martes, 20 de noviembre de 2012

Jaque Mate

   Las piezas están dispuestas sobre el tablero, y aquí estoy yo, dispuesto a iniciar la partida. Sólo necesito encontrar a mi rival; alguien capaz de enfrentarse en este campo de batalla que es el tablero.

   Busco y busco entre la multitud: entre los cuerpos que se contonean al son de la melodía que abruma el local, entra las filas que aguardan con relativa paciencia para entrar al cuarto de baño, entre los brazos que se apoyan en la barra buscando ahogar su monotonía de Lunes a Viernes en el fondo de una copa. Busco, escudriño en la oscuridad como un depredador busca a su presa. No, no, no... ¡Bingo! Ahí, en el rincón; apoyada en la pared, con aire taciturno y la mirada semi-perdida, mirando sin ver. Muevo el peón: un movimiento sencillo, casual, que me encamina hacia ella, la que será mi rival en esta partida.

   Normalmente, mis partidas no suelen ser muy largas y, con pocos movimientos por mi parte, mi rival suele dejar caer sus defensas y rendir las llaves de la ciudad al cabo de un rato relativamente corto. Me han hablado de partidas largas, que dejan a ambos contendientes exhaustos a todos los niveles. Partidas donde pierdes tantas piezas como te cobras; enfrentamientos en el tablero que acaban en tablas. Siempre gano mis batallas; siempre las he ganado, por lo que las tablas y la derrota jamás fueron una opción, ni formaron parte de mi diccionario.

   ¿Quiero en realidad ese tipo de batalla? Ya no lo sé. Recuerdo que mis primeras partidas eran algo emocionante: mis rivales eran retos, obstáculos a superar. Conforme me fui adentrando en los entresijos del tablero, fui perfeccionando mi arte, mis técnicas. Pronto mis partidas comenzaron a abreviar en su duración, y la emoción, el suspense, la posibilidad de caer derrotado se fueron diluyendo en el tiempo. Mis partidas se han vuelto algo rutinario, casi mecánico; mis rivales son ya meros objetos, la droga que necesito y me mueve. El enredarme en el tablero, el mover las piezas, es algo casi sin significado para mí. Mis victorias son huecas, algo sin alma ni pasión, que lo único que hacen es cubrir una necesidad simple. La única satisfacción que hallo es la misma que obtengo al rascarme cuando siento un picor.

   Las piezas comienzan a moverse: sólo he necesitado ver un par de sus gestos, un par de movimientos de su cuerpo, el recorrido de su mirada mientras hablamos... el conocer el lenguaje corporal es una gran ventaja; me permite leer sus pensamientos como si de un libro abierto se tratara. Su cuerpo, la forma de moverse, me dicen casi más que sus palabras: parece que va a ofrecer una férrea defensa, y eso me gusta. Al parecer no va a ser un rival que caiga con cuatro movimientos. Uso una estrategia bastante dura y arriesgada, usando el alfil como señuelo, lo cual me permite detenerme en su mirada; es un movimiento más, que sin embargo me rebela algo: Esos ojos de grandes iris de color esmeralda no tenían la mirada perdida; no es que mirasen sin ver. En realidad, también estaban buscando. ¿Puede ser? ¿Al fin habré encontrado a mi Némesis, a mi gran rival? Eso parece a juzgar por la cantidad de piezas que me está tocando poner en juego; me está obligando a cambiar y re-inventar mis estrategias. Cada una de mis jugadas es contrarrestada por otra de forma grácil y sutil.

   No quiero reconocerlo, y en este momento, si me pregunta, lo negaré rotundamente; pero según avanza nuestra partida, voy teniendo la sensación de que mi búsqueda ha terminado. Que por fin he hallado lo que, sin saberlo, por tanto tiempo buscaba. La que parecía que iba a ser una partida más de pocos minutos de duración, se está convirtiendo en un encuentro frente al tablero que dura días, semanas... una batalla en los cuadriculados campos del blanco y negro donde ni recibo ni doy tregua. No puedo creer que esto me esté pasando, pero la reina no cede a pesar de mis esfuerzos; estoy... ¡Estoy disfrutando!

   Por fin encuentro un reto, por fin estoy disfrutando del juego. Ya me da igual cuando llegará mi victoria (la cual tened por seguro que llegará), esta partida está significando mucho para mi, se está convirtiendo en todo, ya nada más importa: ni mi trabajo, ni mi familia, mis amigos... incluso apenas duermo ya, pasando las noches en vela buscando una estrategia que me lleve a ganar. Cuando la victoria llegue, su sabor será lo más delicioso que haya paladeado jamás. Cuando esto acabe, no quiero deshacerme de mi rival; ha sido demasiado buena, demasiado tenaz; ha sabido jugar de forma inteligente, elegante, con estilo. Me ha hecho recuperar el placer del juego; ha desnudado el tablero y conseguido que me enamore. Sí, es ella la que quiero a mi lado; es la reina que quiero gobernando el juego junto a mi.

   Hoy es la fecha, lo presiento; esta noche, tras meses de encuentros, de duelos, es cuando noto aude la partida llega a su fin. Me he puesto mis pantalones negros, mi cazadora y zapatos del mismo color,  a juego con el de mis cabellos. Simbólicamente, ella lleva un vestido blanco; la batalla decisiva va a comenzar.

