lunes, 25 de febrero de 2013

Catequesis de reconciliación


(Del Evangelio de Lucas)
"Dijo además: —Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.” Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, habiendo juntado todo, el hijo menor se fue a una región lejana, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
Cuando lo hubo malgastado todo, vino una gran hambre en aquella región, y él comenzó a pasar necesidad.
Entonces fue y se allegó a uno de los ciudadanos de aquella región, el cual le envió a su campo para apacentar los cerdos.
Y él deseaba saciarse con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba.
Entonces volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti.
Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.”
Se levantó y fue a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre le vio y tuvo compasión. Corrió y se echó sobre su cuello, y le besó.
El hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.”
Pero su padre dijo a sus siervos: “Sacad de inmediato el mejor vestido y vestidle, y poned un anillo en su mano y calzado en sus pies.
Traed el ternero engordado y matadlo. Comamos y regocijémonos,
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando vino, se acercó a la casa y oyó la música y las danzas.porque este mi hijo estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado.” Y comenzaron a regocijarse.
Después de llamar a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le dijo: “Tu hermano ha venido, y tu padre ha mandado matar el ternero engordado, por haberle recibido sano y salvo.”
Entonces él se enojó y no quería entrar. Salió, pues, su padre y le rogaba que entrase.
Pero respondiendo él dijo a su padre: “He aquí, tantos años te sirvo, y jamás he desobedecido tu mandamiento; y nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos.
Pero cuando vino éste tu hijo que ha consumido tus bienes con prostitutas, has matado para él el ternero engordado.”
Entonces su padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.
Pero era necesario alegrarnos y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado.”


   Vamos a hablar primeramente de la parábola en sí. Parece que es un inicio normal, sin nada de especial, pero si lo analizamos... ¿cuando percibimos una herencia de nuestros padres? Normalmente cuando estos mueren. Sin embargo, el hijo le pide al padre su parte de la herencia; es como si le viniese a decir que no podía esperar a que él faltara para poder echar mano de lo que "legítimamente" es suyo, y es como dar a entender que para él su padre ya había muerto, o que tenía más valor en ese estado. ¿Quién de vosotros trataría así a su propio padre?

   Vemos posteriormente que el hijo, en lugar de sobrevivir por sus propios medios y administrar lo recibido, decide malgastarlo. Es como cuando uno está deseando salir de casa de sus padres, de huir de su autoridad, para hacer las cosas que estos jamás han visto con buenos ojos. "Como ahora no hay quien me controle, voy a hacer lo que me dé la gana" ¡Gran error! La independencia, aunque puede parecer algo muy apetecible, viene (o ha de venir) acompañada de madurez. El cumplir una fecha simbólica que marca la ley (los 18 aquí en España), no significa que seas realmente un hombre o una mujer; la madurez la marca la sabiduría y el buen juicio, y eso no se adquiere mágicamente cumpliendo una cifra determinada de años de edad. ¿Alguno se gastaría TODO el sueldo del mes en Donuts y Coca Cola habiendo que pagar la casa, la luz, el agua, la calefacción, comida y ropa? Pues el protagonista de la parábola lo hace; se lo gasta todo en juergas. Podemos ver lo que pasa poco después; no tiene ni para comer, se pone a trabajar, y tiene tanta hambre, que hasta la comida de los cerdos se le hace apetecible.

   Llega entonces el momento de reflexionar, de ver que con su padre no vivía tan mal; pero que lo que ha hecho no está bien. Decide tragarse el orgullo y tener la humildad de pedirle perdón sinceramente. Después de lo que hizo, ya no espera que todo vuelva a ser como antes, pero él se conforma con ser un trabajador suyo más en lugar de su hijo; ya renunció a ello cuando le pidió su parte de la herencia (¿Lo recordáis?)

