lunes, 19 de noviembre de 2012

Gracias, Miliki

     Esta mañana al despertarme, me he dado de bruces con la noticia. Tras asimilarla y darme cuenta que no se trataba de un bulo, me he sentado y he dejado que los recuerdos fluyeran. Se ha ido, se ha marchado otro pequeño recuerdo de mi infancia, y con él, parte de ese niño que un día fui. Me refiero, obviamente, al fallecimiento de Emilio Aragón padre, más conocido como Miliki. Aún recuerdo cómo de pequeño tenía el cassette de "Los Payasos de la Tele" casi desgastado de tanto poner sus canciones; y una pequeña sonrisa de ternura ha acudido a mis labios al recordar aquellas canciones.

   Te nos has ido, Miliki, en paz, con tranquilidad, rodeado del amor de tu gente, y tras una vida plena. Dedicaste tu vida a la mayor y más difícil de las artes: hacer reír; y con un público difícil, el infantil. Huelga decir que lo conseguiste, y que el niño que aún habita en mi corpachón está tremendamente agradecido por ello. Te nos has ido, supongo que por que echabas de menos a tus hermanos, con los que espero que te hayas reunido allí en el cielo, y estaréis montando ya una carpa de Circo (el que hay en la tierra languidece ya, pues ha perdido su atractivo en un mundo de pantallas led, sonido 5.1 y video-juegos por doquier) para hacer reír a los querubines, y las almas de grandes y niños que van allí.

   En España ya no hay payasos profesionales, de los bien entendidos, de los que consagran su vida a hacer reír; No, en España a día de hoy hay mucho payaso sí, pero en sentido peyorativo, y ese es un motivo aún mayor para llorar. Hoy contigo, se nos ha ido el penúltimo payaso (aún quedan tus hijos Rita y Emilio, y tus sobrinos Rody, Fofito y los Gabitos), alguien que aún a pesar de los años, conservaba ese aura entrañable de quien ha dedicado toda su vida a la risa sin necesidad de crueldades ni de ser soez, y eso es algo ante lo que quitarse el sombrero y hacer una enorme reverencia, de esas con las que te tocas los pies con la punta de la nariz.

    Te nos has marchado; y este humilde juntaletras, este niño encerrado en el cuerpo de un gigante, quisiera rendirte homenaje de la forma que sabe. Va por usted, maestro.

   Hoy amanecí con una sensación extraña; y es que no paraba de picarme la nariz, cosa rara esta, pues no me encontraba nervioso. "Se me habrá olvidado algo" "me habrá picado un bicho" "me estaré acatarrando", pensaba. Me puse a desayunar y a ver las noticias en la tele: y al ver las noticias, me dí cuenta que había una vez un circo, un circo llamado mundo, donde los políticos denigraban la profesión querida y amada del payaso, la cual, tantos buenos ratos me hizo pasar de niño.

   De golpe, sin avisar, me vino otra noticia la cual hizo que el picor de nariz fuera mayor. No era un picor de nervios, de olvido, de picadura de insecto o de resfriado; era el picor familiar que te viene cuando has perdido a un ser querido, y tus ojos están a punto hacer que llueva sobre tus mejillas.

   Me levanté, y fui a la ducha. Tras ello, me miré al espejo y vi que no solo mi barba tiene tres pelos, si no que también tres pelos son los únicos supervivientes que pueblan mi calva. Como estamos en época de recortes, tenía que elegir cuáles tres tenían que desaparecer. "Los de la barba volverán a crecer; los de la calva no creo que volviesen" me dije. Así que ni corto ni perezoso, cogí la cuchilla de afeitar, y tratando de aguantar el picor de la nariz, me despedí de ellos.

