jueves, 8 de noviembre de 2012

El Capellán y el peregrino

   De las profundidades de mi memoria, recupero este pequeño cuentecito con el que me he tomado un par de licencias literarias para "sazonarlo" un poco.

                              El Capellán y el Peregrino.

   En cierta ocasión, un peregrino que se dirigía a Santiago paró en una posada para poder descansar y echarse algo a la boca. Al abrir la puerta, sólo había un capellán, el cual estaba almorzando un palomino asado. El posadero le informó que estaba sin viandas, y que había enviado a su hijo al mercado del pueblo para llenar la despensa, y que no llegaría hasta la noche.

   Siendo así, el peregrino pidió al capellán compartir el palomino, y que estaba dispuesto a pagar su parte. "Lo siento" Respondió el clérigo "mas no hay suficiente para los dos"

   El peregrino se sentó entonces en un rincón, y sacó de su bolsa un mendrugo de pan que se había guardado del día anterior, masticándolo despacio.

   Una vez que tanto el capellán como el peregrino hubieron terminado de comer, este se dirigió al capellán y le dijo así: "Mi buen señor, habéis de saber que mientras vos habéis comido el palomino, yo he disfrutado de su olor mientras comía mi mendrugo de pan, por lo que para mi persona es como si hubiera participado del palomino que vos habéis degustado"
"Siendo así," repuso el clérigo "es justo que paguéis la mitad de lo que dicho palomino ha costado" El peregrino se negó a ello, puesto que no había probado bocado alguno del ave, mientras que el capellán opinaba que si se había sentido alimentado por el aroma, justo sería que pagase la mitad.

   Ambos estuvieron discutiendo durante horas, hasta que el Sacristán, viendo que el capellán no volvía a sus obligaciones, acudió a la posada, pues sabía que se había dirigido allí para almorzar. Al llegar allí, el sacristán se encontró con la discusión, y tras averiguar el motivo de tan gran sinsentido, le preguntó al posadero: "¿Cuanto ha costado el palomino asado?"
"Medio Real" Respondió el posadero.
"Ya veo" Repuso el sacristán; y, dirigiéndose al peregrino, preguntó: "Muchacho, ¿tenéis la mitad de dicha cantidad?"
 
   Apenado, el peregrino sacó un cuarto de real de su bolsa y se la tendió al sacristán. Este cogió la moneda, y la golpeo sonoramente contra la mesa; después de esto, se la devolvió al muchacho mientras le decía al capellán:
"Hermano, de la misma manera que el peregrino ha disfrutado con el olor de una comida de la que sólo os habéis alimentado vos, y se ha conformado con ello; en justicia, vos habéis sido pagado con el sonido de la cantidad que a él le habría correspondido pagar en caso de que vos hubierais tenido algo de caridad cristiana, y compartido con él la mitad del asado. Dicho lo cual, cejen ustedes en su disputa y vayan con Dios"

   Avergonzado, el Capellán dejó la posada, mientras el peregrino decidió esperar a que llegara el hijo del posadero con las viandas, pues la discusión le acababa de devolver el apetito que apenas le calmó el trozo de pan.

    Al ver  la escena, el posadero exclamó: "¡A buen capellán, mejor sacristán!"

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