   ¿Cómo reacciona el padre? ¿Se regocija ante el fracaso de ese hijo que le ha despreciado y para el cual era más útil muerto? ¿Le ignora? No, como padre que es y que ama a su hijo, le da un vuelco el corazón y corre a abrazarlo. Era un hijo al que había dado por perdido para siempre, y que, sin embargo, acababa de recuperar. Un hijo hambriento, sólo y desconsolado que reconoce que se ha equivocado, que le pide perdón, y ruega ser acogido en su casa aunque sea como un trabajador más. El padre no quiere oír hablar de ello; está demasiado feliz de recuperar a su hijo, y este vuelve con todas las consecuencias, como si nunca se hubiese marchado.

   Rembrandt recogió esa historia en este cuadro que vamos a ver ahora:

"El hijo pródigo" de Rembrandt
    En este cuadro se ve representada la escena en la que justo el joven le pide perdón a su padre, y este le abraza. Como podéis observar, el muchacho viene vestido casi con harapos frente a los ricos ropajes de su padre y el personaje de la derecha (presumiblemente el hermano mayor); incluso trae un pie descalzo y probablemente herido; además, tiene la cabeza rapada (esto es por que la gente que vivía en la miseria no podía permitirse ni siquiera el poder lavarse, y un pelo largo y sucio es un foco de infección por piojos y demás parásitos), y hunde la cabeza, para que su rostro no se vea marcado por la vergüenza.

 Fijaos bien en el rostro del padre. El pintor ha querido marcar la representación de Dios como padre y madre a la vez de la humanidad.

   La expresión de la cara es de acogida toral y absoluta, y mientras su ojo izquierdo mira fijamente a su hijo, con la firmeza propia que se atribuye al padre (rasgo masculino), el ojo derecho no le mira directamente; tiene la mirada perdida, como expresión de máxima alegría, de la misma manera que uno mira sin ver cuando está enamorado. Esa mirada perdida de amor/dolor/alegría, es un rasgo que generalmente se atribuye a las mujeres, a la figura de la madre, pues siempre se da por hecho que ellas son más dadas a expresar emociones que los varones.





 Como decía antes, mirad cómo el hijo hunde el rostro, preso de la vergüenza, entre los ropajes del padre. No es una mirada altanera, tampoco se le ve con orgullo; es la expresión del arrepentimiento del que sabe que ha obrado mal y que, si pudiera, volvería atrás en el tiempo para deshacer todo lo ocurrido.  Es una expresión también de vergüenza, del que sabe que no ha hecho bien y se siente incapaz incluso de sostener la mirada.

   Por último, volvemos a la figura del padre: Nuevamente, ha una separación Padre/Madre: La mando izquierda aparece tensa, en un gesto de fortaleza y firmeza(nuevamente, atributos masculinos), como dando a entender que pase lo que pase, él siempre estará ahí para sostenerle. La mano derecha sin embargo, no tiene marcado músculo o tendón alguno, aparece en una posición como de reposo, como si le acariciara; de hecho, si os fijáis bien, incluso parece una mano femenina si no fuera por su tamaño. Y ambas manos, con sus características, manos firmes y fuertes, pero amorosas a la vez, manos que sostienen, y a la vez acogen, pertenecen a la misma persona.

   Volvamos a la lectura: no hay que ser muy listo para deducir que en esta parábola, es Dios el padre, y nosotros tomamos el papel del hijo menor. Muchas veces tomamos la parte de la herencia que nos corresponde (nuestros propios dones), y renegamos de él, nos marchamos, y actuamos como si él no existiera ni nos importara. En ese acto de rebeldía "adolescente" hacemos muchas tonterías, y probamos a hacer todas esas cosas que sabemos que a él no le gustaría que hiciésemos: "Mi vida es mía, y hago con ella lo que quiero, sin nadie que venga a decirme qué he de decir, hacer, pensar o sentir" ¿Os suena? Pues vamos con esa idea en la cabeza, y caemos en un "Todo vale", cuando en el fondo de nuestro corazón sabemos que no es así; que no todo vale, y que es una excusa muy débil.