La gallina Turuleca dejó de poner huevos hoy
   Al salir por la puerta, me cruce con mi vecina, la cual estaba un poco preocupada: resulta que su gallina (que se llama Turuleca), siempre pone huevos por todos lados menos en su corral; pero resulta que hoy aún no había puesto ninguno. "¡Normal!" Dije para mis adentros "Si parece una sardina enlatada. Tiene las patas de alambre del hambre que pasa, y la pobre está todita desplumada" Me preguntó si en navidades iría a ver a mis padres, a lo que le dije que no, que no le habían dejado a mi mujer cogerse vacaciones en esas fechas, a lo que me respondió: "¡Lástima! Por que no hay nada más lindo que la familia unida". Reprimiendo el picor en la nariz, me despedí de ella.

   Bajé al colmado de al lado de casa a comprar un poquito de zumo de naranja para tomar mientras iba a hacer lo que había decidido al oír la noticia mientras el picor persistía (¡Pero cómo me pica la nariz!) Allí estaba la dueña, de nacionalidad china, muy acaramelada con su marido. No entendí bien lo que decían, pero supuse que él le decía "China del alma" y ella le respondía "Chinito de amol". Tras pagar el zumo, salí a la calle.

Don Pepito y Don José tomaban el café tristes y en silencio.
   Pasé por la cafetería donde a veces desayuno antes de pasear, o me tomo un refresco después del paseo. Allí en un rincón, serios y sin hablar, tomaban un café Don Pepito y Don José. Tenían un aire triste (supongo que ellos también se habrían hecho eco de la noticia), así que no les comenté que luego pasaría por casa de Don José a ver a su abuela; no creo que la buena mujer estuviera de humor para visitas.








   Apreté el paso mientras vi a unos niños jugando al fútbol, y distinguí al hijo de la vecina que iba a tirar un penalti. Él también debía de estar nervioso, pues se rascaba mucho la nariz. Quise darle ánimos, así que le grité fuerte: "¡Dale, Ramón, chuta fuerte para ser un campeón!". Debí de gritar muy fuerte, pues su hermana Susanita levantó la cabeza asustada, dejando de darle de comer a su ratón chiquitín su ración diaria de chocolate, turrón, y bolitas de anís.

   Ya quedaba menos para llegar a mi objetivo, el embarcadero. Al llegar allí, me puse a buscar rápido donde lo había dejado amarrado, y no tardé en encontrarlo. Allí estaba, donde lo había dejado la última vez, mi barquito de cáscara de nuez. Hacía mucho que no lo hacía navegar, pues quería que la próxima vez que le soltase las amarras, fuese por un acontecimiento especial. Pues bien, ese momento acababa de llegar; ese día, el día de la despedida era hoy. Reprimiendo al máximo el picor de la nariz, solté la amarra, y tras darle un pequeño beso de despedida en su vela, dejé que las lágrimas hiciesen la botadura. Me quedé allí, viéndolo zarpar, y decidido a no moverme hasta que no hubiese desaparecido de mi vista en el horizonte; esperando que, algún día, llegue a manos de aquel capitán de pelo ya cano que se ha despedido de nosotros recordándonos lo feliz que fue de conseguir el a un niño hacer reír. 

Gracias, maestro; gracias Miliki. Hoy el niño que vive en mi interior es un poco menos niño tras tu marcha, pero te agradece de corazón tantos buenos ratos que le hiciste pasar. 
  

3 comentarios:

  1. Me siento totalmente identificado contigo. Yo tengo vagos recuerdos pero sé reconocer a las buenas personas y me dió mucha pena que el mundo se quede sin un gran corazón que muchos envidiamos y que quizá en nuestra sociedad no tenga cabida. Será por eso que nos ha dejado. Deberíamos dedicar cada día un rato a observar a nuestro alrededor y tratar de identificar a esas personas y cuidarlas, defenderlas, apoyarlas, y sobretodo disfrutarlas y aprender de ellas.

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  2. Qué bonito, amigo. Tantas veces consigues emocionarme. En fin, voy a coger la escoba, no veas la que me ha liado Pepe esta mañana...

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  3. Preciosas palabras. Gracias por el homenaje, de verdad. Un saludo.

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