena cuenta del placentero sabor de la fruta, decides combatir el calor en la intimidad de tu hogar; por lo que decides bajar las persianas, para poder quedar a salvo de miradas indiscretas por un lado, y poder esconderte de los inmisericordes rayos solares. La luz se filtra por entre las rejillas de la persiana, dándote la luminosidad suficiente para que no te tropieces con nada. La ropa va cayendo al suelo y deslizándose, liberando tu cuerpo de una capa que sumaba temperatura al calor reinante. Libre de la opresión que te abrigaba, decides ir a la ducha, para que las frescas gotas de agua recorran tu piel. “¡Esto es otra cosa!” Exclamas aliviada, mientras el agua refresca tu cuerpo, cayendo en cascada a lo largo de tu piel, recorriendo cada poro de esta, y llenándote de nueva vitalidad.

Decides secarte, y ponerte esa prenda que tanto te gustó y te compraste la semana pasada. Es fresca, y se adapta a tu anatomía como un guante, pero sin agobiar ni dar calor. “Son realmente bonitas” piensas, a la vez que lamentas que nadie pueda apreciar su belleza. El blanco inmaculado que se ha posado en tu intimidad te transmite pureza. La suavidad y delicadeza de su tacto, te hace sentir como si no llevases nada, como si fuera una segunda piel.

Te dejas caer sobre la cama, no sin antes haber abierto un poco la ventana. La luz ya no se filtra tan intensamente por las rendijas, por lo que deduces que ha empezado a anochecer. No te apetece encender la lámpara, por lo que decides encender una vela, pues las velas siempre te han ayudado a sentirte más relajada.

Una brisa fresca empieza a filtrarse por las rendijas de la persiana, y observas cómo juega con la llama de la vela, dibujando formas prácticamente imposibles. La brisa empieza a acariciar tu piel, enfriando aún más el mapa de tu cuerpo, aún fresco por el agua de la ducha. Por un instante, un escalofrío recorre tu espalda, y sientes que incluso se te erizan los pelos de la nuca. Te vas sintiendo cada vez más relajada; y antes de que te des cuenta, te has quedado dormida viendo las caprichosas formas que la brisa le ha dado a la llama de la vela, como un alfarero juega con la arcilla en su torno.

En brazos de Morfeo, lejanos y olvidados han quedado los gritos del jefe, los agobios de las tareas y los comentarios maliciosos de las compañeras; y tu respiración relajada y acompasada, me indican que has quedado plácidamente dormida.

¿Y quién soy yo que he sido testigo de todo esto? Simplemente un pajarito que te ve salir todos los días del trabajo, y busca cobijo en el tejadillo que hay encima de la ventana de tu habitación.

Buenas noches


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