   Pero no nos damos cuenta de lo equivocados que estamos hasta que nos caemos; y ¡Ay, amigos! Cuando caemos, lo hacemos con todo el equipo, y de la forma más estrepitosa, aparatosa y dolorosa que conocemos. Es entonces cuando nos damos cuenta de que hemos hecho el tonto, y es entonces cuando abrimos los ojos y vemos más allá de nuestra ceguera del "es mi vida y hago con ella lo que quiero" y empezamos a vislumbrar un "¿A cuanta gente he herido en mi egoísmo? ¿A cuantos he ignorado, he atacado, he hecho daño de forma directa o indirecta? ¿A cuanta gente he olvidado?" y es entonces cuando intentamos remediar el daño causado, e intentamos volver al sitio del que sabemos (ahora sí), que jamás debimos marcharnos con la esperanza de ser perdonados y así poder aliviar una pequeña parte del dolor que sentimos.

   La reconciliación, el perdón, se compone de tres partes:

1° Pedir perdón: Para llegar a esta parte, ante todo hay que saber reconocer que nos hemos equivocado; admitirlo de forma humilde,  y saber pedirlo con arrepentimiento sincero, y propósito firme de que no vuelva a ocurrir

2° Saber perdonar: Aunque el daño recibido haya sido grande, no dejarse llevar por el rencor; dejar que el amor por la persona que se ha equivocado, pueda más que el dolor que hayamos podido sentir, y entonces poderle decir: "Te perdono", y hacerlo de corazón

3° Saber sentirse perdonado: Muchas veces, dejamos que el sentimiento de culpa nos devore y ahogue, ennegreciendo nuestro espíritu y no dejando que la alegría regrese a nuestro corazón. Si la persona ofendida nos ha perdonado, ¿qué necesidad hay de seguir sintiéndose culpable? Has reconocido que has metido la pata, no quieres volver a hacerlo y has pedido disculpas, la otra persona te ha perdonado.... ¡Pues ya está! Ahí se acabó todo. Mal asunto si te sigues sintiendo culpable, pues eso significa que si no te puedes perdonar a ti mismo, menos aún vas a ser capaz de perdonar a los demás, y eso no es amor precísamente.

   Volvamos nuestra vista de nuevo al cuadro. El padre no sólo le perdona de palabra, si no que lo hace de gesto. Retira sus brazos del cuerpo para acogerle, dejando expuesto su corazón. Cuando queremos a alguien, dicen que le estamos dando la llave a nuestras zonas más íntimas y vulnerables, donde más daño nos pueden hacer, y confiamos en que no lo harán. De la misma manera pasa aquí: retiramos los muros defensores (los brazos) de nuestro órgano más importante (el corazón), y le damos una acogida directa a este; le estamos dando pie a esa persona a que entre en nuestras vidas y hacerle partícipe de ellas.

   Un abrazo es algo que no se da a la ligera y así como así; puede parecer un gesto sencillo, pero lo que implica es de una profundidad mayor de la que creemos. Con un abrazo podemos pedir perdón o perdonar, consolar o buscar consuelo, darnos calor tanto físico como anímico, saludar a una persona muy querida, comunicar aquello que no nos sale con palabras.... Es ahora el momento de, en silencio, dar esos abrazos y comunicar con ellos lo que queráis.


5 comentarios:

  1. Pero cuánto os echo de menos...
    Me ha encantado, José. Va a ser una sesión interesantísima. El puntazo "hacer como si tu padre estuviese muerto" es de genio. La necesidad de acercarse a pedir perdón con humildad auténtica, y de ser capaz de perdonarse a uno mismo... no soy quién para juzgar si será la catequesis perfecta, pero no le cambiaría una coma.
    Ay, mi querido compañero :)

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    1. ¡Qué pena que no hayas podido estar! La habrías disfrutado muchísimo impartiéndola (y he notado mucho tu ausencia, esa complementación que siempre hemos tenido...) Los chavales han terminado en una nube, y cuando hemos terminado, nos hemos ido a los otros dos grupos a repartir abrazos sin mediar palabra... Tenías que haber visto sus caras

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  2. Bonita catequesis José, muy significativa. Yo también hecho de menos esas catequesis, las q te hacían pensar hasta cuando te ibas a la cama. Muy bonita.
    Un beso

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    1. Pues estoy planteándome hacer una usando un yo-yo. Parece una coña, pero cuando uno deja a Dios hablar dentro de ti, cualquier cosa es un buen instrumento para evangelizar y enseñar.

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