Al igual que la casa de Almudena,
la mía también es de nueva construcción, o más bien, de re – construcción, y
eso es porque he tenido que tirar abajo mi anterior hogar, puesto que ya no me
servía ( la vida cambia y nuestras necesidades, deseos, sueños ... también lo
hacen ), y volver a levantar una nueva.
Quizás hubiera sido más fácil
dejar mi anterior casa y, maleta en mano, empezar a buscar una casa nueva, pero
no quería deshacerme de algo muy valioso, algo que nadie ve pero que sin ello
sería imposible levantar los pilares de cualquier construcción que se precie como tal para formar en ella un hogar: los cimientos.
Y es que a lo largo de mi estancia en la que fuera mi anterior morada, esa base
sólida construida por el amor y la educación que me dieron mis padres ( también por el aprendizaje de mis errores, todo sea dicho ) era algo
que no quería dejar atrás, olvidado y sin valor para quien, extraño y ajeno a
mi vida, more de nuevo entre estas cuatro paredes que me vieron crecer. Así que pensé
¡qué demonios! Estoy en el paro, no tengo nada mejor que hacer y además se me
dan bastante bien las manualidades ..... ¡¡Pues manos a la obra!!
Con el permiso de "El Maestro" yo voy a contaros no cómo me gustaría que fuera dicha casa, pues como dije está aún por construir y muchas veces ni yo misma me pongo de acuerdo en los detalles, sino la casa de donde vengo, pues forma parte de mí y, como diría Carlos Goñi: "Es tanto yo como mi voz".
Con el permiso de "El Maestro" yo voy a contaros no cómo me gustaría que fuera dicha casa, pues como dije está aún por construir y muchas veces ni yo misma me pongo de acuerdo en los detalles, sino la casa de donde vengo, pues forma parte de mí y, como diría Carlos Goñi: "Es tanto yo como mi voz".
Mi anterior casa no era muy
grande, pero sí lo suficiente como para dar mis primeros pasos apoyada en el
viejo sofá del abuelo, jugar en el pasillo con mi hermano a tirar con una
pelota nuestras filas de indios y vaqueros ( yo nunca me pedía los vaqueros,
reconozco que siempre fui un poco “india” ) o esconder con mamá en el salón los
muñequitos de goma del Barrio Sésamo o de los Ewoks para buscarlos después
mediante la técnica del “frío - caliente”, ¿quién no ha jugado alguna vez a esto?. Hoy en día aún me emociono al recordar esos momentos, y rara vez no se me escapa una lagrimilla.
La cocina era la primera estancia que te encontrabas, justo a mano derecha del recibidor, y ya fuera por los fuegos o por el horno siempre se estaba calentito dentro. Daba a una pequeña terracilla y ésta al patio de vecinos en donde tendíamos la ropa. No era muy moderna, bueno, según
mi madre era “la más moderna que había en su época”, pero he ahí la cuestión: “en
su época”, ahora no se llevan las cocinas tipo “Cuéntame”, pero independientemente del estilo que tuviese me encantaba
sentarme allí en una pequeña banquetita blanca mientras mi madre cocinaba. De pequeña me dejaba ayudarla en
cosas sencillas tales como batir un huevo, mezclar el harina, mover alguna salsa ...
y nos divertíamos mucho preparando tartas y otros postres para los cumpleaños.
Supongo que de aquellos pequeños momentos de creatividad culinaria me viene mi afición por la cocina.
La siguiente estancia a la que se accedía desde el recibidor era el salón. Como el resto de las estancias de
la casa éste no era muy grande, pero sí lo suficiente como para organizar
fiestas familiares en las que a nadie le faltase un sitio disponible, nos
apretábamos un poco y listo. Allí, en unos pocos metros cuadrados, hemos
inventado cuentos, organizado festivales de baile y marionetas, maratones de chistes, conciertos de
guitarra clásica, concursos de disfraces, juegos de magia ..... Y fabricado
miles, millones, miles de millones de sonrisas. Ahí, sobre todo ahí, éramos FAMILIA.