   No me decepciona; pongo en juego técnicas y estrategias que llevo puliendo y perfeccionando durante estos meses; técnicas y estrategias que van siendo contrarrestadas una a una. Cuando todas nuestras prendas están desperdigadas por el suelo, tengo la impresión de que el encuentro acabará en tablas. No me importa que el final sea ese; he disfrutado tanto de la partida, de su desarrollo, que un empate me parece algo equitativo.

   Pero no, yo soy un jugador, un luchador; y cuando entro en el tablero, ganar es lo único que me importa; es el premio máximo y lo que me motiva, y no me conformaré con menos.

   El caballo, igual que el de Troya, me ha permitido traspasar sus murallas, y ahora mi enhiesta y fuerte torre se abrió paso hasta la dama. La partida está en pleno clímax y la batalla ya ha trascendido más allá del tablero. Pero empiezo a tener la impresión de que no solo mis estrategias serán suficientes para rendirla. Los elaborados subterfugios me han traído hasta aquí, pero será la verdad pura y dura la que me dará la victoria. Es algo que puede parecer suicida, inesperado, y por eso es por lo que sé que me hará triunfar. Ni ella misma se lo esperará, y eso le hará bajar la guardia, despistarse, y así poder arrancar la victoria en este combate tan agitado, físico y sudoroso como el que andamos librando ahora.

   Espero el momento preciso; si me adelanto, dejaré ver mis cartas demasiado pronto y se arruinaría todo. Escucho su respiración fuerte y acompasada, con un ritmo de velocidad creciente. "Aún no" me digo mientras sigo atacando. Continúo lanzando miradas furtivas a su rostro, pero procurando que no se dé cuenta para no descubrir mi plan. Va cerrando los ojos; sí, no es un parpadeo, los mantiene cerrados. Llega el momento culmen, con su respiración totalmente fuera de control, acerco mi rostro al suyo, y mis labios susurran en su oído el sortilegio envenenado.

   "Te quiero" Hasta yo mismo estoy sorprendido de cómo suena, de lo natural que me ha salido y, sobre todo, por que realmente lo siento. Efectivamente, la estratagema ha funcionado: La Reina Blanca ha caído.

  


    Amanezco besado por los primeros rayos de sol de la mañana. Busco su presencia en la zona contigua a la mía del colchón para encontrarla vacía. Barro con mi mirada la habitación para contemplar cómo está terminando de vestirse; su vestido blanco ya no luce tan fulgurante como anoche antes de deslizarse fuera de su silueta.

   "¡Oye!" la llamo, y se vuelve. Algo ha cambiado: un rictus de disgusto se dibuja en su rostro, y sus ojos verdes me miran con su luz esmeralda apagada, con frialdad, como si yo fuese un mueble más.

   "¿Ya te vas?" Pregunto

   "" me responde con un tono de voz neutro y carente de emoción. Si los glaciares pudieran hablar, lo harían con ese timbre de voz. "Ya tengo lo que buscaba"

   "No lo entiendo" Acierto a decir incrédulo.

   "Yo también soy una jugadora" Me dice mientras recoge su bolso sin mirarme siquiera. "Había oído hablar de ti, y de cómo todo el mundo es un juego para ti; cómo no te importa lo que los demás tienen que decir, lo que opinan, o lo que sienten.Todos los demás existen para satisfacer tus necesidades y tu ego ludópata. No somos personas, sólo juguetes y adversarios.

   Aquella noche era yo la que te buscaba, fui yo la que se puso a tiro; deberías saberlo: Las Blancas siempre mueven primero.

   Como has podido comprobar, yo no he sido una contendiente más: te he forzado, te he llevado al límite, te he hecho disfrutar del juego y desearme tanto, que has llegado a perder el sueño por mi.

   Poco a poco te has acabado enamorando de mi. Y por si no estuviera lo suficientemente segura de ello, anoche entre embites, gemidos y suspiros, me lo acabaste de confesar. ¿Una estrategia? Lo dudo mucho; nadie es tan buen actor."

   Siento como una corriente fría recorre en dirección descendente mi espalda; no solo han descubierto mi juego, si no que además me he visto convertido en presa cuando yo creí todo el tiempo ser el cazador.

   "Te he desnudado en cuerpo y alma, te he dejado totalmente expuesto, y te he herido más profundo de lo que haya hecho nadie jamás. Ahora sabes cómo has hecho sentir a la gente, a decenas de chicas anónimas que para ti no fueron más que pasatiempos" Dice con desdén. Se dirige a la puerta sin volver la vista atrás; la abre, y me mira una última vez para decir: "Jaque Mate", y cierra tras de sí sin apenas hacer ruido.

   Sentado solo y desnudo en la cama, me doy cuenta que sus ojos es lo último que he visto de ella; esos ojos de color esmeralda que tanto he escudriñado, estudiado; esos ojos verdes que se han llegado a convertir en toda una obsesión y que ahora no puedo borrar de mi mente. Ya no hay más blanco y negro en mi cabeza, ambos han sido sustituidos por el color de sus ojos; el verde todo lo llena, todo lo abarca.

   Jugué, luché con todas mis fuerzas, lo dí todo, sólo para perder. Sí, anoche cayó la reina, pero todos sabemos que en el Ajedrez la partida no termina hasta que cae el Rey.

   Y aquí está el monarca, sentado desnudo en la cama, abrazando sus rodillas mientras una lágrima resbala por sus mejillas, y la corona de su orgullo permanece tirada de cualquier forma en el suelo del cuarto de baño...


                                                         Jaque Mate...



                                                                                        Maldita sea...





                                                                         

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