Desde el salón se accedía al pasillo y de ahí a las habitaciones ( 3: la de mis padres, la de mi hermano y la mía ) y al baño. Ahora las casas modernas tienen 2, 3 y hasta 4 baños, algunas además con aseos aparte. Yo recuerdo que sólo había un baño, muy pequeño, y que, dado que vivendo en aquella casa éramos 4 personas ( a veces 6, cuando venían mis abuelos ), en casos “urgentes” era un pequeño problema encontrarlo libre, pero ahora veo que fue ideal para aprender a compartir y a respetar los turnos ( ¡Algo muy importante! Sobre todo cuando había visita familiar ).
Desde el salón se accedía al pasillo y de ahí a las habitaciones ( 3: la de mis padres, la de mi hermano y la mía ) y al baño. Ahora las casas modernas tienen 2, 3 y hasta 4 baños, algunas además con aseos aparte. Yo recuerdo que sólo había un baño, muy pequeño, y que, dado que vivendo en aquella casa éramos 4 personas ( a veces 6, cuando venían mis abuelos ), en casos “urgentes” era un pequeño problema encontrarlo libre, pero ahora veo que fue ideal para aprender a compartir y a respetar los turnos ( ¡Algo muy importante! Sobre todo cuando había visita familiar ).
Mi habitación tampoco era muy
grande, de hecho era, después del baño, la habitación más pequeña de toda la casa. Yo la llamaba “mi zulillo de fresa y nata” debido a los colores de mis
muebles, regalo de mi primera comunión. Creo que, salvo el ampliarla un poco, es junto con la terraza que comentaré más adelante, la estancia que me gustaría conservar tal y como está, pues era el lugar de la casa en donde me
encontraba más segura, mi pequeña fábrica de sueños, el lugar en el que mi
madre me enseñó a rezar y a llamarle a Él “mi amigo”, un rincón en donde
encontrarme conmigo misma y sumergirme, cuando fui siendo más mayor, en los
acordes de mi guitarra, formando una burbuja a mi alrededor en donde nada ni
nadie podía hacerme daño. Los objetos que más abundan en ella son libros, CDs y
fotografías: Los libros por mi pasión por la lectura, los CDs por mi afición a la música, la cual convertí en la que es hoy mi profesión, y las fotografías para
recordarme los momentos de mi vida en los que he sido feliz y toda la gente con
la que los he compartido y que ha ido pasando por ella. Algunos, los menos ( es decir, los importantes ), aún siguen formando parte de ella a pesar de los años, otros hace mucho tiempo que ya no están, pero todos han ido poniendo su pequeño
granito de arena para dar forma a la mujer que estoy consiguiendo ser.
Pero sin lugar a dudas el lugar
que más me gustaba de toda la casa era la terraza del salón. Desde allí podía ver las
montañas y me pasaba las horas muertas sentada en la típica silla de playa
observando la luna llena, los atardeceres en primavera o el vuelo de los
pájaros, escuchando el ulular del viento moviendo las ramas de los árboles,
sintiendo la lluvia sobre la palma de mis manos o viendo cómo se iba tiñendo de
ocre la hierba con el pasar de las estaciones. En muchas ocasiones, sentada en
aquella silla, imaginaba que yo también podía volar, como aquellos pequeños
gorrioncillos, y huía lejos de allí para poder ver el mar. Fue en ese rincón en
donde nacieron mis primeras composiciones musicales, donde escribí mis primeras
cartas de amor, donde aprendí a ver más allá de los montes que me rodeaban y
donde decidí, con mucho pesar pero a sabiendas de que era lo mejor, tirar todo
aquello y empezar de cero la que sería mi nueva vida, mi nueva casa, mi nuevo
hogar ...
En definitiva, aquella antigua
casa era un hogar humilde y pequeño, sí, pero en el que crecer FELIZ. Como en
toda casa siempre hay reparaciones que hacer, agujeros que tapar, humedades que
arreglar, habitaciones que ampliar porque se han quedado pequeñas ... y eso es precisamente lo que estoy
haciendo ahora. Tal vez no necesite mucho más de lo que tenía, pero sí lo suficiente como para que pueda instalarse y vivir cómodamente todo lo que está aún por llegar.
Sólo espero saber hacerlo bien,
pues no es tarea fácil, y le pido a Dios que me eche un cable y me ayude a diseñar, con esos bellos recuerdos
en forma de cimientos, mi nuevo hogar ..... ¿Querrás participar tú también,
lector, en su construcción?
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